Místicos, Gurus y MentoresMaestros y Crayolas
Por Michael Dolan, B.V. Mahayogi
traducido por Teresa Loret de Mola (Tapanandini D.D.)
Sridhar Maharaja hace una clara diferencia
de que el trabajo del maestro es distinto al del místico. Los místicos no
enseñan.
Enseñar involucra muchas disciplinas.
Uno no sólo ha de ser un erudito en lo
material, sino que también ha de tener la voluntad de exponerse a sí mismo a
los recién llegados y principiantes quienes desafiarán todo.
El ensañar involucra el ego.
En Sánscrito hay una palabra especial para
esto: es llamada “acharya-abhiman” significa “Ego de maestro”.
Los seres humanos son animales sociales.
Tenemos una compasión natural. Cuando vemos perdido a alguien, queremos
enseñarle el camino.
Pero si alguien está perdido y le señalamos
la dirección correcta, estamos tomamos la posición de maestro. “Es por ese
camino” decimos, pero ahí hay ego envuelto.
Aquí en México frecuentemente veo turistas
en las esquinas consultando un mapa. Me siento tentado a intervenir y decir,
“¿Está usted perdido?” Deje que le ayude. Es por ahí”. Pero he aprendido a no
meterme. Con los años me he dado cuenta que esos turistas han pagado mucho
dinero para estar perdidos. Han pasado por lo traumático de comprar boletos en
línea, reservar hoteles, cruzar por los chequeos de seguridad y volar a un país
extranjero sólo para saborear justo este momento: no tener idea de en dónde
están. Para eso pagaron, por la sensación deliciosa de no saber exactamente en
dónde estás. ¿Quién soy yo para destruirles el momento? ¿Por qué he de tratar
de guiar a alguien que disfruta estando perdido?
Pero en ocasiones la situación es más
drástica y la única solución compasiva es tomar el rol de maestro. Y en ese
rol, a veces necesitamos insistir para que el estudiante acepte la guía.
He notado que hay una gran diferencia entre
los cuatro y los cinco años de edad. El psicólogo del desarrollo, Jean Piaget
se especializa en esas diferencias. La teoría del desarrollo cognitivo de
Piaget sugiere que los niños se mueven a través de cuatro etapas distintas de
desarrollo mental. Sus teorías se enfocan no sólo en el entendimiento de cómo
el niño adquiere el conocimiento, sino también en el entendimiento de la
naturaleza de la inteligencia.
Hay una gran distinción en lo que él llama
desarrollo “sensorio-motor” que ocupa a niños mayormente entre 2 y 4 años, y lo
que él llama el desarrollo “pre-operacional” que empieza entre los 3 y los 7
años.
No es que los niños más grandes nada más
piensen más rápido, sugiere. En cambio, hay diferencias cualitativas y
cuantitativas entre el pensamiento de un niño versus un niño mayor. Piaget
divide esto en etapas y grados.
Durante la etapa que llama,
“sensorial-motora”, la cual es la etapa
más temprana de desarrollo cognitivo, los infantes y niños pequeños
adquieren conocimiento a través de sus experiencias sensoriales y la
manipulación de los objetos. Los niños atraviesan un dramático período de
crecimiento y aprendizaje. Conforme los niños interactúan con su medio
ambiente, constantemente hacen descubrimientos acerca de cómo opera el mundo.
Están aprendiendo cosas importantes como
madre y padre y rojo y azul y la lluvia. Aprenden la diferencia entre el arroz,
la avena y el cemento de goma. Están aprendiendo que papá ama a mamá pero que a
veces se enojan. Aprenden que el Tío Roger no es Darth Vader y la Tía Molly
huele a cebolla y a vino tinto. En esta etapa de vida, no están preocupados con
los sistemas simbólicos. Los símbolos no tienen significado. No pueden entender el valor del alfabeto o
los números escritos. Recordemos que la mayoría de los adultos son iletrados
hasta la edad media y en muchas sociedades aún hoy leer está prohibido. Así que
las letras no tienen ningún significado para los niños. A lo que quiero llegar
es a que los niños de 4 años siempre se comen las crayolas. He visto a
incontables madres que llevaban a sus hijos al kínder en donde solía trabajar.
Tras dos semanas solían preguntar si el pequeño Orlando ya podía leer. Ellas
sabían que el pequeño Orlando era un genio a nivel de Einstein o Mozart. Cuando
aconsejaba paciencia, ellas se enojaban. ¿Cuánto tardaría?
Recuerden que como una civilización,
colectivamente, tomó miles de años llegar al punto en donde la mayoría pudiera leer. Pero haciendo eso a un lado.
Los niños de cuatro años como regla no tienen interés en la lectura. No están
muy ocupados en aprender acerca de la realidad en el nivel sensorial-motor como
para preocuparse de las operaciones simbólicas.
Pero como maestro era mi deber aceptar
niños de 4 años junto con los de 5, 6 y 7 los cuales ya manejaban bien las
operaciones. Ellos sabían los números y los colores en inglés y les gustaba
cantar, bailar el Hikey Pokey, jugar a las etiquetas y dibujar imágenes con las
crayolas. Los niños de 4 años, sin embargo, siempre intentaban comerse las
crayolas.
Entonces, como maestro, era mi deber
decirles, “No se coman las crayoas”. Por supuesto, se supone que tú no debes
hacer eso, pues se usa un lenguaje negativo. Se supone que debes decir, “Las
crayolas son para colorear”, lo cual es lenguaje positivo. Pero en la práctica,
opera algo así como “Sácate eso de la boca, ahora. Pero tan pronto como sacas
la crayola roja de su boca, continúan con la verde. Están convencidos de que la
crayola verde tendrá un sabor distinto a la roja. No lo tiene. Ambas saben a
barro salado. Yo lo sé. Mi punto es que cualquier maestro ha de enfrentar el
problema de cómo y cuándo dar instrucción. Ahora, yo no sé si alguna vez han
enseñado en el kínder, pero los niños se resisten a que se les quiten las
crayolas de la boca. Les gusta morder. Pero en realidad lo que están diciendo
es. “¿Quién eres tú para enseñarme?” Acharya-abhiman es cuando el maestro dice,
“Soy el maestro. Sé lo que es bueno para ti. Las crayolas no son buenas para
ti. Deja que las saque de tu boca”. Pero todo acto de enseñanza involucra una
cierta presunción de que el “Maestro sabe mejor”. Los místicos elevados, los
maestros últimos, los uttama-adhikaris no hacen tal presunción. Ellos ven el
mundo en perfecto balance ya que viven en samādhi, balance perfecto. Dhi
significa inteligencia, sobriedad, sabiduría, samā significa, ecuanimidad,
balance. Samādhi es vista de forma distinta por los distintos grupos de yoga,
pero en el sentido clínico significa balance perfecto. Ver el mundo en balance
perfecto. Un místico genuino ya se halla ahí. Un maestro sabe lo que es el
balance y se interesa en mostrarte cómo opera. Un místico ve que aún tu falta
de balance es una parte de la armonía general y no siente necesidad de enseñar.
Cuando veo a un turista perdido sé que está disfrutando experimentar el estar
perdido, lo que lo conduce al gozo del descubrimiento. Si le muestro en dónde
está perderá para siempre el momento cuando se gire y se dé cuenta en dónde
está exactamente. Destruiré su momento de descubrir. Este es un acto de
violencia innecesaria. También, debido a que soy un gringo, un americano
“blanco”, cualquier información que yo les provea humillará al gringo perdido.
Preferirá por mucho practicar su quebrado español con un nativo quien le dirá,
“Dé la vuelta, es justo ahí”, lo cual conducirá a una hermosa amistad. En
ocasiones el “ego de maestro” es innecesario. Podemos dejar que la gente
encuentre por sí mismo su camino. Pero un guía espiritual es quien conoce el
camino hacia la verdad más elevada. En un mundo de ciegos, su visión, aunque
sea imperfecta, se destaca. Puede guiar a los ciegos. Puede guiar a quien está
perdido. Y una vez que se convierte en guía, no puede abdicar. Ciegos y
perdidos lo buscarán. Así es que en ocasiones grandes místicos que no tienen
interés en enseñar se convierten en maestros. Algunos místicos tienen
suficiente compasión para decir. “No comas las crayolas” y pronto quedan
atrapados en la posición de maestros. Otros maestros están en una misión: “Ven
conmigo te prometo tierras”, dicen. “Es por ahí. Deja todo y sígueme”. Siempre hay
un riesgo en seguir a un maestro. Tal vez nos conduzcan hacia la senda
equivocada. Pero tras una cierta cantidad de experiencia, uno ha de ser capaz
de reconocer, a qué se parece la senda correcta. Y si uno anda demasiado en la
senda incorrecta, uno ha de darse vuelta. Yo le pregunté a Sridhara Maharaj
acerca de esto y me dijo que era como montar un tren. A veces sucede que cuando
tenemos prisa no o no conocemos el
camino podemos subirnos al tren equivocado. Pero si contamos las paradas y
prestamos atención, entenderemos que estamos yendo en la dirección equivocada.
En ese momento, necesitamos bajar del tren y cambiar el curso. Necesitamos ir
en busca del tren que nos lleve de vuelta a la dirección correcta. Aquí en
México, hay un libro popular llamado “Inglés sin Maestro” el cual enseña a la
gente a hablar inglés sin maestro. Nunca he sabido de un método que tenga
éxito. Pero entonces de nuevo es difícil progresar sin escuchar al maestro. Lo
sé de hecho, porque soy particularmente obstinado y resistente a cualquier
consejo. Estoy decidido a hacer las cosas de la manera más difícil. El otro día
convertí un problema menor de cañería de la cocina y lo convertí en una
catástrofe de plomería mayor. Armado solamente con un desatornillador y un par
de alicates, convertí la cocina en una zona inundada que haría que las víctimas
del huracán Katrina sacudieran la cabeza y lloraran. “Hágalo usted mismo” es a
menudo un boleto de ida hacia el desastre. Los maestros pueden mostrarte una
forma más fácil. Al fontanero le tomó 20 minutos y una pieza de 20 pesos de
plástico arreglar el problema. Pero es tan difícil escuchar a los expertos. Por
lo cual seguimos comiendo crayolas. La azul es mi favorita. Pero no se las
coman.
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