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Friday, October 2, 2015

Mahabharata Continuacion: Romance Hindu Libro Uno Nala y Damayanti

Romance Hindú Libro Uno
नारायणं नमस्कृत्य नरं चैव नरोत्तमम्
 देवीं सरस्वतीं चैव ततो जयम् उदीरयेत्

महाभरत
Mahābharata
Una versión de
Michael Dolan, B.V. Mahāyogi
traducida por Teresa Loret de Mola, Tapanandini




La Historia
de
Nala y Damayanti


Tras haber dado un breve resumen del significado y contenido del Bhagavad-Gītā, ahora regresaré amables lectores a la historia del Mahābharata. Mucho de la historia, por supuesto, es muy conocido, especialmente las partes del conflicto entre los Kurus y los Pāṇḍavas. Ampliaré en su momento el tema del conflicto, pero me pareció oportuno dejar atrás la violencia y el conflicto de la guerra y divagar hacia las historias más encantadoras del Mahābharata, la de Nala y Damayanti.

La historia desde antaño ha sido contada muchas veces por los grandes poetas Kalidasa, también por muchos otros poetas en Sánscrito y en las lenguas nativas de India. La historia de Nala y Damayanti paralela la historia de Yudhiṣthira y la pérdida de su reino a través del juego de dados, es por ello que pide escucharla. Nos reunimos con los Pāṇḍavas en su exilio del bosque.

LA VISITA DE VRIHADASWA

Arjuna, el de los brazos poderosos, había dejado a sus hermanos para ir en busca de las armas de los dioses. Y ahí en el bosque ellos vagaban: el Príncipe Yudhiṣthira, el fuerte Bhīma, los gemelos y la hermosa Draupadī. El exilio era cruel. Ellos se lamentaban por la pérdida de su hermano, cuyo afilado ingenio y flechas veloces les habían salvado la vida tantas veces. El error de Yudhiṣthira era su vicio por el juego. Si sólo no hubiera lanzado los dados con el astuto Shakuni, no se habrían visto obligados a abandonar su reino.
Y ahí, en la oscuridad del bosque, las austeridades amargas desgarraban su corazón y orgullo.

Por momentos su sufrimiento era difícil de soportar. Comer raíces y bayas en el bosque era difícil para un hombre como Bhīma; más aún lo era el tragarse el orgullo. Quería pelear. Aún ahora podían cabalgar hacia Hastinapura y desafiar a los simpatizantes de Duryodhana y a sus aliados a una pelea justa. ¿Por qué esconderse como bandidos en el bosque? Con el poderoso brazo derecho de Arjuna podían tomar la ciudad de los elefantes y llevar a la tumba a sus primos perversos. Pero habían perdido todo ante la decepcionante astucia de Shakuni y el vicio por el juego de Yudhiṣthira.



Una noche, sentados frente al fuego, mientras veían arder las brasas tenues, Bhīma confrontó a su hermano Yudhiṣthira, “Siempre hablas del dharma, o reglas. ¿Qué pasa al seguir tus reglas? Fueron duras las condiciones de tu juego perdido, hermano. Doce años de exilio, y un año más en la clandestinidad sin ser descubiertos por nuestros enemigos. ¿Qué pasa si seguimos los términos de acuerdo a la ley? ¿Y si lo hacemos todo a la perfección? Estos hombres son tramposos. ¿Qué pasa si después de salir del bosque, tras seguir los términos del exilio, viene de nuevo Shakuni y te reta. Y qué si dice. ’No seas cobarde, ¡juguemos a los dados!’ No podrás negarte al desafío. Conociendo las leyes de los reyes, aceptarás.

“Tú y tu honor. Jugarás de nuevo para proteger tu honor y seremos timados una vez más. Ya tuve suficiente de estos juegos. Cabalguemos ahora y hagamos la guerra a nuestros enemigos. Lavaré el cabello de Draupadī en la sangre de los hombres que la insultaron y pongamos punto final a esto.

Y Yudhiṣthira dijo, “No podemos romper ahora nuestros votos. Ya casi cumplimos la sentencia. Si rompo ahora mi voto, los hombres dirán, durante años, a partir de ahora, que soy un mentiroso. He dado mi palabra como rey de seguir los términos del exilio. Pero escucha esto: He consultado a hombres más sabios que yo, sabios que pueden predecir el futuro. Puedo asegurarte que sin duda alguna tú y Arjuna matarán a los príncipes envidiosos de Hastinapura al final de nuestro exilio. No habrá más juegos, pero tenemos que ser pacientes.”
“Como soy honesto, esto sucederá.
Y aunque caí víctima de hombres pecadores que me vencieron con trampas en los dados, esto nunca sucederá de nuevo. No seré nunca presa de nuevo de los trucos del astuto Shakuni. Anota mis palabras”.
Pero Bhīma rió. Sacudió la cabeza y lanzó su taza al fuego, disgustado. “Una vez jugador, siempre jugador”, dijo. “Los hombres honestos no son engañados a través del vicio de jugar. Triste el día en que aprendiste a lanzar los dados. Lo llamas el juego de los reyes. Yo lo llamo el juego de los tontos”. Miró a su hermano, listo para pelear.
Justo entonces, escucharon crujir una rama a unos pasos de ahí. Callaron. Grandes osos se habían abierto paso hasta este bosque en ocasiones. Bhīma mató una vez a un gran Rakshasa come-hombres, Hidimba en una noche como esta. Los gemelos prepararon sus arcos, alertas ante el intruso.
“No despierten a Draupadī”, dijo Bhīma en un susurro. Se dio la vuelta y se movió en silencio hacia el sonido con su maza en mano.
“Tal vez es sólo el viento”, dijo Yudhiṣthira.
Escucharon de nuevo el sonido, más cerca.
Lo llamaban Brihad Asva, lo que significa “gran árbol”. Tal vez debido al “gran árbol” en el que su guru tenía su ashram, o tal vez porque era un hombre grande para ser un sabio del bosque. Era un vidente de la verdad, un tattva-darshibhi.
Conocía el pasado y podía ver el futuro. Había pasado largo tiempo en el bosque Khandava.
Brihad Asva sabía dónde encontrar agua pura del bosque y cómo llamar al fuego sagrado de una varita. Podía comer si cazar pues conocía los árboles que tenían flores y las hierbas y estaba bendecido por los dioses. Conocía los Vedas y las historias llamadas Puranas. Sabía que los Pāṇḍavas descansaban en la cercanía. Era un hombre grande y mientras vagaba atravesando el bosque las creaturas de la noche huían ante él.
A través de las ramas de un árbol de tamarindo pudo ver la luz tenue de la fogata que ardía, a los hombres que se estiraban y relajaban antes de tomar su descanso nocturno.
Brihad Aswa había caminado largamente a través de la jungla para llegar a este lugar. Podía ver que los Pāṇḍavas habían tomado el mejor sitio para hacer su campamento. Estaban cerca del río Saraswati y ahí había muchos árboles frutales. El claro que escogieron estaba bien protegido por espinos. Podía ver a Bhīma, y al rey Yudhiṣthira. Discutían mientras Nakula y Sahadeva hacían guardia, con los arcos preparados. Dio un paso hacia adelanta y pisó una ramita. Bhīma entró en acción. Al instante tomó su mazo y atravesó el bosque con su mirada oscura.
“Tal vez es sólo el viento”, dijo Yudhiṣthira.
“¿Quién anda ahí?” dijo Bhīma.
“¡Yudhiṣthira Mahārāja, Ki Jai!” dijo la voz en la noche.
“Vengo en paz”.
Espada en mano, Yudhiṣthira se había unido a su hermano. Miraron hacia la noche sin luna, a través de las zarzas, ajustaron sus ojos. Una forma se acercó a través del alto bambú que estaba cerca del río. Yudhiṣthira tocó el brazo de su hermano: “Espera”, dijo.
“Vengo en paz”, dijo de nuevo la voz. Vieron entonces al hombre robusto, grande como un árbol, vestido con una piel de venado, una cuerda por cinturón. Su cabello recogido en la cabeza y enmarañado. A través de una barba negra y rebelde y unos claros ojos azules y un el despliegue de una sonrisa  les dijo que era un amigo. “Shanti, Om”.
Yudhiṣthira envainó su filosa espada. Bhīma descanso su mazo en el árbol de tamarindo. Pudieron ver que el hombre era un peregrino, un santo, un vidente de la verdad de la vieja escuela de los sabios del bosque. Se miraron uno al otro y rieron.
“Bienvenido a nuestro humilde campamento”, dijo Bhīma. “Perdone nuestros modales, pero hay osos en este bosque”.
“Larga vida al rey”, dijo el sabio.
“Y gloria a los santos”, dijo Yudhiṣthira. Bendícenos, señor con tu presencia. Los sitios sagrados son llamados “thirtas” o sitios de peregrinación no a causa de sus monumentos, sino a causa de los grandes hombres que los bendicen de vez en cuando con sus pisadas. ¿Qué le trae al río sagrado?”
“Escuché de un brahmán que pasaba que los hijos de Paṇḍu estaban aquí cerca y tenía que verlo por mí mismo. No vine aquí a bendecir el sitio sagrado sino a tomar tus bendiciones, porque tú mi querido rey eres muy querido por el mismísimo Dios, Kṛṣṇa, y por todos los santos.
Todo el mundo espera que gobiernes lo que ocurrirá dentro de unas cuantas estaciones del sol.”
Yudhiṣthira dijo, “Hemos escuchado tu nombre, Brihad Aswa, eres de hecho como un gran árbol. Un árbol es al mismo tiempo tolerante y humilde, da sombra, refugio y fruta a tantos, sin pedir nada a cambio. Como tú has tomado refugio en el gran árbol del conocimiento que fue tu guru predecesor, puedes dar refugio a otros. Perdona nuestra condición caída y acepta mis reverencias humildemente”.
Y tras decir esto, Yudhiṣthira y Bhīma, movidos por la humildad de este hombre como árbol, quien llegó desde tan lejos sólo para servir al rey, cayeron a los pies de Brihad Aswa con las manos unidas en oración.
Brihad Aswa hizo una profunda reverencia, tomó al rey suavemente del hombro y lo puso de pie, “Me perjudicas, Oh Rey al honrarme de este modo. Por favor, levántate. Dime, ¿cómo llegaste hasta aquí? ¿Cómo están tus hermanos? ¿Y la amable Draupadī? ¿Cómo la pasa ella en este bosque oscuro?”
Y entonces, tras haberse encontrado con el sabio de dimensiones arbóreas en la noche sin luna junto al río sagrado, Yudhiṣthira y Bhīma lo llevaron de regreso al campo e hicieron lo que pudieron para mantenerlo cómodo y le ofrecieron toda la hospitalidad que había en sus manos.
A la mañana siguiente, Brihad Aswa se levantó temprano. Y tras bañarse en el agua sagrada del río y habiendo hecho su meditación matutina, se encontró de nuevo con los Pāṇḍavas quienes le atendieron con agua fresca y comida caliente. Draupadī había bendecido su vasija de cobre que produce cantidad ilimitada de arroz fresco cocido y otras viandas. Brihad Aswa preguntó a los Pāṇḍavas acerca de sus recorridos por el bosque y ellos le contaron sus aventuras.
“¿Cómo puede un guerrero fiel y honesto atado en lealtad, discutir con su hermano mayor y rey?” dijo el sabio.
Yudhiṣthira dijo, “Es mi culpa. Oh santo, escucha mis dudas y equilibra mi mente. Estoy en una gran crisis”.
“He puesto a mis hermanos y mi reino en riesgo. Aposté mi riqueza, mi reino y a mi esposa”.
Bhīma interrumpió, “¡Pero podemos pelear! Podemos castigar a Duryodhana y a sus primos”, dijo, flexionando los brazos.
“Deja que te escuchemos”. Dijo Brihad Aswa, cambiando la posición de su asiento. “Continúa”.
Yudhiṣthira recogió una hoja de mango y la escudriñó mientras hablaba. “Soy un rey. Tenemos un código. Cuando cambia, tenemos que responder el llamado, ya sea en batalla o cualquier otro conflicto.
Retorció la hoja entre sus dedos.
“Convocado por jugadores astutos hábiles con los dados, fui forzado a responder a su llamado. Haber rehusado hubiera sido una cobardía. Si mis aliados sabían que había rehusado el reto me hubieran considerado débil y se hubieran unido a la oposición”.
Aplastó la hoja entre sus dedos, Yudhiṣthira miró a su hermano cuyos ojos seguían hinchados de rabia.   
“Difícilmente se podía rechazar un reto de mis primos. Y sin embargo utilizaron a su tío, un truquero astuto llamado Shakuni, experto en dados, para destruirme. Se dice que se jugó a los dados los huesos de su padre. Se dice que cuando habla a los dados ellos ejecutan su venganza. Mientras que yo, tomo el reto y no soy un experto en juegos de azar y poco sé de hacer trampas”.
Yudhiṣthira dejó caer la hoja y fijó la mirada en Brihad Aswa. El sabio escuchó con cuidado, sorbió agua de un cuenco de hojas. Yudhiṣthira dijo, “Soy un hombre honesto. Pero estos pecadores me timaron. Timaron a mi esposa y a mis hermanos. Me hicieron jurar el exilio y he de guardar mi promesa pues he puesto mi palabra en garantía”.
“Pero ahora no tengo nada. Vago por aquí como me ves, en harapos y piel de venado, duermo bajo un árbol. He perdido a mis hermanos, al veloz e inquieto Arjuna. Mi esposa está vestida en harapos y sólo tiene desprecio por mi cobardía. Mi hermano el poderoso Bhīma quiere provocarme a pelear. Estoy atado por mis promesas, condenado por mi vicio, empobrecido y engañado. Si me decido por la guerra, seremos asesinados. Somos inferiores en número y en hombres. Nuestros aliados están dispersos. Estamos si hogar y sin ayuda, abandonados por nuestros amigos. Y sin embargo si atacamos prematuramente seguro que enfrentaremos la destrucción. ¿Cómo pudo pasar esto? Un rey no debe desesperar. Soy un hombre, un guerrero. ¿Cuánto tiempo he de permanecer aquí en el bosque como un criminal escondido? No creo poder seguir así”.
El sabio miró el horizonte. Pudo ver el río sagrado Saraswati en la distancia, su cauce plateado parecía desvanecerse en el infinito. Reflexionó en las palabras del rey y recordó las enseñanzas de los antiguos Puranas. Clavo la mirada en Yudhiṣthira. El rey estaba desconsolado: “¿Ha alguien sufrido antes así como yo? Míranos”.
“Hemos sido descastados, ridiculizados, empobrecidos, despojados del reino y hogar y vestidos en harapos… ¿Ha habido alguna vez un príncipe tan desgraciado como yo? Dime si puedes de alguien que haya caído tan bajo como yo, que sea más miserable que yo”.
“Siento el peso del exilio. Mis hermanos y seguidores cuentan conmigo para regresar y gobernar el reino de Hastinapura. Pero la senda es larga. No siento la fuerza de continuar este áspero camino. A riesgo de ser asesinado como una oveja estoy tentado a romper mi voto y buscar venganza contra esos malhechores. Tal vez Bhīma tiene razón después de todo. Es hora de sembrar violencia y destrucción en los hijos de Dhritarasthra. Pero estoy confundido con mi senda, ¿Cómo ves las cosas?”
El sabio de dimensiones arbóreas se sentó en una posición de loto. Su meditación le llevó hacia otro tiempo. Recordó las historias que le enseñaron. Brihad Aswa conocía la importancia de la promesa de Yudhiṣthira y lo profundo de su desesperación. Con gravedad empezó a contar su historia.
“Oh gran rey”, dijo Brihad Aswa, “no eres el único que has estado en esta situación”.
“Dime, oh sabio”.
Nala
El sabio del bosque Brihad Aswa se sentó en la posición de loto, con la espalda derecha.
Miró a través de las copas plumadas de los árboles hacia más allá del cielo azul. Pudo ver una pareja de Kokil revoloteando a través de las hojas mientras se acomodaban en una nueva rama.
“Oh nobel príncipe, no pierdas el corazón”, dijo.
Tu exilio ha sido duro. Se dice que para quien una vez ha sido honrado, el deshonor es peor a la muerte. Muerte feliz la del rey guerrero que muere en batalla.
La lenta muerte del destierro es peor que una tortura. Exiliado de tu hogar, tu palacio y riqueza y de la adulación de los ciudadanos de Hastinapura, has vagado descalzo por la tierra muchos años.
Vestido en piel de venado, la hermosa Draupadī sólo tiene viento y lluvia por ornamentos. Después de los opulentos festines en tu sacrificio Raja-suya los frutos del bosque son de hecho muy humildes.
Tu hermano Bhīma tiene comezón por pelear. Ahora incluso aprieta los puños, sedientos de la sangre de Dushasana.
Pero el sufrimiento a menudo le ocurre a los reyes más grandes. Recuerda a Rama, el más grande de todos los reyes. Su exilio en el bosque, la pérdida de su reino se equiparaba a la tuya.
“Los ciudadanos de Ayodhya quemados de angustia al verlo partir. Su esposa, Sita la que nació de la tierra, cruelmente secuestrada. Su batalla con el demonio Ravana de diez cabezas es leyenda en este bosque”.
Yudhiṣthira contestó, “Pero Rama era un súper-humano, el propio Dios. ¿Cómo puede un simple mortal igualarse en paciencia y grandeza con Rama? No puedes esperar que yo siga el ejemplo del Señor Rama. Aún ahora la tierra resuena con su nombre. Yo soy un humilde rey, nacido en la línea lunar de Bharata, E incluso cuando Rama regresó a Ayodhya, fue bien recibido por su hermano. No tuvo que luchar contra príncipes envidiosos, empeñados en robar su reino. Ravana era un demonio sobrenatural, y Rama lo venció, pero Rama tuvo la ayuda del gran Hanumāna, él mismo estaba bendecido por los dioses.
“Y ahora me ha abandonado el veloz Arjuna, el asesino de los enemigos. No veo en qué es similar mi situación. Por favor dame un ejemplo distinto que me consuele. Rama era virtuoso y no perdió su reino apostando. He creado un gran pecado al vender a mis hermanos y esposa al exilio. El gran Rama nunca fue tan tonto como yo. Ayúdame a ajustar adecuadamente mi visión o sino ayúdame, seguiré el consejo de Bhīma y me conduciré hacia nuestra masacre. Tal vez es mejor morir peleando en el campo de batalla como un héroe, asesinado por los hijos de Dhritarasthra que vagar sin rumbo como un criminal en el bosque oscuro. ¿Cómo puedo comparar mi vida con la de Rama?”
Yudhiṣthira calló. Bhihad Aswa lo miró compasivo. “Por supuesto. No podemos imitar a los avatares del propio Dios. Y sin embargo rama pasó el tiempo requerido exiliado en el bosque. Mantuvo su palabra como lo hacen todos los grandes reyes. Tal vez no sigamos su ejemplo, pero hemos de seguir la regla de Raja-raja, la ley de los reyes. Me limito a citar el ejemplo que dan las escrituras.
Al escuchar la historia de Rama podemos reflexionar en cómo incluso los grandes reyes sufrieron antes de establecer su reino. Pero tal vez hay un ejemplo más cercano a esta situación. La historia de los grandes reyes y sus tragedias puede acercarnos a entender. Tú naciste en la grandeza, Yudhiṣthira.
“Tú mismo nombre significa ‘quien es firme en la guerra’. Una guerra no se gana simplemente por luchar en el campo de batalla, sino en la preparación también. Ser firme en la guerra es ser firme en la paz. Y sólo hay que ocuparse en la guerra después de que todas las alternativas se hayan agotado. Deja que la línea de mi pensamiento continúe”, dijo el sabio. Brihad Aswa hizo una pausa. Sorbió agua sagrada de un cuenco pequeño hecho de hojas de loto. Respiró profundo el aire puro del bosque. Bhīma había relajado sus puños y se sentó tranquilo a escuchar. Yudhiṣthira estaba casi en trance mientras escuchaba, controlando su respiración.
“Escucha, te diré la historia de un gran hombre, un rey talentoso como tú que cayó en una condición exacta a la tuya. Estaba dotado de las más selectas virtudes, destacaba por sus habilidades en el juego y la caza. Era un monarca virtuoso que perdió su reino a causa del vicio del juego.
Si bien era bendecido por los dioses, el rey era también humano, nacido en tu línea. Él también perdió todo. Su dificultad era aún mayor que la tuya. Humillado, maldecido, exiliado, despreciado, ridiculizado y dado por muerto, cayó en los momentos más difíciles y perdió toda esperanza. Pero tras sufrir grandes reveses, recuperó tanto como su reino como su amor. Escucha con cuidado y te revelaré su historia”.
Para entonces Draupadī se unió a los gemelos y todos los demás se reunieron ahí para escuchar a Brihad Aswa.
Yudhiṣthira sonrió y dijo, “Te agradecemos tus palabras compasivas. Por favor cuéntanos oh sabio la historia de Nala y Damayanti”.
“El rey Nala era aficionado a los dados. Fue engañado por Puskara y exiliado. Cuando Nala fue exiliado no tenía ni hermanos ni amigos que le ayudaran. No tenía fortuna de reyes ni un cuenco mágico como el que lleva con ella Draupadī.
Nala fue echado fuera, despojado de su realeza, sus carros y elefantes, sus sirvientes y palacios, y vagaba solo en el bosque tal como haces tú. Y aun así triunfó y su nombre vive en la historia. Entonces, como otros grandes reyes que han estado en peores condiciones que las tuyas, no haz de afligirte.
Y mientras Draupadī observaba, Yudhiṣthira dijo, “Por favor, cuenta la historia completa. Eres un gran rishi de enorme elocuencia dotado para el discurso. Me gustaría escuchar la historia del ilustre Nala de principio a fin. Eso me dará gran consuelo, Por favor continúa”.
Y Draupadī dijo, “Por favor, oh gran sabio, dime de Damayanti. Cómo es que fue exiliada junto con su esposo, quien luego la abandonó en el bosque”.
Brihad Aswa contempló al grupo ahí reunido entre las sombras del viejo tamarindo y dijo, “muy bien, ya que tienen intenciones de escuchar, voy a narrar esta historia tal como la escuché de mi mentor”.
“Nishadha es una tierra lejana. Puede hallarse en el mero centro de Bharata-Varsha, en los valles de las montañas Vindhya. Hace mucho tiempo, antes de la actual dinastía, ahí había un rey célebre entre la gente conocida como Nishadhas. Su nombre era Virasena y era un buen gobernante.
“Nala era su hijo y cuando Virasena murió el Príncipe Nala se hizo rey. Nala era un hombre atractivo y gobernaba con suavidad. Mientras aún era joven, era bien versado en la riqueza y la virtud. Estaba dotado por los dioses. Entre sus opulencias no sólo estaba una gran fortuna y su realeza, sino que también era físicamente hermoso. Como tus hermanos Nakula y Sahadeva, Nala era hábil con los caballos. Podía hablar su lenguaje para encantarlos. Y cuando cabalgaba, sus caballos iban veloces como el viento.
Nala era un joven fuerte y apuesto y aunque poseía un talento especial para los caballos, era también era respetado por los hombres. Era la cabeza de muchos otros reyes que le seguían. Alto y brillante como el sol, lideraba a la raza antigua llamada Nishadehas que vivían cerca del reino de Vidarbha en donde Sita reinó en una ocasión como princesa.
“Nala era un poderoso guerrero, heroico y atractivo como cupido. Amaba los juegos, especialmente el de los dados; amaba ganar. Era el amo de un gran ejército de elefantes, carrozas, arqueros y caballos. Era venerado por todos, puesto que era un alma grande que había conquistado sus pasiones más bajas. Las mujeres de todas partes le adoraban y admiraban tanto por su ingenio como por su hermosura. Era atlético y fuerte y se movía con gracia y esplendor.
“Nala era un hombre de muchos dones: no sólo era atlético y gracioso, sino que aparte tenía una serie de poderes místicos. Algunos de estos poderes eran naturales y otros dados por los dioses. De los dioses adquirió la habilidad de conjurar el fuego en cualquier sitio que quisiera. Era invulnerable al fuego y no podía quemarse. No sólo podía crear fuego, podía conjurar al agua a su antojo a través del tacto. Como era amo del fuego y el agua, también era maestro en la cocina y los sabores. Hay muchos shastras Védicos basados en sus instrucciones para enseñar el arte de cocinar”.
Y fue así como este gran rey bendecido con muchos talentos, experto en domar caballos, gobernó como un monarca entre los dioses. Era muy leído en los Vedas y erudito en todas las escrituras. Y sin embargo aún no tomaba una esposa. A pesar de ser admirado por todas las mujeres en la tierra, sin embargo, estaba absorto en los deberes del reino y no había buscado a la que sería la compañera de su vida”.
Un día llegó un brahmán a su corte, de nombre Damana. Y como el Rey Nala siempre cuidaba mucho a los brahmanes, recibió a Damana y le ofreció toda hospitalidad a su cargo. Y mientras estaban sentados en el patio del rey, Nala le preguntó al brahmán:
´ ¿Qué novedades? ¿Qué puedes contarme de tierras lejanas, oh Daman?’
Y Daman dijo, “mi querido Rey Nala experto con los caballos, haz de saber que incluso ahora en el reino de Vidarbha reside un gran gobernante. Su nombre es Bhīma”.
Brihad Aswa sonrió y miró a los hermanos Pāṇḍava mientras contaba la historia. “Por supuesto que no hay que confundirlo con nuestro propio Bhīma quien se sienta tan atento a escuchar nuestra historia”.
Continuó.
“De cualquier modo, Daman el vidente de la verdad dijo a Nala lo siguiente:
‘Este Bhīma es un gran rey; experto en las artes marciales quen ha conquistado muchas tierras. Pero por largo tiempo a pesar de tener una hermosa esposa, no tenía ningún hijo. Hace muchos años visité su corte, tal como ahora te visito a ti. Su hospitalidad fue cálida, yo estaba muy complacido con él y por el poder místico investido en mí, le otorgue a su esposa la bendición de los niños. Con el tiempo el rey Bhīma tuvo una hija que es una joya y tres hijos famosos de alma elevada: estos eran la niña Damayanti y los tres niños, Dama, Danta y Damana, mi tocayo. Esto fue hace muchos años?
“Damana continuó,  ‘La reina por supuesto estaba muy contenta de tener estos hijos encantadores. Y mientras los tres hijos crecieron para ser grandes guerreros, orgullosos y fuertes, la hija del rey, Damayanti de talle delicado, es una gran belleza dotada en todos los sentidos con la excelencia y el encanto, la gracia y la buena fortuna, leve como la luna nueva pero radiante como el sol. Incluso ahora que hablamos, su mano es buscada por muchos reyes y príncipes’”.
“Damayanti es una belleza especial. Y aunque es esperada por cien de doncellas que la bañan y visten con hermosos ornamentos y joyas, ella no es vana ni orgullosa. Con su brillo y gracia, camina entre sus más hermosas siervas tan elegante y perfecta como un rayo entre un banco de nubes’”.
“Nala dijo, ‘Estas noticias son maravillosas, Pero ¿qué tengo que ver con una doncella tan hermosa como Damayanti?’”
“El viejo vidente continuó”, ‘Temo que eres muy bien conocido. Todo el mundo repite el nombre de Nala. Nala el gran hombre de los caballos, Nala el cocinero, Nala el buen atleta, Nala el rey de los hombres.’”.
“Pero todo eso es simple vanidad’, dijo el rey. “Todo lo que he hecho me ha sido otorgado por los dioses. Hago lo mejor que puedo para gobernar el reino tal como lo hizo mi padre. ¿Qué es la fama? Todo es vanidad. Pero continúa, mi santo amigo. Tu historia es sorprendente.’
El viejo visionario Damana dijo, ‘Cuando Damayanti era apenas una niña, jugaba con muñecas en el mármol del suelo del gran palacio de Vidarbha, ella escuchaba con frecuencia el nombre de Nala. Los mensajeros llegaban ante el Rey Bhīma, y la hermosa Damayanti escuchaba sus conversaciones. Los hombres hablan de tus hechos y proezas.’
‘No pasó mucho tiempo para que ella empezara a imaginar cómo sería caminar con su señoría por los bosques verdes. La reina me ha confiado muchas cosas. Me dijo cómo su hija habla de ti. Damayanti habla de cómo ella cabalgará junto a ti, montada en corceles blancos controlados por tus mantras. Ella ríe y se ruboriza estando con sus cien doncellas vírgenes cuando habla de vivir contigo en este gran palacio. Y aunque se ruboriza ante tales pensamientos, ahora que ha crecido te sigue conservando en su corazón. Vienen y van noticias del reino de Vidarbha, y mientras los heraldos del rey extienden tu fama, esta joven doncella, hermosa como las apasras del cielo ha empezado a concebir un gran apego por el famoso Rey Nala, su señoría.’”
“’Te agradezco estas noticias, amable Damana,’ dijo el rey, no sin cierta gravedad. Y después, esa tarde, tras recibir caridad y hospitalidad de Nala, el viejo visionario regresó a su peregrinación, vagando a través de los valles de la montaña Vidhya en la tierra de los Nishadha.
“El propio joven Rey Nala estaba sorprendido de estas noticias del viejo visionario. Y, aunque era cierto que había empezado a pensar en tomar esposa, nunca se le ocurrió que una doncella con el alma perturbada tan hermosa como Damayanti pudiera pensar en el con tanta luz.
“No era la primera vez que Nala escuchaba de lo que a menudo se oía acerca de la belleza de Damayanti quien era la doncella más bella en los tres mundos. Se decía que su casta belleza perturbaba hasta los propios dioses. Y le agradó el saber del visionario brahmán como Damana, como es que ella pensaba en él, Nala de igual modo; empezó a pensar en la famosa doncella, poseedora de gran belleza, casta e inocente rodeada de cien siervas vírgenes, en su aromático jardín de flores de jazmín. ¿Cómo podía una hermosa doncella como esta pensar en él?
“En Vidarbha, la propia Damayanti estaba encantada con la idea de casarse con este tigre entre los hombres. Había escuchado que era tan bello como cupido, valiente, bien formado, experto con los caballos y un maestro en la cocina que ordenaba al fuego y al agua. De hecho eran ciertas las noticias que llegaban a sus aposentos.
“De este modo, por el constante oír de los encantos y las virtudes uno del otro, a pesar de que el gran príncipe nunca había puesto los ojos en la adorable Damayanti, y esa hermosa doncella nunca había puesto los ojos en Nala, ambos cayeron profunda y locamente enamorados el uno del otro”.
“Y fue así como Nala fue herido con los pensamientos de la adorable doncella Damayanti. Para aclarar sus pensamientos llevaba a los jardines reales a su semental más fino y caminaba a través de los elevados árboles de mango y los espejos de agua.
Una mañana, justo antes del amanecer cabalgó veloz en las verdes llanuras fuera de los muros de palacio. Y mientras corría vio una bandada de pájaros dorados que iban hacia los bosques y jardines reales.
Curioso, siguió su camino, Vio a los pájaros posarse en el bosque, cerca de un espejo de agua cubierto con flores de loto. Dejó su caballo y se movió despacio hacia el bosque, sin hacer ruido.
Escondido entre los árboles de mango que rodeaban el estanque vio que los pájaros eran cisnes, sus alas de plumas doradas que brillaban mientras jugaban en el agua. Y fascinado por esas alas doradas, Nala los persiguió, en un capricho fue tras ellos.
Agitaron sus alas doradas y volaron sobre los árboles. Pero uno de los cisnes no escapó de su alcance. Nala atrapó al cisne dorado, lo sostuvo contra su pecho.
Y mientras Nala admiraba su belleza, el cisne se volvió hacia él y dijo, “Oh Rey, libérame y te haré un gran servicio”.
Nala rió. “¿Por qué he de liberarte? Con tus alas doradas darás mucho a mi jardín. Quédate conmigo aquí y engalana con tu belleza mi estanque de lotos, y todos se sorprenderán ante tus alas doradas”.
“Libérame”, dijo el cisne. “Pues puedo ayudarte”.
Nala sonrió. “¿Cómo puede un simple pájaro como tú ayudar a un príncipe del reino?”
“Te he visto seguido caminar aquí en este jardín, en la mañana temprano. Algunas veces suspiras y miras el agua y gritas el nombre de Damayanti”.
“Y qué tienes tú que ver con Damayanti”, dijo él, apretando el cuello del pájaro con gentileza y mirando sus negros ojos.
“Nosotros los cisnes dorados vagamos de un estanque real al otro. He estado en Vidarbha, el antiguo reino de Sita. He visto a Damayanti, la joven doncella quien ha capturado tu corazón. Ella camina en los patios de sus jardines en la mañana temprano. Ahí dice sus oraciones y hace su meditación matutina.
“Y algunas veces cuando con gracia floto sobre las aguas cristalinas de ese espejo de agua en donde crecen los lotos rojos escucho que languidece de amor. Dice tu nombre una y otra vez mientras ora, ‘Oh Nala’. Sé que está enamorada de ti. Pero si me liberas, volaré hasta los muros de su patio e iré hacia ella. Ahí le diré de tu amor. Le llevaré a ella tu mensaje. Nosotros los cisnes también sabemos lo que es el amor. Déjame libre y navegaré sobre los árboles y surcaré los cielos hasta llegar al palacio de Damayanti. Alcanzaré su jardín y le diré a esa doncella de tus encantos hasta que arda de amor por ti”.
“Muy bien”, dijo Nala, liberando al cisne. El cisne mensajero dio gracias al rey. Se elevó con sus alas doradas y abandonó el palacio. Se reunió con sus amigos los pájaros de alas doradas volando antes del amanecer a través de los cielos despejados, hacia la tierra de Vidarbha y al palacio del Rey Bhīma.
“Los pájaros volaron por encima de los muros del palacio hasta que encontraron un jardín de árboles altos y fuentes de mármol en los patios interiores del Rey. Ahí chapotearon en el agua del pequeño estanque, cercano a donde Damayanti caminaba con sus cien doncellas en la incipiente mañana iluminada. Y la joven Damayanti estaba encantada de ver a los graciosos cisnes de alas doradas jugando en las cristalinas aguas del estanque. Ella les lanzaba agua desde la orilla y los cisnes juguetones corrían de aquí para allá.
“Damayanti retozaba en la orilla del agua, persiguiendo a los cisnes. Sus ágiles doncellas corrían y reían como una bandada de cisnes dispersa. Todas las jóvenes se sumaron al juego y persiguieron a un cisne, ya que todos iban en diferentes direcciones. La propia Damayanti corrió tras el pájaro dorado más grande, el mensajero del príncipe Nala. Y ese cisne mensajero llevó a la princesa virginal lejos de sus doncellas hacia un bosquecillo aislado de árboles de ashoka.
“Y justo cuando estaba a punto de atraparlo y tomarlo con sus delgados brazos, el cisne se volvió hacia ella. Sacudió el agua de su plumaje y levantó su pico y habló en el lenguaje humano, dijo: “Oh doncella preciosa, princesa Damayanti de Vidarbha , escúchame.”
La princesa Damayanti estaba sorprendida de escuchar a un cisne con alas doradas dirigirse a ella en lenguaje humano. Ella escuchó, sorprendida, con los vellos erizados.
“Escúchame”, dijo el cisne. “He venido desde la corte de un gran príncipe lejano. Este príncipe es el señor de los Nishadhas. Su nombre es Nala. Este alto y noble monarca es igual en belleza a los dioses. Es como el mismísimo cupido, atractivo y fuerte, envidiado por los dioses, Gandharvas, y hombres.
“Oh doncella de talle delicado”, continuó el cisne, “aunque es un gran rey, un hombre de carácter, está triste y melancólico. De hecho sólo piensa en ti. No está casado pero desea tomarte, oh princesa como su esposa y hacerte su reina.
“Si tomas a Nala como tu esposo, los dos unirán sus reinos y gobernarán extensamente.
“Nosotros los cisnes de alas doradas hemos visto dioses y hombres, e incluso seres celestiales  como Gandharvas y Nagas. Pero nunca hemos visto a alguien semejante a Nala. Es una joya entre los hombres, un dios entre los reyes.
“Tú eres una perla entre las damas hermosas. Di la palabra y regresaré ahora con el Rey Nala, junto con esta bandada de cisnes dorados. Llevaré tu mensaje de asentimiento y aseguraré los preparativos de la boda.
“De sobra está decir que si accedes, tú y Nala vivirán en paz por muchos años, gobernando los reinos de Nishadha y de Vidarbha desde sus palacios rodeados de amorosos hijos en gran felicidad. Nala es el orgullo de los hombres y tú eres la perla de las doncellas. El incomparable don del amor será suyo. Y cuando la inigualable Damayanti se case con el sin rival Nala todos se regocijarán. Su unión será bendecida por todos los dioses”.
La poesía de las palabras del cisne atravesó el corazón de Damayanti y le dieron mareos. Se desmayó. Pero cuando despertó el cisne estaba ahí aún, asoleándose en el jardín con sus alas doradas radiantes a la luz de la mañana.
Ella se sonrojó. “Pensé que había sido un sueño”, dijo.
“No fue un sueño”, dijo el cisne. ¡Sólo da tu palabra e iré en busca de tu esposo Nala hasta su jardín y le daré las buenas noticias! El compromiso se habrá formalizado”.
La tez blanca de Damayanti se sonrojó rosada. Sonrió. “Sea”, dijo. “Si es mi destino estar unida a ese gran príncipe, entonces he de seguir mi corazón. Dile a Nala que seré suya”.
“Sin duda lo haré, hermosa Damayanti”, dijo el dorado cisne mensajero.
El cisne dorado, satisfecho con su tarea, de nuevo surcó los cielos. Se dispararon sobre Vidarbha y regresaron a la tierra de los Nishadhas por el mismo camino por el que llegaron. Y regresaron de nuevo al jardín de Nala se presentaron ante el noble príncipe y le contaron todo.
“Ella te ha aceptado, oh Nala. No necesitas dudar de ella. Ella corresponde tu amor y unirá su mano a ti en matrimonio”.
Brihad Aswa continuó, “A medida que los cisnes de oro se disiparon por encima de Damayanti ella apenas podía creer lo que acababa de suceder. Y a medida que pasaron los días se embriagó con su enamoramiento. Cuando recordaba de nuevo las dulces palabras del cisne, su amor ardía en su corazón y no podía encontrar paz.
Incapaz de confiar en sus doncellas o incluso en su madre la reina, se hizo melancólica. Sus mejillas perdieron el rubor y se puso pálida y demacrada. Perdida en su propio mundo. Damayanti vagaba distraída como una mujer enloquecida.
En los banquetes que hacía su real padre, perdió todo interés. Y en noche no podía dormir. “Oh, ¿qué haré?” gemía.
Poco a poco sus doncellas fueron hacia la reina y le contaron de la angustia de Damayanti. La reina supo que la princesa tenía que estar enamorada y fue a ver al rey.
El Rey Bhīma dijo, “¿Por qué está tan distraída nuestra hija? No se interesa ni por la comida ni por la bebida. Se ve pálida. ¿Está enferma?
“Damayanti está enamorada”, dijo la reina. “No estoy segura de cuándo y cómo ha concebido esta pasión, pero estoy segura de que se ha enamorado del Príncipe Nala de la tierra de Nishadha. Tienes que meter la mano en esto.
Al fin el rey pudo entender cuál era el problema de su hija. Supo por todas las indicaciones que la princesa estaba ya en edad de casarse. Y era su deber de padre el buscar una pareja adecuada y casarla antes de que muriera de amor.
En aquellos días como hasta hoy, era costumbre que el rey organizara una svayamvara, en donde campeones podrían competir con armas por la mano de la joven princesa.
“Organicemos un concurso por su mano”, dijo el Rey. “Declararé su svayamvara. Dejemos que este Nala venga y desafíe a los otros jóvenes galantes. Y si ella lo acepta, los dejaremos gobernar como Rey y Reina”.
Y fue así que el rey Bhīma convocó a distintos reyes y príncipes, envió a sus mensajeros y heraldos por todo el territorio a anunciar la inminente competencia swayaṃvara por la mano de su hija, la hermosa Damayanti.
La fecha para la ceremonia de la competencia quedó establecida. Todos los reyes y príncipes importantes empezaron a llegar a la corte de Vidarbha para competir por la hermosa Damayanti quien ya para entonces estaba consumiéndose, muriendo de amor, suspirando por el día en que Nala llegara a rescatarla.
Estos nobles señores sacudieron la tierra con el estruendo de sus carros y el rugido de sus elefantes mientras se encausaban hacia Vidarbha. Muchos jóvenes excelentes cabalgaban fuerte sobre sus sementales encabezando a sus soldados hacia la tierra del Rey Bhīma. Llegaron con sus batallones de soldados en cota de malla, con sus escudos redondos y sus flechas en ristre.
El poderoso rey Bhīma saludó a los jóvenes pretendientes con guirnaldas de flores y ornamentos y les proveyó de estancias hermosas en el palacio en donde podían descansar hasta el día señalado. Y así miles de hombres armados, kshatriyas todos, llegaron al gran palacio del rey de Vidarbha.
Y a medida que los poderosos reyes y príncipes se reunieron para competir por la mano de la hermosa Damayanti, el rey de los cielos se dio cuenta.
“¿A dónde van estos guerreros?” pensó. “¿Llevarán a cabo una guerra terrible? Y ¿por qué nadie me lo ha dicho?”.
En ese momento el sabio entre los dioses, Narada, llegó al reino celestial del amo de las nubes. El rey de la lluvia le preguntó a Narada, “¿A dónde han ido todos los grandes reyes? Aquí en mi morada celestial atiendo por lo general a guerreros y héroes. Pero últimamente han dejado de visitarme. Ahora veo nubes de polvo mientras marchan hacia el reino de Vidarbha. ¿A dónde están yendo? ¿Qué significa esto?”
El consejero de los dioses, el sensato Narada, conestó, “Mi querido rey del cielo, el gobernante de Vidarbhas tiene una hija, Damayanti.
Su belleza sobrepasa a la de todas las doncellas mortales. Ella es la adoración de grandes guerreros y héroes quienes han ido a competir por su mano en su swayaṃvara. Ella es una perla inapreciable, una belleza sin igual, más hermosa que cualquier apsara del cielo, y reyes y príncipes se han reunido desde las cuatro direcciones para tomar las armas en su honor. Es un gran espectáculo que nadie puede perderse”.
Y mientras se llevaba a cabo la conversación con Indra, llegaron ahí otros dioses, incluyendo a Agni, el dios del fuego, Vayu el dios del viento, y Varuna, el dios del agua y los ríos.
Al escuchar las palabras de Narada, Indra rió. “¿Más hermosa que las apsaras del cielo? De hecho. Si Damayanti es tan hermosa que todos los reyes y príncipes pelearán por su mano, tal vez ella es adecuada para nuestro reino celestial. Vayamos. Si esta Damayanti vale suficientemente la pena, tal vez yo mismo la tome por esposa”.
Agni, el dios del fuego, dijo, “Si ella es suficientemente buena para el rey del cielo, tal vez es suficientemente cálida para el dios del fuego. Yo iré a Vidarbha y veré a la hermosa doncella”. El dios de la muerte, el propio Yamarājam se unió a ellos.
Así fue como Indra el dios del trueno y la lluvia, Varuna el dios de los mares, los lagos y los ríos, Agni el dios del fuego, Vayu el dios del viento e incluso la mismísima muerte, acompañados de diversos asistentes, se montaron en sus naves aéreas y se dirigieron hacia Vidarbha en donde se llevaría a cabo el gran swayaṃvara de Damayanti.
“El Príncipe Nala, por supuesto, también estaba en camino hacia Vidarbha.
“Cuando la noticia de que Damayanti elegiría un pretendiente llegó hasta el Príncipe Nala, este se apresuró hacia Vidarbha, Sabía que era el momento de ir a reclamar su amor. Se pararía ante el Rey Bhīma y todos los héroes y se proclamaría a sí mismo como el campeón de Damayanti, listo a matar a cualquiera que se le opusiera en combate mortal.
“Enganchó a su carro sus mejores caballos y aceleró en el camino, rápido como el viento. Tal como lo quiso la fortuna los dioses habían llegado al camino hacia Vidarbha justo a tiempo para encontrarse con Nala quien se dirigía hacia la competencia.
“Quedaron asombrados ante su hermosura que era como la del propio Cupido. Muchos de los dioses menores, asombrados ante su belleza, dejaron el camino y regresaron a los cielos, pensando que nunca serían capaces de competir con este mortal.
“Al ver a este joven tan determinado, Indra, Yama, y Agni, descendieron de sus aeronaves, “Usted nos ha de ayudar”.
Nala detuvo su carruaje y miró maravillado hacia los cielos, medio cegado por la luz que dividía las nubes. Vio a los dioses en sus aeronaves. “Siempre estoy al servicio de los dioses”, dijo Nala, sorprendido. “¿Quiénes son? ¿Qué quieren de mí? Me comprometo a ayudarlos de cualquier forma.
Indra dijo: “Nosotros somos los amos del universo, los guardianes majestuosos de la tierra”.
Y Nala unió sus manos en oración y ofreció sus reverencias. “Ordénenme”. Dijo.
“Podemos confiar en que harás nuestra voluntad”. Dijo Indra el dios del trueno.
“Sí. Así sea”. Dijo el mortal Nala.
“Necesitamos que seas nuestro mensajero. ¿Puedes llevar un simple mensaje, oh mortal?”
“Claro. Pero estoy cegado por tu brillo celestial. Permite que te vea. Dime ¿quién eres?”.
Soy Indra, el dios del cielo, rey de los dioses, amo del trueno. Y él es Agni, dios del fuego. Aquí está Yama, el dios de la muerte. Ahí está Vayu, el dios de los ríos. Hemos venido a pedirte un favor especial”.
“¿Qué pudo yo, un simple mortal, hacer por los dioses?”
“En la corte del rey Bhīma se llevará a cabo una competencia importante por la mano de una hermosa doncella, Damayanti. Necesitamos que le lleves un mensaje a ella. ¿Puedes ser nuestro mensajero?”
“Por supuesto”.
“Dile que los guardianes de la tierra vienen a la ceremonia. Que nosotros los dioses deseamos tenerla como esposa. Ella puede escoger entre nosotros. Como eres el más cortés de todos los mortales podrás llevar este mensaje a ella y ella puede decidir con cuál de los dioses se casará”.
Nala junto sus palmas en oración ante los dioses. “Perdonen, maestros míos. Pero lo que dicen es imposible”.
Indra rió. “Nada es imposible”. Dijo. “Los dioses muchas veces se casan con mortales que son adecuados para ellos. Tú eres sólo un mensajero.
“Disculpe, mi señor”, dijo Nala. “No quiero decir que algo es imposible para su majestad. Sino que esta encomienda es imposible para mí”.
“No puedo llevar su mensaje. No puedo abogar por tu causa ante mi amada. Lo ves, yo voy por este camino con el mismo propósito. Incluso ahora estoy en camino hacia Vidarbha a declarar mi amor por Damayanti y desafiar a cualquier hombre que se me oponga a un combate mortal”.
“Cuidado”, dijo Indra. “Ya has prometido llevar a cabo nuestra voluntad. Y no es a hombres a quienes estás retando ante ti. Somos los dioses del universo natural. ¿Nos retarás? ¿Te atreves?”
“Pero entrar a los aposentos y llevar este mensaje a Damayanti sería suicida. Su estancia está fuerte protegida por poderosos soldados pues hoy es la tarde anterior a su swayaṃvara. ¿Cómo podré entrar ahí?”
“Nada es imposible”, dijo Indra. “Has prometido actuar como nuestro mensajero, No desafíes a los dioses, Y si cumples nuestro propósito serás recompensado más tarde. Ve ahora y entra en la terraza de Damayanti. Ahí está ahora, esperando el regreso del cisne mensajero. Ve con ella”.
Y diciendo esto Indra y los otros dioses desaparecieron en un resplandor de luz brillante. Nala forzó los ojos y ya no pudo ver la aeronave que los transportaba desde los cielos.
Nala quedó solo en el camino. Se mordía el labio inferior de rabia, se dispuso a cumplir las órdenes de los dioses. Viajó rápidamente desde Nishadha hacia el reino de Vidarbha y cuando el sol se puso pudo ver los altos muros del palacio, reflejaban la última luz del día. Emergiendo a través de los árboles que marcaban el camino escaló una colina rocosa y contempló la escena. Conocía cual era el muro al jardín de la terraza en la que esperaba Damayanti a través de la descripción que le dio el cisne mensajero quien le contó de su amor por él. Ató sus caballos en una pérgola escondida y descendió, anduvo el camino mientras la luz del sol se desvanecía.
Llegó a los muros del jardín de Damayanti cuando caía la noche, ensombreciendo sus pasos. La luz de la luna llena era suficiente para que pudiera encontrar una entrada hacia el otro lado del muro del jardín. No lejos de ahí, los guardias estaban profundamente dormidos. Tal vez los dioses eran amables después de todo.
Y con la ayuda de un árbol derribado de ashoka escaló la pared. Desde lo alto de muro pudo ver los aromáticos jardines de su amada, florecían los jazmines a la luz de la luna temprana.
Ahí estaba Damayanti. En su imaginación no había concebido nunca a mujer tan encantadora, tan perfectamente formada. Rodeada de cientos de doncellas vírgenes, cada una más encantadora que la otra con ojos de loto, con piel de porcelana y un cabello tan negro como las plumas de un cuervo. Su cálida sonrisa encantaba mientras reía y charlaba mientras vagaba por el jardín en compañía de sus damas.
Damayanti se movía más graciosamente que el cisne de alas doradas. Había calado su alma. Bebió la delicada belleza suya: La delicada proporción de sus extremidades, su piel de marfil, y su cabello negro como un abejorro; su cintura esbelta, y los arcos abovedados de sus cejas que disparaban miradas fieras desde sus hermosos ojos como si lanzaran púas desde un arco. Su cálida sonrisa encantaba cuando reía con sus doncellas. Parecía como si la luna fría palideciera ante la calidez de su incipiente belleza.
La pasión de Nala se incrementó cuando finalmente pudo ver al objeto de su afecto. Su amor se incrementó cuando miró su figura a la luz de la luna.
Y sin embargo tenía que cumplir el deber que le impusieron los dioses. Amargo destino: Abogar a favor de Indra ante su amada. Qué tan crueles los dioses de darle tal encomienda. Saltó del muro.
Las doncellas se conmocionaron  cuando vieron a Nala surgir del muro. ¿Quién era el intruso de cabello dorado y forma inmaculada? Quedaron mudas, Una de ellas se desmayó. Pensaron, “¿Es este un dios o un segundo cupido que viene a anunciar su amor a esta dama? ¡Qué esplendor! ¿Un poderoso héroe que venía a robársela?
Asombradas ante el encanto personal de Nala las doncellas que rodeaban a Damayanti se aproximaron a él y empezaron a alabarlo. “¡Qué príncipe entre los hombres!” dijeron. “¿Es un dios o un ángel enviado del cielo?” estaban maravilladas y atónitas.
Y por último la propia Damayanti, golpeada de asombro, se dirigió a él, dijo, “¿Cómo traspasaste a los guardias? ¿Eres un espíritu del bosque, un Gandharva, o un dios? ¿Qué eres? Oh hombre de cualidades bélicas y gracia divina, ¿cómo llegaste a este jardín? Oh alma sin pecado, oh héroe celestial, ¿cómo has llegado aquí y qué pretendes de mí? ¿Cómo entraste en nuestro palacio? ¿Cómo entraste sin ser visto?”
Nala contestó, “Oh hermosa doncella de gracia virginal, mi nombre es Nala. Estoy aquí como mensajero de los dioses. Tu belleza ha encantado a los señores de los cielos. Los dioses están cautivados por ti, y haz de escoger entre ellos. Todos ellos están aquí para competir por tu mano en tu swayaṃvara.
Ahí está Indra, el dios del trueno, Agni, el dios del fuego, Varuna, el dios de los ríos, incluso el Señor de la Muerte, el propio Yama te anhela. Por su poder místico pude entrar aquí sin alarmar a los guardias. Y así es como he sido enviado aquí por los dioses. Ahora que sabes que tu mano es deseada por los mismísimo dioses haz lo que te plazca. Desean poseerte. Haz de escoger a uno de ellos en la competencia de tu matrimonio”.

“Has escuchado la razón de mi misión hasta aquí, ahora haz de decidir”.

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