Romance Hindú Libro Uno
नारायणं नमस्कृत्य नरं चैव नरोत्तमम्
देवीं सरस्वतीं चैव ततो जयम् उदीरयेत्
महाभरत
Mahābharata
Una versión de
Michael Dolan, B.V. Mahāyogi
traducida por Teresa Loret de Mola, Tapanandini
La Historia
de
Nala y Damayanti
Tras haber dado un breve resumen del
significado y contenido del Bhagavad-Gītā, ahora regresaré amables lectores a
la historia del Mahābharata. Mucho de la historia, por supuesto, es muy conocido,
especialmente las partes del conflicto entre los Kurus y los Pāṇḍavas. Ampliaré
en su momento el tema del conflicto, pero me pareció oportuno dejar atrás la
violencia y el conflicto de la guerra y divagar hacia las historias más
encantadoras del Mahābharata, la de Nala y Damayanti.
La historia desde antaño ha sido contada
muchas veces por los grandes poetas Kalidasa, también por muchos otros poetas
en Sánscrito y en las lenguas nativas de India. La historia de Nala y Damayanti
paralela la historia de Yudhiṣthira y la pérdida de su reino a través del juego
de dados, es por ello que pide escucharla. Nos reunimos con los Pāṇḍavas en su
exilio del bosque.
LA VISITA DE VRIHADASWA
Arjuna, el de los brazos poderosos, había
dejado a sus hermanos para ir en busca de las armas de los dioses. Y ahí en el
bosque ellos vagaban: el Príncipe Yudhiṣthira, el fuerte Bhīma, los gemelos y
la hermosa Draupadī. El exilio era cruel. Ellos se lamentaban por la pérdida de
su hermano, cuyo afilado ingenio y flechas veloces les habían salvado la vida
tantas veces. El error de Yudhiṣthira era su vicio por el juego. Si sólo no
hubiera lanzado los dados con el astuto Shakuni, no se habrían visto obligados
a abandonar su reino.
Y ahí, en la oscuridad del bosque, las
austeridades amargas desgarraban su corazón y orgullo.
Por momentos su sufrimiento era difícil de
soportar. Comer raíces y bayas en el bosque era difícil para un hombre como Bhīma;
más aún lo era el tragarse el orgullo. Quería pelear. Aún ahora podían cabalgar
hacia Hastinapura y desafiar a los simpatizantes de Duryodhana y a sus aliados
a una pelea justa. ¿Por qué esconderse como bandidos en el bosque? Con el
poderoso brazo derecho de Arjuna podían tomar la ciudad de los elefantes y
llevar a la tumba a sus primos perversos. Pero habían perdido todo ante la
decepcionante astucia de Shakuni y el vicio por el juego de Yudhiṣthira.
Una noche, sentados frente al fuego,
mientras veían arder las brasas tenues, Bhīma confrontó a su hermano Yudhiṣthira,
“Siempre hablas del dharma, o reglas. ¿Qué pasa al seguir tus reglas? Fueron
duras las condiciones de tu juego perdido, hermano. Doce años de exilio, y un
año más en la clandestinidad sin ser descubiertos por nuestros enemigos. ¿Qué
pasa si seguimos los términos de acuerdo a la ley? ¿Y si lo hacemos todo a la
perfección? Estos hombres son tramposos. ¿Qué pasa si después de salir del
bosque, tras seguir los términos del exilio, viene de nuevo Shakuni y te reta.
Y qué si dice. ’No seas cobarde, ¡juguemos a los dados!’ No podrás negarte al
desafío. Conociendo las leyes de los reyes, aceptarás.
“Tú y tu honor. Jugarás de nuevo para
proteger tu honor y seremos timados una vez más. Ya tuve suficiente de estos
juegos. Cabalguemos ahora y hagamos la guerra a nuestros enemigos. Lavaré el
cabello de Draupadī en la sangre de los hombres que la insultaron y pongamos
punto final a esto.
Y Yudhiṣthira dijo, “No podemos romper
ahora nuestros votos. Ya casi cumplimos la sentencia. Si rompo ahora mi voto,
los hombres dirán, durante años, a partir de ahora, que soy un mentiroso. He
dado mi palabra como rey de seguir los términos del exilio. Pero escucha esto:
He consultado a hombres más sabios que yo, sabios que pueden predecir el
futuro. Puedo asegurarte que sin duda alguna tú y Arjuna matarán a los
príncipes envidiosos de Hastinapura al final de nuestro exilio. No habrá más
juegos, pero tenemos que ser pacientes.”
“Como soy honesto, esto sucederá.
Y aunque caí víctima de hombres pecadores
que me vencieron con trampas en los dados, esto nunca sucederá de nuevo. No
seré nunca presa de nuevo de los trucos del astuto Shakuni. Anota mis
palabras”.
Pero Bhīma rió. Sacudió la cabeza y lanzó
su taza al fuego, disgustado. “Una vez jugador, siempre jugador”, dijo. “Los
hombres honestos no son engañados a través del vicio de jugar. Triste el día en
que aprendiste a lanzar los dados. Lo llamas el juego de los reyes. Yo lo llamo
el juego de los tontos”. Miró a su hermano, listo para pelear.
Justo entonces, escucharon crujir una rama
a unos pasos de ahí. Callaron. Grandes osos se habían abierto paso hasta este
bosque en ocasiones. Bhīma mató una vez a un gran Rakshasa come-hombres,
Hidimba en una noche como esta. Los gemelos prepararon sus arcos, alertas ante
el intruso.
“No despierten a Draupadī”, dijo Bhīma en
un susurro. Se dio la vuelta y se movió en silencio hacia el sonido con su maza
en mano.
“Tal vez es sólo el viento”, dijo Yudhiṣthira.
Escucharon de nuevo el sonido, más cerca.
Lo llamaban Brihad Asva, lo que significa
“gran árbol”. Tal vez debido al “gran árbol” en el que su guru tenía su ashram,
o tal vez porque era un hombre grande para ser un sabio del bosque. Era un
vidente de la verdad, un tattva-darshibhi.
Conocía el pasado y podía ver el futuro.
Había pasado largo tiempo en el bosque Khandava.
Brihad Asva sabía dónde encontrar agua pura
del bosque y cómo llamar al fuego sagrado de una varita. Podía comer si cazar
pues conocía los árboles que tenían flores y las hierbas y estaba bendecido por
los dioses. Conocía los Vedas y las historias llamadas Puranas. Sabía que los Pāṇḍavas
descansaban en la cercanía. Era un hombre grande y mientras vagaba atravesando
el bosque las creaturas de la noche huían ante él.
A través de las ramas de un árbol de
tamarindo pudo ver la luz tenue de la fogata que ardía, a los hombres que se
estiraban y relajaban antes de tomar su descanso nocturno.
Brihad Aswa había caminado largamente a
través de la jungla para llegar a este lugar. Podía ver que los Pāṇḍavas habían
tomado el mejor sitio para hacer su campamento. Estaban cerca del río Saraswati
y ahí había muchos árboles frutales. El claro que escogieron estaba bien
protegido por espinos. Podía ver a Bhīma, y al rey Yudhiṣthira. Discutían
mientras Nakula y Sahadeva hacían guardia, con los arcos preparados. Dio un
paso hacia adelanta y pisó una ramita. Bhīma entró en acción. Al instante tomó
su mazo y atravesó el bosque con su mirada oscura.
“Tal vez es sólo el viento”, dijo Yudhiṣthira.
“¿Quién anda ahí?” dijo Bhīma.
“¡Yudhiṣthira Mahārāja, Ki Jai!” dijo la
voz en la noche.
“Vengo en paz”.
Espada en mano, Yudhiṣthira se había unido
a su hermano. Miraron hacia la noche sin luna, a través de las zarzas,
ajustaron sus ojos. Una forma se acercó a través del alto bambú que estaba
cerca del río. Yudhiṣthira tocó el brazo de su hermano: “Espera”, dijo.
“Vengo en paz”, dijo de nuevo la voz.
Vieron entonces al hombre robusto, grande como un árbol, vestido con una piel
de venado, una cuerda por cinturón. Su cabello recogido en la cabeza y
enmarañado. A través de una barba negra y rebelde y unos claros ojos azules y un
el despliegue de una sonrisa les dijo
que era un amigo. “Shanti, Om”.
Yudhiṣthira envainó su filosa espada. Bhīma
descanso su mazo en el árbol de tamarindo. Pudieron ver que el hombre era un
peregrino, un santo, un vidente de la verdad de la vieja escuela de los sabios
del bosque. Se miraron uno al otro y rieron.
“Bienvenido a nuestro humilde campamento”,
dijo Bhīma. “Perdone nuestros modales, pero hay osos en este bosque”.
“Larga vida al rey”, dijo el sabio.
“Y gloria a los santos”, dijo Yudhiṣthira.
Bendícenos, señor con tu presencia. Los sitios sagrados son llamados “thirtas”
o sitios de peregrinación no a causa de sus monumentos, sino a causa de los
grandes hombres que los bendicen de vez en cuando con sus pisadas. ¿Qué le trae
al río sagrado?”
“Escuché de un brahmán que pasaba que los
hijos de Paṇḍu estaban aquí cerca y tenía que verlo por mí mismo. No vine aquí
a bendecir el sitio sagrado sino a tomar tus bendiciones, porque tú mi querido
rey eres muy querido por el mismísimo Dios, Kṛṣṇa, y por todos los santos.
Todo el mundo espera que gobiernes lo que
ocurrirá dentro de unas cuantas estaciones del sol.”
Yudhiṣthira dijo, “Hemos escuchado tu
nombre, Brihad Aswa, eres de hecho como un gran árbol. Un árbol es al mismo
tiempo tolerante y humilde, da sombra, refugio y fruta a tantos, sin pedir nada
a cambio. Como tú has tomado refugio en el gran árbol del conocimiento que fue
tu guru predecesor, puedes dar refugio a otros. Perdona nuestra condición caída
y acepta mis reverencias humildemente”.
Y tras decir esto, Yudhiṣthira y Bhīma,
movidos por la humildad de este hombre como árbol, quien llegó desde tan lejos
sólo para servir al rey, cayeron a los pies de Brihad Aswa con las manos unidas
en oración.
Brihad Aswa hizo una profunda reverencia,
tomó al rey suavemente del hombro y lo puso de pie, “Me perjudicas, Oh Rey al
honrarme de este modo. Por favor, levántate. Dime, ¿cómo llegaste hasta aquí?
¿Cómo están tus hermanos? ¿Y la amable Draupadī? ¿Cómo la pasa ella en este
bosque oscuro?”
Y entonces, tras haberse encontrado con el
sabio de dimensiones arbóreas en la noche sin luna junto al río sagrado, Yudhiṣthira
y Bhīma lo llevaron de regreso al campo e hicieron lo que pudieron para
mantenerlo cómodo y le ofrecieron toda la hospitalidad que había en sus manos.
A la mañana siguiente, Brihad Aswa se
levantó temprano. Y tras bañarse en el agua sagrada del río y habiendo hecho su
meditación matutina, se encontró de nuevo con los Pāṇḍavas quienes le
atendieron con agua fresca y comida caliente. Draupadī había bendecido su
vasija de cobre que produce cantidad ilimitada de arroz fresco cocido y otras
viandas. Brihad Aswa preguntó a los Pāṇḍavas acerca de sus recorridos por el
bosque y ellos le contaron sus aventuras.
“¿Cómo puede un guerrero fiel y honesto
atado en lealtad, discutir con su hermano mayor y rey?” dijo el sabio.
Yudhiṣthira dijo, “Es mi culpa. Oh santo,
escucha mis dudas y equilibra mi mente. Estoy en una gran crisis”.
“He puesto a mis hermanos y mi reino en
riesgo. Aposté mi riqueza, mi reino y a mi esposa”.
Bhīma interrumpió, “¡Pero podemos pelear!
Podemos castigar a Duryodhana y a sus primos”, dijo, flexionando los brazos.
“Deja que te escuchemos”. Dijo Brihad Aswa,
cambiando la posición de su asiento. “Continúa”.
Yudhiṣthira recogió una hoja de mango y la
escudriñó mientras hablaba. “Soy un rey. Tenemos un código. Cuando cambia,
tenemos que responder el llamado, ya sea en batalla o cualquier otro conflicto.
Retorció la hoja entre sus dedos.
“Convocado por jugadores astutos hábiles
con los dados, fui forzado a responder a su llamado. Haber rehusado hubiera
sido una cobardía. Si mis aliados sabían que había rehusado el reto me hubieran
considerado débil y se hubieran unido a la oposición”.
Aplastó la hoja entre sus dedos, Yudhiṣthira
miró a su hermano cuyos ojos seguían hinchados de rabia.
“Difícilmente se podía rechazar un reto de
mis primos. Y sin embargo utilizaron a su tío, un truquero astuto llamado
Shakuni, experto en dados, para destruirme. Se dice que se jugó a los dados los
huesos de su padre. Se dice que cuando habla a los dados ellos ejecutan su
venganza. Mientras que yo, tomo el reto y no soy un experto en juegos de azar y
poco sé de hacer trampas”.
Yudhiṣthira dejó caer la hoja y fijó la
mirada en Brihad Aswa. El sabio escuchó con cuidado, sorbió agua de un cuenco
de hojas. Yudhiṣthira dijo, “Soy un hombre honesto. Pero estos pecadores me
timaron. Timaron a mi esposa y a mis hermanos. Me hicieron jurar el exilio y he
de guardar mi promesa pues he puesto mi palabra en garantía”.
“Pero ahora no tengo nada. Vago por aquí
como me ves, en harapos y piel de venado, duermo bajo un árbol. He perdido a
mis hermanos, al veloz e inquieto Arjuna. Mi esposa está vestida en harapos y
sólo tiene desprecio por mi cobardía. Mi hermano el poderoso Bhīma quiere
provocarme a pelear. Estoy atado por mis promesas, condenado por mi vicio,
empobrecido y engañado. Si me decido por la guerra, seremos asesinados. Somos
inferiores en número y en hombres. Nuestros aliados están dispersos. Estamos si
hogar y sin ayuda, abandonados por nuestros amigos. Y sin embargo si atacamos
prematuramente seguro que enfrentaremos la destrucción. ¿Cómo pudo pasar esto?
Un rey no debe desesperar. Soy un hombre, un guerrero. ¿Cuánto tiempo he de
permanecer aquí en el bosque como un criminal escondido? No creo poder seguir
así”.
El sabio miró el horizonte. Pudo ver el río
sagrado Saraswati en la distancia, su cauce plateado parecía desvanecerse en el
infinito. Reflexionó en las palabras del rey y recordó las enseñanzas de los
antiguos Puranas. Clavo la mirada en Yudhiṣthira. El rey estaba desconsolado:
“¿Ha alguien sufrido antes así como yo? Míranos”.
“Hemos sido descastados, ridiculizados,
empobrecidos, despojados del reino y hogar y vestidos en harapos… ¿Ha habido
alguna vez un príncipe tan desgraciado como yo? Dime si puedes de alguien que
haya caído tan bajo como yo, que sea más miserable que yo”.
“Siento el peso del exilio. Mis hermanos y
seguidores cuentan conmigo para regresar y gobernar el reino de Hastinapura.
Pero la senda es larga. No siento la fuerza de continuar este áspero camino. A
riesgo de ser asesinado como una oveja estoy tentado a romper mi voto y buscar
venganza contra esos malhechores. Tal vez Bhīma tiene razón después de todo. Es
hora de sembrar violencia y destrucción en los hijos de Dhritarasthra. Pero
estoy confundido con mi senda, ¿Cómo ves las cosas?”
El sabio de dimensiones arbóreas se sentó
en una posición de loto. Su meditación le llevó hacia otro tiempo. Recordó las
historias que le enseñaron. Brihad Aswa conocía la importancia de la promesa de
Yudhiṣthira y lo profundo de su desesperación. Con gravedad empezó a contar su
historia.
“Oh gran rey”, dijo Brihad Aswa, “no eres el
único que has estado en esta situación”.
“Dime, oh sabio”.
Nala
El sabio del bosque Brihad Aswa se sentó en
la posición de loto, con la espalda derecha.
Miró a través de las copas plumadas de los
árboles hacia más allá del cielo azul. Pudo ver una pareja de Kokil revoloteando
a través de las hojas mientras se acomodaban en una nueva rama.
“Oh nobel príncipe, no pierdas el corazón”,
dijo.
Tu exilio ha sido duro. Se dice que para
quien una vez ha sido honrado, el deshonor es peor a la muerte. Muerte feliz la
del rey guerrero que muere en batalla.
La lenta muerte del destierro es peor que
una tortura. Exiliado de tu hogar, tu palacio y riqueza y de la adulación de
los ciudadanos de Hastinapura, has vagado descalzo por la tierra muchos años.
Vestido en piel de venado, la hermosa Draupadī
sólo tiene viento y lluvia por ornamentos. Después de los opulentos festines en
tu sacrificio Raja-suya los frutos del bosque son de hecho muy humildes.
Tu hermano Bhīma tiene comezón por pelear. Ahora
incluso aprieta los puños, sedientos de la sangre de Dushasana.
Pero el sufrimiento a menudo le ocurre a
los reyes más grandes. Recuerda a Rama, el más grande de todos los reyes. Su
exilio en el bosque, la pérdida de su reino se equiparaba a la tuya.
“Los ciudadanos de Ayodhya quemados de
angustia al verlo partir. Su esposa, Sita la que nació de la tierra, cruelmente
secuestrada. Su batalla con el demonio Ravana de diez cabezas es leyenda en
este bosque”.
Yudhiṣthira contestó, “Pero Rama era un
súper-humano, el propio Dios. ¿Cómo puede un simple mortal igualarse en
paciencia y grandeza con Rama? No puedes esperar que yo siga el ejemplo del
Señor Rama. Aún ahora la tierra resuena con su nombre. Yo soy un humilde rey,
nacido en la línea lunar de Bharata, E incluso cuando Rama regresó a Ayodhya,
fue bien recibido por su hermano. No tuvo que luchar contra príncipes
envidiosos, empeñados en robar su reino. Ravana era un demonio sobrenatural, y
Rama lo venció, pero Rama tuvo la ayuda del gran Hanumāna, él mismo estaba
bendecido por los dioses.
“Y ahora me ha abandonado el veloz Arjuna,
el asesino de los enemigos. No veo en qué es similar mi situación. Por favor
dame un ejemplo distinto que me consuele. Rama era virtuoso y no perdió su
reino apostando. He creado un gran pecado al vender a mis hermanos y esposa al
exilio. El gran Rama nunca fue tan tonto como yo. Ayúdame a ajustar
adecuadamente mi visión o sino ayúdame, seguiré el consejo de Bhīma y me
conduciré hacia nuestra masacre. Tal vez es mejor morir peleando en el campo de
batalla como un héroe, asesinado por los hijos de Dhritarasthra que vagar sin
rumbo como un criminal en el bosque oscuro. ¿Cómo puedo comparar mi vida con la
de Rama?”
Yudhiṣthira calló. Bhihad Aswa lo miró
compasivo. “Por supuesto. No podemos imitar a los avatares del propio Dios. Y
sin embargo rama pasó el tiempo requerido exiliado en el bosque. Mantuvo su
palabra como lo hacen todos los grandes reyes. Tal vez no sigamos su ejemplo,
pero hemos de seguir la regla de Raja-raja, la ley de los reyes. Me limito a
citar el ejemplo que dan las escrituras.
Al escuchar la historia de Rama podemos
reflexionar en cómo incluso los grandes reyes sufrieron antes de establecer su
reino. Pero tal vez hay un ejemplo más cercano a esta situación. La historia de
los grandes reyes y sus tragedias puede acercarnos a entender. Tú naciste en la
grandeza, Yudhiṣthira.
“Tú mismo nombre significa ‘quien es firme
en la guerra’. Una guerra no se gana simplemente por luchar en el campo de
batalla, sino en la preparación también. Ser firme en la guerra es ser firme en
la paz. Y sólo hay que ocuparse en la guerra después de que todas las
alternativas se hayan agotado. Deja que la línea de mi pensamiento continúe”,
dijo el sabio. Brihad Aswa hizo una pausa. Sorbió agua sagrada de un cuenco
pequeño hecho de hojas de loto. Respiró profundo el aire puro del bosque. Bhīma
había relajado sus puños y se sentó tranquilo a escuchar. Yudhiṣthira estaba
casi en trance mientras escuchaba, controlando su respiración.
“Escucha, te diré la historia de un gran
hombre, un rey talentoso como tú que cayó en una condición exacta a la tuya.
Estaba dotado de las más selectas virtudes, destacaba por sus habilidades en el
juego y la caza. Era un monarca virtuoso que perdió su reino a causa del vicio
del juego.
Si bien era bendecido por los dioses, el
rey era también humano, nacido en tu línea. Él también perdió todo. Su
dificultad era aún mayor que la tuya. Humillado, maldecido, exiliado,
despreciado, ridiculizado y dado por muerto, cayó en los momentos más difíciles
y perdió toda esperanza. Pero tras sufrir grandes reveses, recuperó tanto como
su reino como su amor. Escucha con cuidado y te revelaré su historia”.
Para entonces Draupadī se unió a los
gemelos y todos los demás se reunieron ahí para escuchar a Brihad Aswa.
Yudhiṣthira sonrió y dijo, “Te agradecemos
tus palabras compasivas. Por favor cuéntanos oh sabio la historia de Nala y
Damayanti”.
“El rey Nala era aficionado a los dados.
Fue engañado por Puskara y exiliado. Cuando Nala fue exiliado no tenía ni
hermanos ni amigos que le ayudaran. No tenía fortuna de reyes ni un cuenco
mágico como el que lleva con ella Draupadī.
Nala fue echado fuera, despojado de su
realeza, sus carros y elefantes, sus sirvientes y palacios, y vagaba solo en el
bosque tal como haces tú. Y aun así triunfó y su nombre vive en la historia.
Entonces, como otros grandes reyes que han estado en peores condiciones que las
tuyas, no haz de afligirte.
Y mientras Draupadī observaba, Yudhiṣthira dijo,
“Por favor, cuenta la historia completa. Eres un gran rishi de enorme
elocuencia dotado para el discurso. Me gustaría escuchar la historia del
ilustre Nala de principio a fin. Eso me dará gran consuelo, Por favor
continúa”.
Y Draupadī dijo, “Por favor, oh gran sabio,
dime de Damayanti. Cómo es que fue exiliada junto con su esposo, quien luego la
abandonó en el bosque”.
Brihad Aswa contempló al grupo ahí reunido
entre las sombras del viejo tamarindo y dijo, “muy bien, ya que tienen
intenciones de escuchar, voy a narrar esta historia tal como la escuché de mi
mentor”.
“Nishadha es una tierra lejana. Puede
hallarse en el mero centro de Bharata-Varsha, en los valles de las montañas
Vindhya. Hace mucho tiempo, antes de la actual dinastía, ahí había un rey
célebre entre la gente conocida como Nishadhas. Su nombre era Virasena y era un
buen gobernante.
“Nala era su hijo y cuando Virasena murió
el Príncipe Nala se hizo rey. Nala era un hombre atractivo y gobernaba con
suavidad. Mientras aún era joven, era bien versado en la riqueza y la virtud.
Estaba dotado por los dioses. Entre sus opulencias no sólo estaba una gran
fortuna y su realeza, sino que también era físicamente hermoso. Como tus
hermanos Nakula y Sahadeva, Nala era hábil con los caballos. Podía hablar su
lenguaje para encantarlos. Y cuando cabalgaba, sus caballos iban veloces como
el viento.
Nala era un joven fuerte y apuesto y aunque
poseía un talento especial para los caballos, era también era respetado por los
hombres. Era la cabeza de muchos otros reyes que le seguían. Alto y brillante
como el sol, lideraba a la raza antigua llamada Nishadehas que vivían cerca del
reino de Vidarbha en donde Sita reinó en una ocasión como princesa.
“Nala era un poderoso guerrero, heroico y
atractivo como cupido. Amaba los juegos, especialmente el de los dados; amaba
ganar. Era el amo de un gran ejército de elefantes, carrozas, arqueros y
caballos. Era venerado por todos, puesto que era un alma grande que había
conquistado sus pasiones más bajas. Las mujeres de todas partes le adoraban y
admiraban tanto por su ingenio como por su hermosura. Era atlético y fuerte y
se movía con gracia y esplendor.
“Nala era un hombre de muchos dones: no
sólo era atlético y gracioso, sino que aparte tenía una serie de poderes
místicos. Algunos de estos poderes eran naturales y otros dados por los dioses.
De los dioses adquirió la habilidad de conjurar el fuego en cualquier sitio que
quisiera. Era invulnerable al fuego y no podía quemarse. No sólo podía crear
fuego, podía conjurar al agua a su antojo a través del tacto. Como era amo del
fuego y el agua, también era maestro en la cocina y los sabores. Hay muchos
shastras Védicos basados en sus instrucciones para enseñar el arte de cocinar”.
Y fue así como este gran rey bendecido con
muchos talentos, experto en domar caballos, gobernó como un monarca entre los
dioses. Era muy leído en los Vedas y erudito en todas las escrituras. Y sin
embargo aún no tomaba una esposa. A pesar de ser admirado por todas las mujeres
en la tierra, sin embargo, estaba absorto en los deberes del reino y no había
buscado a la que sería la compañera de su vida”.
Un día llegó un brahmán a su corte, de
nombre Damana. Y como el Rey Nala siempre cuidaba mucho a los brahmanes,
recibió a Damana y le ofreció toda hospitalidad a su cargo. Y mientras estaban
sentados en el patio del rey, Nala le preguntó al brahmán:
´ ¿Qué novedades? ¿Qué puedes contarme de
tierras lejanas, oh Daman?’
Y Daman dijo, “mi querido Rey Nala experto
con los caballos, haz de saber que incluso ahora en el reino de Vidarbha reside
un gran gobernante. Su nombre es Bhīma”.
Brihad Aswa sonrió y miró a los hermanos Pāṇḍava
mientras contaba la historia. “Por supuesto que no hay que confundirlo con nuestro
propio Bhīma quien se sienta tan atento a escuchar nuestra historia”.
Continuó.
“De cualquier modo, Daman el vidente de la
verdad dijo a Nala lo siguiente:
‘Este Bhīma es un gran rey; experto en las
artes marciales quen ha conquistado muchas tierras. Pero por largo tiempo a
pesar de tener una hermosa esposa, no tenía ningún hijo. Hace muchos años
visité su corte, tal como ahora te visito a ti. Su hospitalidad fue cálida, yo
estaba muy complacido con él y por el poder místico investido en mí, le otorgue
a su esposa la bendición de los niños. Con el tiempo el rey Bhīma tuvo una hija
que es una joya y tres hijos famosos de alma elevada: estos eran la niña
Damayanti y los tres niños, Dama, Danta y Damana, mi tocayo. Esto fue hace
muchos años?
“Damana continuó, ‘La reina por supuesto estaba muy contenta de
tener estos hijos encantadores. Y mientras los tres hijos crecieron para ser
grandes guerreros, orgullosos y fuertes, la hija del rey, Damayanti de talle
delicado, es una gran belleza dotada en todos los sentidos con la excelencia y
el encanto, la gracia y la buena fortuna, leve como la luna nueva pero radiante
como el sol. Incluso ahora que hablamos, su mano es buscada por muchos reyes y
príncipes’”.
“Damayanti es una belleza especial. Y
aunque es esperada por cien de doncellas que la bañan y visten con hermosos
ornamentos y joyas, ella no es vana ni orgullosa. Con su brillo y gracia,
camina entre sus más hermosas siervas tan elegante y perfecta como un rayo
entre un banco de nubes’”.
“Nala dijo, ‘Estas noticias son
maravillosas, Pero ¿qué tengo que ver con una doncella tan hermosa como
Damayanti?’”
“El viejo vidente continuó”, ‘Temo que eres
muy bien conocido. Todo el mundo repite el nombre de Nala. Nala el gran hombre
de los caballos, Nala el cocinero, Nala el buen atleta, Nala el rey de los
hombres.’”.
“Pero todo eso es simple vanidad’, dijo el
rey. “Todo lo que he hecho me ha sido otorgado por los dioses. Hago lo mejor
que puedo para gobernar el reino tal como lo hizo mi padre. ¿Qué es la fama?
Todo es vanidad. Pero continúa, mi santo amigo. Tu historia es sorprendente.’
El viejo visionario Damana dijo, ‘Cuando
Damayanti era apenas una niña, jugaba con muñecas en el mármol del suelo del
gran palacio de Vidarbha, ella escuchaba con frecuencia el nombre de Nala. Los
mensajeros llegaban ante el Rey Bhīma, y la hermosa Damayanti escuchaba sus
conversaciones. Los hombres hablan de tus hechos y proezas.’
‘No pasó mucho tiempo para que ella
empezara a imaginar cómo sería caminar con su señoría por los bosques verdes.
La reina me ha confiado muchas cosas. Me dijo cómo su hija habla de ti.
Damayanti habla de cómo ella cabalgará junto a ti, montada en corceles blancos
controlados por tus mantras. Ella ríe y se ruboriza estando con sus cien
doncellas vírgenes cuando habla de vivir contigo en este gran palacio. Y aunque
se ruboriza ante tales pensamientos, ahora que ha crecido te sigue conservando
en su corazón. Vienen y van noticias del reino de Vidarbha, y mientras los
heraldos del rey extienden tu fama, esta joven doncella, hermosa como las
apasras del cielo ha empezado a concebir un gran apego por el famoso Rey Nala,
su señoría.’”
“’Te agradezco estas noticias, amable Damana,’
dijo el rey, no sin cierta gravedad. Y después, esa tarde, tras recibir caridad
y hospitalidad de Nala, el viejo visionario regresó a su peregrinación, vagando
a través de los valles de la montaña Vidhya en la tierra de los Nishadha.
“El propio joven Rey Nala estaba
sorprendido de estas noticias del viejo visionario. Y, aunque era cierto que había
empezado a pensar en tomar esposa, nunca se le ocurrió que una doncella con el
alma perturbada tan hermosa como Damayanti pudiera pensar en el con tanta luz.
“No era la primera vez que Nala escuchaba
de lo que a menudo se oía acerca de la belleza de Damayanti quien era la
doncella más bella en los tres mundos. Se decía que su casta belleza perturbaba
hasta los propios dioses. Y le agradó el saber del visionario brahmán como
Damana, como es que ella pensaba en él, Nala de igual modo; empezó a pensar en la
famosa doncella, poseedora de gran belleza, casta e inocente rodeada de cien
siervas vírgenes, en su aromático jardín de flores de jazmín. ¿Cómo podía una
hermosa doncella como esta pensar en él?
“En Vidarbha, la propia Damayanti estaba
encantada con la idea de casarse con este tigre entre los hombres. Había
escuchado que era tan bello como cupido, valiente, bien formado, experto con
los caballos y un maestro en la cocina que ordenaba al fuego y al agua. De
hecho eran ciertas las noticias que llegaban a sus aposentos.
“De este modo, por el constante oír de los
encantos y las virtudes uno del otro, a pesar de que el gran príncipe nunca
había puesto los ojos en la adorable Damayanti, y esa hermosa doncella nunca
había puesto los ojos en Nala, ambos cayeron profunda y locamente enamorados el
uno del otro”.
“Y fue así como Nala fue herido con los
pensamientos de la adorable doncella Damayanti. Para aclarar sus pensamientos
llevaba a los jardines reales a su semental más fino y caminaba a través de los
elevados árboles de mango y los espejos de agua.
Una mañana, justo antes del amanecer
cabalgó veloz en las verdes llanuras fuera de los muros de palacio. Y mientras
corría vio una bandada de pájaros dorados que iban hacia los bosques y jardines
reales.
Curioso, siguió su camino, Vio a los
pájaros posarse en el bosque, cerca de un espejo de agua cubierto con flores de
loto. Dejó su caballo y se movió despacio hacia el bosque, sin hacer ruido.
Escondido entre los árboles de mango que
rodeaban el estanque vio que los pájaros eran cisnes, sus alas de plumas
doradas que brillaban mientras jugaban en el agua. Y fascinado por esas alas
doradas, Nala los persiguió, en un capricho fue tras ellos.
Agitaron sus alas doradas y volaron sobre
los árboles. Pero uno de los cisnes no escapó de su alcance. Nala atrapó al
cisne dorado, lo sostuvo contra su pecho.
Y mientras Nala admiraba su belleza, el
cisne se volvió hacia él y dijo, “Oh Rey, libérame y te haré un gran servicio”.
Nala rió. “¿Por qué he de liberarte? Con
tus alas doradas darás mucho a mi jardín. Quédate conmigo aquí y engalana con
tu belleza mi estanque de lotos, y todos se sorprenderán ante tus alas
doradas”.
“Libérame”, dijo el cisne. “Pues puedo
ayudarte”.
Nala sonrió. “¿Cómo puede un simple pájaro
como tú ayudar a un príncipe del reino?”
“Te he visto seguido caminar aquí en este
jardín, en la mañana temprano. Algunas veces suspiras y miras el agua y gritas
el nombre de Damayanti”.
“Y qué tienes tú que ver con Damayanti”,
dijo él, apretando el cuello del pájaro con gentileza y mirando sus negros
ojos.
“Nosotros los cisnes dorados vagamos de un
estanque real al otro. He estado en Vidarbha, el antiguo reino de Sita. He
visto a Damayanti, la joven doncella quien ha capturado tu corazón. Ella camina
en los patios de sus jardines en la mañana temprano. Ahí dice sus oraciones y
hace su meditación matutina.
“Y algunas veces cuando con gracia floto
sobre las aguas cristalinas de ese espejo de agua en donde crecen los lotos
rojos escucho que languidece de amor. Dice tu nombre una y otra vez mientras
ora, ‘Oh Nala’. Sé que está enamorada de ti. Pero si me liberas, volaré hasta
los muros de su patio e iré hacia ella. Ahí le diré de tu amor. Le llevaré a
ella tu mensaje. Nosotros los cisnes también sabemos lo que es el amor. Déjame
libre y navegaré sobre los árboles y surcaré los cielos hasta llegar al palacio
de Damayanti. Alcanzaré su jardín y le diré a esa doncella de tus encantos
hasta que arda de amor por ti”.
“Muy bien”, dijo Nala, liberando al cisne.
El cisne mensajero dio gracias al rey. Se elevó con sus alas doradas y abandonó
el palacio. Se reunió con sus amigos los pájaros de alas doradas volando antes
del amanecer a través de los cielos despejados, hacia la tierra de Vidarbha y
al palacio del Rey Bhīma.
“Los pájaros volaron por encima de los
muros del palacio hasta que encontraron un jardín de árboles altos y fuentes de
mármol en los patios interiores del Rey. Ahí chapotearon en el agua del pequeño
estanque, cercano a donde Damayanti caminaba con sus cien doncellas en la incipiente
mañana iluminada. Y la joven Damayanti estaba encantada de ver a los graciosos
cisnes de alas doradas jugando en las cristalinas aguas del estanque. Ella les
lanzaba agua desde la orilla y los cisnes juguetones corrían de aquí para allá.
“Damayanti retozaba en la orilla del agua,
persiguiendo a los cisnes. Sus ágiles doncellas corrían y reían como una
bandada de cisnes dispersa. Todas las jóvenes se sumaron al juego y
persiguieron a un cisne, ya que todos iban en diferentes direcciones. La propia
Damayanti corrió tras el pájaro dorado más grande, el mensajero del príncipe
Nala. Y ese cisne mensajero llevó a la princesa virginal lejos de sus doncellas
hacia un bosquecillo aislado de árboles de ashoka.
“Y justo cuando estaba a punto de atraparlo
y tomarlo con sus delgados brazos, el cisne se volvió hacia ella. Sacudió el
agua de su plumaje y levantó su pico y habló en el lenguaje humano, dijo: “Oh
doncella preciosa, princesa Damayanti de Vidarbha , escúchame.”
La princesa Damayanti estaba sorprendida de
escuchar a un cisne con alas doradas dirigirse a ella en lenguaje humano. Ella
escuchó, sorprendida, con los vellos erizados.
“Escúchame”, dijo el cisne. “He venido
desde la corte de un gran príncipe lejano. Este príncipe es el señor de los
Nishadhas. Su nombre es Nala. Este alto y noble monarca es igual en belleza a
los dioses. Es como el mismísimo cupido, atractivo y fuerte, envidiado por los
dioses, Gandharvas, y hombres.
“Oh doncella de talle delicado”, continuó
el cisne, “aunque es un gran rey, un hombre de carácter, está triste y
melancólico. De hecho sólo piensa en ti. No está casado pero desea tomarte, oh
princesa como su esposa y hacerte su reina.
“Si tomas a Nala como tu esposo, los dos
unirán sus reinos y gobernarán extensamente.
“Nosotros los cisnes de alas doradas hemos
visto dioses y hombres, e incluso seres celestiales como Gandharvas y Nagas. Pero nunca hemos
visto a alguien semejante a Nala. Es una joya entre los hombres, un dios entre
los reyes.
“Tú eres una perla entre las damas
hermosas. Di la palabra y regresaré ahora con el Rey Nala, junto con esta
bandada de cisnes dorados. Llevaré tu mensaje de asentimiento y aseguraré los
preparativos de la boda.
“De sobra está decir que si accedes, tú y
Nala vivirán en paz por muchos años, gobernando los reinos de Nishadha y de
Vidarbha desde sus palacios rodeados de amorosos hijos en gran felicidad. Nala
es el orgullo de los hombres y tú eres la perla de las doncellas. El
incomparable don del amor será suyo. Y cuando la inigualable Damayanti se case
con el sin rival Nala todos se regocijarán. Su unión será bendecida por todos
los dioses”.
La poesía de las palabras del cisne atravesó
el corazón de Damayanti y le dieron mareos. Se desmayó. Pero cuando despertó el
cisne estaba ahí aún, asoleándose en el jardín con sus alas doradas radiantes a
la luz de la mañana.
Ella se sonrojó. “Pensé que había sido un
sueño”, dijo.
“No fue un sueño”, dijo el cisne. ¡Sólo da
tu palabra e iré en busca de tu esposo Nala hasta su jardín y le daré las
buenas noticias! El compromiso se habrá formalizado”.
La tez blanca de Damayanti se sonrojó
rosada. Sonrió. “Sea”, dijo. “Si es mi destino estar unida a ese gran príncipe,
entonces he de seguir mi corazón. Dile a Nala que seré suya”.
“Sin duda lo haré, hermosa Damayanti”, dijo
el dorado cisne mensajero.
El cisne dorado, satisfecho con su tarea,
de nuevo surcó los cielos. Se dispararon sobre Vidarbha y regresaron a la
tierra de los Nishadhas por el mismo camino por el que llegaron. Y regresaron
de nuevo al jardín de Nala se presentaron ante el noble príncipe y le contaron
todo.
“Ella te ha aceptado, oh Nala. No necesitas
dudar de ella. Ella corresponde tu amor y unirá su mano a ti en matrimonio”.
Brihad Aswa continuó, “A medida que los
cisnes de oro se disiparon por encima de Damayanti ella apenas podía creer lo
que acababa de suceder. Y a medida que pasaron los días se embriagó con su
enamoramiento. Cuando recordaba de nuevo las dulces palabras del cisne, su amor
ardía en su corazón y no podía encontrar paz.
Incapaz de confiar en sus doncellas o
incluso en su madre la reina, se hizo melancólica. Sus mejillas perdieron el
rubor y se puso pálida y demacrada. Perdida en su propio mundo. Damayanti
vagaba distraída como una mujer enloquecida.
En los banquetes que hacía su real padre,
perdió todo interés. Y en noche no podía dormir. “Oh, ¿qué haré?” gemía.
Poco a poco sus doncellas fueron hacia la
reina y le contaron de la angustia de Damayanti. La reina supo que la princesa
tenía que estar enamorada y fue a ver al rey.
El Rey Bhīma dijo, “¿Por qué está tan
distraída nuestra hija? No se interesa ni por la comida ni por la bebida. Se ve
pálida. ¿Está enferma?
“Damayanti está enamorada”, dijo la reina.
“No estoy segura de cuándo y cómo ha concebido esta pasión, pero estoy segura
de que se ha enamorado del Príncipe Nala de la tierra de Nishadha. Tienes que
meter la mano en esto.
Al fin el rey pudo entender cuál era el
problema de su hija. Supo por todas las indicaciones que la princesa estaba ya
en edad de casarse. Y era su deber de padre el buscar una pareja adecuada y
casarla antes de que muriera de amor.
En aquellos días como hasta hoy, era
costumbre que el rey organizara una svayamvara, en donde campeones podrían competir
con armas por la mano de la joven princesa.
“Organicemos un concurso por su mano”, dijo
el Rey. “Declararé su svayamvara. Dejemos que este Nala venga y desafíe a los
otros jóvenes galantes. Y si ella lo acepta, los dejaremos gobernar como Rey y
Reina”.
Y fue así que el rey Bhīma convocó a
distintos reyes y príncipes, envió a sus mensajeros y heraldos por todo el
territorio a anunciar la inminente competencia swayaṃvara por la mano de su
hija, la hermosa Damayanti.
La fecha para la ceremonia de la competencia
quedó establecida. Todos los reyes y príncipes importantes empezaron a llegar a
la corte de Vidarbha para competir por la hermosa Damayanti quien ya para
entonces estaba consumiéndose, muriendo de amor, suspirando por el día en que
Nala llegara a rescatarla.
Estos nobles señores sacudieron la tierra
con el estruendo de sus carros y el rugido de sus elefantes mientras se
encausaban hacia Vidarbha. Muchos jóvenes excelentes cabalgaban fuerte sobre
sus sementales encabezando a sus soldados hacia la tierra del Rey Bhīma.
Llegaron con sus batallones de soldados en cota de malla, con sus escudos
redondos y sus flechas en ristre.
El poderoso rey Bhīma saludó a los jóvenes
pretendientes con guirnaldas de flores y ornamentos y les proveyó de estancias
hermosas en el palacio en donde podían descansar hasta el día señalado. Y así
miles de hombres armados, kshatriyas todos, llegaron al gran palacio del rey de
Vidarbha.
Y a medida que los poderosos reyes y
príncipes se reunieron para competir por la mano de la hermosa Damayanti, el
rey de los cielos se dio cuenta.
“¿A dónde van estos guerreros?” pensó.
“¿Llevarán a cabo una guerra terrible? Y ¿por qué nadie me lo ha dicho?”.
En ese momento el sabio entre los dioses,
Narada, llegó al reino celestial del amo de las nubes. El rey de la lluvia le
preguntó a Narada, “¿A dónde han ido todos los grandes reyes? Aquí en mi morada
celestial atiendo por lo general a guerreros y héroes. Pero últimamente han
dejado de visitarme. Ahora veo nubes de polvo mientras marchan hacia el reino
de Vidarbha. ¿A dónde están yendo? ¿Qué significa esto?”
El consejero de los dioses, el sensato
Narada, conestó, “Mi querido rey del cielo, el gobernante de Vidarbhas tiene
una hija, Damayanti.
Su belleza sobrepasa a la de todas las
doncellas mortales. Ella es la adoración de grandes guerreros y héroes quienes
han ido a competir por su mano en su swayaṃvara. Ella es una perla
inapreciable, una belleza sin igual, más hermosa que cualquier apsara del
cielo, y reyes y príncipes se han reunido desde las cuatro direcciones para
tomar las armas en su honor. Es un gran espectáculo que nadie puede perderse”.
Y mientras se llevaba a cabo la
conversación con Indra, llegaron ahí otros dioses, incluyendo a Agni, el dios
del fuego, Vayu el dios del viento, y Varuna, el dios del agua y los ríos.
Al escuchar las palabras de Narada, Indra
rió. “¿Más hermosa que las apsaras del cielo? De hecho. Si Damayanti es tan
hermosa que todos los reyes y príncipes pelearán por su mano, tal vez ella es
adecuada para nuestro reino celestial. Vayamos. Si esta Damayanti vale
suficientemente la pena, tal vez yo mismo la tome por esposa”.
Agni, el dios del fuego, dijo, “Si ella es
suficientemente buena para el rey del cielo, tal vez es suficientemente cálida
para el dios del fuego. Yo iré a Vidarbha y veré a la hermosa doncella”. El
dios de la muerte, el propio Yamarājam se unió a ellos.
Así fue como Indra el dios del trueno y la
lluvia, Varuna el dios de los mares, los lagos y los ríos, Agni el dios del
fuego, Vayu el dios del viento e incluso la mismísima muerte, acompañados de
diversos asistentes, se montaron en sus naves aéreas y se dirigieron hacia
Vidarbha en donde se llevaría a cabo el gran swayaṃvara de Damayanti.
“El Príncipe Nala, por supuesto, también
estaba en camino hacia Vidarbha.
“Cuando la noticia de que Damayanti
elegiría un pretendiente llegó hasta el Príncipe Nala, este se apresuró hacia
Vidarbha, Sabía que era el momento de ir a reclamar su amor. Se pararía ante el
Rey Bhīma y todos los héroes y se proclamaría a sí mismo como el campeón de
Damayanti, listo a matar a cualquiera que se le opusiera en combate mortal.
“Enganchó a su carro sus mejores caballos y
aceleró en el camino, rápido como el viento. Tal como lo quiso la fortuna los dioses
habían llegado al camino hacia Vidarbha justo a tiempo para encontrarse con
Nala quien se dirigía hacia la competencia.
“Quedaron asombrados ante su hermosura que
era como la del propio Cupido. Muchos de los dioses menores, asombrados ante su
belleza, dejaron el camino y regresaron a los cielos, pensando que nunca serían
capaces de competir con este mortal.
“Al ver a este joven tan determinado,
Indra, Yama, y Agni, descendieron de sus aeronaves, “Usted nos ha de ayudar”.
Nala detuvo su carruaje y miró maravillado
hacia los cielos, medio cegado por la luz que dividía las nubes. Vio a los
dioses en sus aeronaves. “Siempre estoy al servicio de los dioses”, dijo Nala,
sorprendido. “¿Quiénes son? ¿Qué quieren de mí? Me comprometo a ayudarlos de
cualquier forma.
Indra dijo: “Nosotros somos los amos del
universo, los guardianes majestuosos de la tierra”.
Y Nala unió sus manos en oración y ofreció
sus reverencias. “Ordénenme”. Dijo.
“Podemos confiar en que harás nuestra
voluntad”. Dijo Indra el dios del trueno.
“Sí. Así sea”. Dijo el mortal Nala.
“Necesitamos que seas nuestro mensajero.
¿Puedes llevar un simple mensaje, oh mortal?”
“Claro. Pero estoy cegado por tu brillo
celestial. Permite que te vea. Dime ¿quién eres?”.
Soy Indra, el dios del cielo, rey de los
dioses, amo del trueno. Y él es Agni, dios del fuego. Aquí está Yama, el dios
de la muerte. Ahí está Vayu, el dios de los ríos. Hemos venido a pedirte un
favor especial”.
“¿Qué pudo yo, un simple mortal, hacer por
los dioses?”
“En la corte del rey Bhīma se llevará a
cabo una competencia importante por la mano de una hermosa doncella, Damayanti.
Necesitamos que le lleves un mensaje a ella. ¿Puedes ser nuestro mensajero?”
“Por supuesto”.
“Dile que los guardianes de la tierra
vienen a la ceremonia. Que nosotros los dioses deseamos tenerla como esposa.
Ella puede escoger entre nosotros. Como eres el más cortés de todos los
mortales podrás llevar este mensaje a ella y ella puede decidir con cuál de los
dioses se casará”.
Nala junto sus palmas en oración ante los dioses.
“Perdonen, maestros míos. Pero lo que dicen es imposible”.
Indra rió. “Nada es imposible”. Dijo. “Los
dioses muchas veces se casan con mortales que son adecuados para ellos. Tú eres
sólo un mensajero.
“Disculpe, mi señor”, dijo Nala. “No quiero
decir que algo es imposible para su majestad. Sino que esta encomienda es
imposible para mí”.
“No puedo llevar su mensaje. No puedo
abogar por tu causa ante mi amada. Lo ves, yo voy por este camino con el mismo
propósito. Incluso ahora estoy en camino hacia Vidarbha a declarar mi amor por
Damayanti y desafiar a cualquier hombre que se me oponga a un combate mortal”.
“Cuidado”, dijo Indra. “Ya has prometido
llevar a cabo nuestra voluntad. Y no es a hombres a quienes estás retando ante
ti. Somos los dioses del universo natural. ¿Nos retarás? ¿Te atreves?”
“Pero entrar a los aposentos y llevar este
mensaje a Damayanti sería suicida. Su estancia está fuerte protegida por
poderosos soldados pues hoy es la tarde anterior a su swayaṃvara. ¿Cómo podré
entrar ahí?”
“Nada es imposible”, dijo Indra. “Has
prometido actuar como nuestro mensajero, No desafíes a los dioses, Y si cumples
nuestro propósito serás recompensado más tarde. Ve ahora y entra en la terraza
de Damayanti. Ahí está ahora, esperando el regreso del cisne mensajero. Ve con
ella”.
Y diciendo esto Indra y los otros dioses
desaparecieron en un resplandor de luz brillante. Nala forzó los ojos y ya no
pudo ver la aeronave que los transportaba desde los cielos.
Nala quedó solo en el camino. Se mordía el
labio inferior de rabia, se dispuso a cumplir las órdenes de los dioses. Viajó
rápidamente desde Nishadha hacia el reino de Vidarbha y cuando el sol se puso
pudo ver los altos muros del palacio, reflejaban la última luz del día.
Emergiendo a través de los árboles que marcaban el camino escaló una colina
rocosa y contempló la escena. Conocía cual era el muro al jardín de la terraza
en la que esperaba Damayanti a través de la descripción que le dio el cisne
mensajero quien le contó de su amor por él. Ató sus caballos en una pérgola
escondida y descendió, anduvo el camino mientras la luz del sol se desvanecía.
Llegó a los muros del jardín de Damayanti
cuando caía la noche, ensombreciendo sus pasos. La luz de la luna llena era
suficiente para que pudiera encontrar una entrada hacia el otro lado del muro
del jardín. No lejos de ahí, los guardias estaban profundamente dormidos. Tal
vez los dioses eran amables después de todo.
Y con la ayuda de un árbol derribado de
ashoka escaló la pared. Desde lo alto de muro pudo ver los aromáticos jardines
de su amada, florecían los jazmines a la luz de la luna temprana.
Ahí estaba Damayanti. En su imaginación no
había concebido nunca a mujer tan encantadora, tan perfectamente formada.
Rodeada de cientos de doncellas vírgenes, cada una más encantadora que la otra
con ojos de loto, con piel de porcelana y un cabello tan negro como las plumas
de un cuervo. Su cálida sonrisa encantaba mientras reía y charlaba mientras
vagaba por el jardín en compañía de sus damas.
Damayanti se movía más graciosamente que el
cisne de alas doradas. Había calado su alma. Bebió la delicada belleza suya: La
delicada proporción de sus extremidades, su piel de marfil, y su cabello negro
como un abejorro; su cintura esbelta, y los arcos abovedados de sus cejas que
disparaban miradas fieras desde sus hermosos ojos como si lanzaran púas desde
un arco. Su cálida sonrisa encantaba cuando reía con sus doncellas. Parecía
como si la luna fría palideciera ante la calidez de su incipiente belleza.
La pasión de Nala se incrementó cuando
finalmente pudo ver al objeto de su afecto. Su amor se incrementó cuando miró
su figura a la luz de la luna.
Y sin embargo tenía que cumplir el deber que
le impusieron los dioses. Amargo destino: Abogar a favor de Indra ante su
amada. Qué tan crueles los dioses de darle tal encomienda. Saltó del muro.
Las doncellas se conmocionaron cuando vieron a Nala surgir del muro. ¿Quién
era el intruso de cabello dorado y forma inmaculada? Quedaron mudas, Una de
ellas se desmayó. Pensaron, “¿Es este un dios o un segundo cupido que viene a
anunciar su amor a esta dama? ¡Qué esplendor! ¿Un poderoso héroe que venía a
robársela?
Asombradas ante el encanto personal de Nala
las doncellas que rodeaban a Damayanti se aproximaron a él y empezaron a
alabarlo. “¡Qué príncipe entre los hombres!” dijeron. “¿Es un dios o un ángel
enviado del cielo?” estaban maravilladas y atónitas.
Y por último la propia Damayanti, golpeada
de asombro, se dirigió a él, dijo, “¿Cómo traspasaste a los guardias? ¿Eres un
espíritu del bosque, un Gandharva, o un dios? ¿Qué eres? Oh hombre de
cualidades bélicas y gracia divina, ¿cómo llegaste a este jardín? Oh alma sin
pecado, oh héroe celestial, ¿cómo has llegado aquí y qué pretendes de mí? ¿Cómo
entraste en nuestro palacio? ¿Cómo entraste sin ser visto?”
Nala contestó, “Oh hermosa doncella de
gracia virginal, mi nombre es Nala. Estoy aquí como mensajero de los dioses. Tu
belleza ha encantado a los señores de los cielos. Los dioses están cautivados
por ti, y haz de escoger entre ellos. Todos ellos están aquí para competir por
tu mano en tu swayaṃvara.
Ahí está Indra, el dios del trueno, Agni,
el dios del fuego, Varuna, el dios de los ríos, incluso el Señor de la Muerte,
el propio Yama te anhela. Por su poder místico pude entrar aquí sin alarmar a
los guardias. Y así es como he sido enviado aquí por los dioses. Ahora que
sabes que tu mano es deseada por los mismísimo dioses haz lo que te plazca.
Desean poseerte. Haz de escoger a uno de ellos en la competencia de tu
matrimonio”.
“Has escuchado la razón de mi misión hasta
aquí, ahora haz de decidir”.