Mahābharata
Una versión de
Michael Dolan, B.V. Mahāyogi
Romance Hindu XII
La Incredible y Triste Historia de un Amor Prohibido Por los Dioses:
Nala y Damayanti
Nala y el Príncipe Serpiente
Naga |
¿Qué fue de Nala? Tras abandonar a
Damayanti, vagó hacia el bosque, perdió el camino. Su locura únicamente se
incrementaba. Cayó más hondo bajo la influencia de la oscuridad y el malvado
demonio Kali. Y entre más se alejaba del reino de Vishadha, su senda lo llevó
más allá de las guaridas de los osos y otros animales salvajes hacia un
desierto desconocido.
Caminó durante días. Comió hierbas y flores
del bosque y bebió de los arroyos puros. Aun así, la desgracia le quemaba el
corazón. Y una noche, exhausto, encontró refugio bajo un árbol, extendió unas
hojas en el suelo y durmió sobre la helada tierra bajo la fría luz de la luna.
No había dormido mucho cuando lo despertó el fuerte olor a leña quemada. El
aire estaba cálido. Abriendo los ojos, miró a su alrededor y vio las llamas
lamiendo los árboles a su alrededor.
El fuego rugía a través de los bosques. Los
animales pequeños corrían por el suelo, huyendo de las llamas. Una gran rama
encendida cayó a la tierra, esparciendo las llamas en los arbustos. Todo a su
alrededor se quemaba en un gran incendio. Las serpientes corrían por el piso,
alejándose de las brasas.
Estaba a punto de huir cuando escuchó un
sonido, una voz que gritaba en el fuego. “Oh gran Rey, Nala, Oh héroe.
Ayúdame”. Sacudiéndose de la influencia de Kali que llenaba su alma de temor,
Nala fue movido por la compasión. “No temas”, dijo.
“¡Ayuda!” Gritaba la voz de nuevo.
Nala corrió hacia el sonido y el fuego para
salvar a la pobre creatura atrapada por las llamas. Corrió hacia los árboles
que empezaban a encenderse en el calor que se arremolinaba. Ramas ardientes
caían del cielo ennegrecido mientras las cenizas volaban. Atrapado bajo un
tronco de un árbol caído encontró una forma extraña. “Ayuda” gritaba.
Una explosión de llamas y la luz revelaron
la forma. Era un hombre serpiente gigante, una poderosa serpiente de raza Naga,
cuyos aros enroscados estaban atrapados bajo el tronco de un árbol caído. Las
llamas crecían y saltaban.
Las escamas de los aros de la serpiente
brillaban verdes bajo el brillo de las explosiones. Pero desde la cadera hasta
la cabeza, la parte superior del cuerpo de la serpiente era un hombre. De
estructura poderosa y usaba una corona dorada.
“Ahora este bosque me quemará hasta la
cenizas. Libérame, oh Rey”.
Nala luchó con el tronco, haciéndolo a un
lado, al igual que a otra rama que ardía y que cayó de arriba, estrellándose
con el rugido de sus llamas.
Liberó al Rey Naga. “Debemos escapar de
estas llamas”. Dijo. “¿Puedes caminar?”
La serpiente miró a Nala. Con las manos
juntas dijo, “Oh Nala, Soy Karkotaka de la raza Naga. Porque he ofendido al
gran rishi Narada, he sido maldecido a quedarme aquí, inmóvil. Haz de llevarme
cargado”.
“¿Pero cómo puedo cargarte? Eres tan largo
como una alta palmera”.
Aunque me maldijeron a quedarme quieto,
puedo cambiar mi forma.
Con esto el poderoso Naga se hizo más
pequeño, asumió la forma de una pequeña víbora.
Nala lo levantó y corrió entre las llamas.
Siguió corriendo hacia el bosque hasta que alcanzó un arroyo. El fuego había
cambiado su ruta y rugía lejos de la vista en otra parte del bosque.
Ellos estaban a salvo. Todavía olían el
humo de las brasas, pero el fuego estaba lejos ahora. Nala se inclinó hacia la
orilla del agua, llenó sus manos y se refrescó la frente con el agua sagrada de
la corriente. En ese momento, justo cuando iba a bajar a la serpiente al suelo,
fue que Karkotaka el Naga dijo, “¡No me bajes!”
“Un momento”. Dijo el hombre serpiente.
“Esto es importante. Quiero recompensarte. Llévame un poco más lejos. Te
enseñaré algo que te beneficiará”.
“¿Cómo puedes beneficiarme?” Dijo Nala.
“Escucha. Una vez fui un gran príncipe, al
igual que tú. Pero yo le hice trampa al gran Rishi Narada, el visionario entre
los dioses. Algún día te contaré la historia. En fin, cuando timé al buen
Rishi, él me maldijo, dijo, “Actúas como una serpiente, así que vive como una.
Sé una serpiente. Pero te quedaras inmóvil hasta que Nala te libere en este
mismo sitio”.
“Pero ya te he liberado”, dijo Nala.
“Ahhh, pero el viento y la lluvia me han
movido un poquito. Es unos pasos más allá. Diez pasos a la derecha. Junto a ese
árbol. Exactamente ahí seré liberado de la maldición y te daré algo que
necesitas”.
“¿Qué me darás?” dijo Nala.
“Te instruiré para tu beneficio, te ayudaré
a liberarte de la maldición que quema tu propio corazón”.
Intrigado, Nala dio los diez pasos a la
derecha.
“¿Aquí?” dijo.
“Sí, dijo la serpiente. “Es este. El sitio
exacto”.
Nala sostuvo con delicadeza al
hombre-vípedo entre dos dedos y empezó a bajarlo al suelo. Pero al hacerlo, la
víbora le mordió, inyectando a Nala su veneno en las venas. Nala estaba
atónito.
Y cuando se tambaleaba debido a la
mordedura de la serpiente, vio crecer a la víbora. De horrible y monstruosa
serpiente, se transformó en un hombre principesco y joven, bien vestido y
engalanado con ornamentos de oro.
El Príncipe Karkotaka, era de hecho un
príncipe, esbozó una encantadora sonrisa. Nala se sentó en una roca, mareado
por el veneno de la serpiente.
“Mi querido Rey Nala, gracias”, dijo la
serpiente que ahora era un príncipe encantador. “Haz de perdonarme la
indignidad de la mordedura de serpiente. Pero el veneno de la Naga tiene
propiedades medicinales. Has sido poseído. Tu cuerpo estaba invadido por el
espíritu de Kali.
“El veneno lo quemará. Mientras el veneno
surca tus venas puedes someter a Kali a tu control. Poco a poco ya no
soportará la medicina y te abandonará.
Mientras tanto aquél que te ha vencido será torturado con el veneno de la Naga.
Como tú me has liberado de la maldición de Narada, de igual modo yo te liberaré
de la maldición de Kali”.
El príncipe serpiente continuó, “Mi querido
Nala, tú no sentirás dolor con el veneno, sino que serás inmune por el resto de
tu vida a la mordedura de una serpiente. Y además serás siempre vencedor en
batalla. De hoy en adelante, nadie te vencerá. Nunca haz de temer las fauces de
un enemigo, humano o de otro tipo”.
“En cuanto a tu apariencia. Necesitabas un
disfraz. En cuanto seas reconocido como el Rey de Nishada, serás perseguido por
tus enemigos. He transformado tu apariencia. Pero no te alarmes. Por el momento
tu disfraz es perfecto”.
El príncipe-serpiente metió una mano entre
los pliegues de su vestimenta y produjo un paño. Se lo ofreció a Nala quién
todavía se recuperaba de la inyección de veneno de la serpiente.
“Toma esta tela. Úsala cuando estés listo
para regresar a tu propia forma”.
Nala tomó la tela. Ésta brillaba con
belleza celestial. Era más delicada que la seda. La dobló cuidadosamente hasta
hacerla más diminuta que una caja de cerillos y la colocó en su persona.
“Me has liberado de una terrible maldición.
En pago te diré cómo has de liberarte de tu propia maldición.
Al recuperar la cordura, Nala se volvió y
se mojó el rostro. El hambre y la sed lo disgustaron. ¿Fuego, Nagas, un
príncipe? Tal vez estaba soñando. El agua fría lo volvió a la sobriedad. Nala
se reflejó en las aguas cristalinas del estanque. Y en el espejo natural se vio
a sí mismo como un hombre distinto.
Se estudió. Sus finos rasgos se habían
hecho ásperos. Su perfecta nariz era un gancho largo. Se tocó la cara. Llevaba
una barba oscura y áspera y largas orejas y una boca opaca. Su pelo rubio y
rizado era ahora negro carbón y mal cortado. Era un enano feo vulgar y
jorobado. Y en vez de estar vestido con los harapos del sari de Damayanti,
tenía ropa nueva. Vestía las ropas corrientes de un auriga, de un caballerango.
“No entiendes, Nala” Dijo el príncipe Naga.
“Oh gran rey. Te he ayudado. Mi mordedura te ha transformado. Ya no eres
hermoso, sino feo, es verdad. Pero tu fealdad es el disfraz perfecto. Nadie te
reconocerá.
El veneno de mi mordida no te afectará,
sino que quemará a quien te ha poseído. Tal vez no te des cuenta de esto, pero
has sido poseído por un poderoso demonio. Su envidia te ha causado apostar a
los dados y perder tu reino. Pero ahora él está paralizado dentro de ti con el
veneno de serpiente. De este modo te he salvado de aquél que te atormenta”.
“Como ya he dicho, mi veneno tiene
propiedades especiales. Tras mi mordida nunca volverás a temer las fauces de
ningún animal, ni la maldición de ningún brahmán. Ni un veneno te podrá dañar.
Siempre triunfarás en la batalla.
“Escucha con atención y benefíciate de mis
instrucciones. Ve ahora hacia Ayodhya, la antigua ciudad que una vez gobernara
el gran Rama, y preséntate al príncipe ahí.
“Su nombre es Rituparna. Dile que eres un
auriga y que te llamas Vahuka. Hazte su amigo. Enséñale a manejar sus caballos.
Él te enseñará tanto de los dados como tú sabes de caballos. Cuando hayas
aprendido todo acerca de los dados, ganarás de nuevo tu prosperidad. Te
reunirás entonces con tu esposa e hijos y recuperarás tu reino. No temas”.
El príncipe-serpiente se ajustó el cinturón
y sonrió a Nala. Se volvió para irse. Luego miró sobre el hombro y dijo,
“Recuerda, cuando quieras recuperar tu
forma original, usa la tela celestial que te he dado”.