नारायणं नमस्कृत्य नरं चैव नरोत्तमम्
देवीं सरस्वतीं चैव ततो जयम् उदीरयेत्
महाभरत
Mahābharata
Una versión de
Nala y Damayanti
Tan rápido como había aparecido, Nala
desapareció en la noche. Y poco a poco se aproximó la hora del encuentro.
El svayamvara de Damayanti se celebró a la
hora sagrada del día santo de la luna. Reye y príncipes cabalgaron listos para
competir en el combate mortal. Los pretendientes llegaron desde lo ancho y
largo. Algunos vestidos opulentamente con ropajes de seda, guirnaldas, oro y
aretes enjoyados. Otros usaban cascos, cota de malla y espadas. Estos eran
nobles robustos con brazos tan fuertes como mazos de hierro de batalla. Sus
ojos penetrantes eran como los de las víboras. Ricos, poderosos y apuestos,
estos hombres bien formados entraron como leones ávidos en la persecución, sus
fuertes mandíbulas enmarcadas con rizos de cabello dorado brillante. Había
cabezas nobles de finas narices y ojos y cejas de reyes. Estos príncipes y
guerreros llegaron desde lejos ansiosos por encontrar una prometida en la
hermosa Damayanti. Conforme se unían a la asamblea les daban asiento de acuerdo
a su estatus; se sentaron en tronos de plata y oro e incrustaciones de madera
en espera de su oportunidad para competir en armas y cortejar a la hermosa
doncella cuyo nombre estaba en la boca de todos. Tal como el río Bhogavatī está
lleno de serpientes o las cuevas de los montes Himalaya están llenos de tigres,
así el gran salón de la asamblea estaba lleno de reyes y príncipes.
Y a la hora de la cita, la hermosa
Damayanti, princesa de Vidarbha hizo su entrada, vestida con la seda más fina,
coronada con una tiara de plata, sus dulces miradas encendían el fuego en los
corazones de los guerreros ahí reunidos. Brillante como la luna deslumbró a los
reyes y príncipes quienes estaban aturdidos en sus almas.
Su resplandor brilló como el sol mientras
observaba la arena en busca de su campeón.
Pero mientras iba su mirada de un rey
orgulloso a otro, buscaba el rostro de Nala entre la multitud de ilustres
guerreros, no podía verlo en ningún lado.
Se puso de pie y sonrió conforme los
nombres de los reyes se proclamaron. Cada príncipe fue llamado y su turno había
llegado. Cada uno se paraba y sonreía, listo para retar a los otros en proezas
de combate de ser necesario.
Pero conforme se les llamó por su nombre,
Damayanti bajó los ojos sin decir nada. Desconcertados ante el rechazo, cada
príncipe se sentó inquieto en su sitio, esperando la decisión final de la
orgullosa doncella.
Y mientras Damayanti buscaba entre la
multitud de príncipes reunidos, finalmente vio a Nala.
Su amado Nala. Nala el rey de Vishadha.
Nala el valiente galán que escaló el muro del jardín. Nala el príncipe que
encantara a las cien vírgenes doncellas bajo la pálida luna del bosquecillo de
Ashoka.
Pero mientras veía, se frotó los ojos. Ahí
estaba Nala. Su amado, pero en lugar de un Nala, había cinco.
¿La engañaban sus ojos? Sentados ante ella
había cinco Nalas, cada uno más Nala que el último. Había cinco Nalas
idénticos. Y finalmente sus ojos encontraron entre esos príncipes presentes un
grupo de individuos que se parecían exactamente a Nala.
Ella recordó las palabras que Nala dijo en
el jardín.
Su mensaje: “Oh bella doncella de gracia virginal,
mi nombre es Nala. Estoy aquí como mensajero de los dioses. Tu belleza ha
encantado a los señores del cielo. Los dioses están encantados contigo, y haz
de elegir entre ellos. Todos ellos están aquí para competir por tu mano en tu
swayaṃvara. Ahí está Indra, el dios del trueno, Agni, el dios del fuego,
Varuna, el dios de los ríos y el señor de la muerte, el propio Yama. Por sus
poderes místicos he podido entrar aquí sin alertar a los guardias. Y es así como
he sido enviado aquí por los dioses. Ahora que sabes que tu mano es deseada por
los propios dioses, haz lo que te plazca. Ellos desean poseerte. Haz de escoger
entre ellos en el concurso de la boda”.
Damayanti estaba desconcertada. “Escoge a
uno de ellos en tu concurso de la boda.” Por supuesto. Los dioses sabían de su
amor por Nala. Sabían que había planeado escoger al Rey de Vidarbha como su
esposo. Los propios dioses, envidiosos de la belleza de su amado, estaban
suplantando a Nala. Sentados ante ella
disfrazados de Nala estaban Indra, Agni, Yamaraja, y Varuna, quienes habían
tomado la propia forma de Nala.
Los príncipes herederos estaban presentes,
al igual que los nobles y guerreros del país. Siguieron a Damayanti con las
miradas. ¿Quiénes eran los pretendientes misteriosos? Eran perfectamente
iguales. ¿A cuál de los cinco pretendientes escogería?
Damayanti no podía distinguirlos. Miraba a
uno y otro, estudiaba sus rostros, pero cada versión de Nala sonreía impasible,
sin revelar nada con los ojos, Cuatro de ellos eran dioses. Sólo uno era el
propio Nala. Si escogía a un dios, estaría atada a él de por vida. Si escogía a
Indra, sería una reina de los cielos, consorte del señor del trueno y la
lluvia.
Pero ella no quería un reino celestial, ella
sólo quería su amor terrenal con Nala, su príncipe.
La amplia estancia cayó en silencio.
El nombre “Nala, rey de Nishadha” fue
anunciado. Los cinco Nalas se levantaron de sus tronos plateados y se pararon
ante ella con las manos unidas.
Damayanti continuaba viendo a uno y otro.
Oraba a Viṣṇu por guía. Ofreció adoración mentalmente y trato de ver las cosa
más profundamente. ¿Cómo podría escoger? Cuatro de estos Nalas eran copias, una
ilusión creada por los dioses. Uno era Nala, un simple mortal.
Ella pensó, “Tengo que estudiar con
cuidado. Los dioses son perfectos. Nala es imperfecto. Los dioses son
inmortales. Nala es mortal”. De nuevo oró a Viṣṇu en su corazón. “Oh Señor, revélame
la forma imperfecta de mi amado. Los dioses no tienen falla, pero él ha de
tener alguna. Aguza mi visión, permíteme ver”.
Todos estaban en silencio mientras
Damayanti, en una especie de trance, estudiaba a los cinco hombres, cada uno
más parecido que el anterior.
Sus ojos empezaron a enfocarse. Notó que
uno de los cinco hombres perfectos tenía una sombra en el polvo. De hecho el
polvo cubría sus pies. Sus pies se mantenían firmes en la tierra. Su guirnalda
de flores, tan perfecta al principio, se había apagado un poco debido al calor
del sol. Las rosas alrededor de su cuello se habían marchitado. Unos pétalos
habían caído al suelo. Sus ojos llenos de pasión estaban fijos, pero temblaba
ligeramente. Él parpadeó. Un delicado sudor empañaba su frente.
Miro de nuevo de uno a otro. Los otros eran
demasiado perfectos. Ella notó sus pies. Sus pies perfectos de loto flotaban
ligeramente por encima de la tierra, sin tocar el polvo. No proyectaban una
sombra en la tierra. Ningún polvo ensuciaba sus vestiduras. Notó las flores de
sus guirnaldas. Los lotos eran perfectos. Las rosas no arrojaban pétalos, ni se
marchitaban. Sus frentes perfectas no sudaban. Estudió sus ojos que eran como
lotos. No parpadeaban nunca. Su mirada estaba fija y perfecta.
Pero uno de ellos era un mortal. Sus pies
tocaban el suelo. Su frente brillaba con sudor bajo el sol de mediodía. Con
guirnalda decolorada, prendas de vestir empolvadas, proyectaba una sombra en el
suelo.
Los dioses habían jugado un truco cruel al
hacerse pasar por el hombre que amaba, pero uno de los cinco pretendientes era
en definitiva un mortal: Su Nala. Ella lo vio y le sonrió. No pudo ser engañada
ni por la magia de los dioses.
Y así Damayanti, la hija virtuosa de Bhima,
dio un paso y escogió a su campeón. Sonriendo, tomó ligeramente el borde de su
vestimenta de él con sus manos de loto mientras lanzaba la guirnalda de flores
ceremonial alrededor de sus hombros. Se volvió hacia la multitud.
“Este es el hombre que escojo, ante los
dioses y los reyes reunidos. Aquí está Nala, el Rey de Vidarbha”.
Muchos de los pretendientes se sintieron
timados y gritaron, “¡No!, ¡No es posible! ¡Escógeme!” y “¡Ay! ¡Esto es un
fraude!” Mientras que desde el cónclave de los reyes muchos gritaron, “¡Hurra!”
y “Bien hecho!” “¡Damayanti ki Jai!”
Nala elevó sus manos pidiendo silencio. Y
cuando se le pudo escuchar dijo, ¡OH Damayanti, pudiste elegir un dios. Pudiste
ser una reina del cielo tomando a uno de estos como tu esposo. Yo no soy dios,
sino un simple mortal. Y sin embargo has escogido a un mortal como tu esposo,
toma este voto fiel: Oh doncella de sonrisa serena, seré tuyo en el amor tanto
como el espíritu llene este cuerpo. Lo digo sinceramente ante los dioses y
reyes aquí reunidos”.
Tras esto, los dioses se revelaron a sí
mismos: Indra, el dios de la lluvia; Agni deva, el dios del fuego; Yama, la
propia muerte, y Varuna, el dios de las aguas, los lagos y ríos. Todos se
regocijaron y estaban sorprendidos.
En ese momento los dioses bendijeron a Nala
con ocho dones místicos; El poder de ver lo divino en el sacrificio místico, y
el poder físico de la gracia le fueron dados por Indra. El poder de invocar el
fuego en donde desee a través de un mantra fue dado a Nala por Agni junto con
su propio carácter vehemente. El dios de la muerte, Yama galardonó a Nala con
el delicado discernimiento del gusto en el arte de la cocina junto con una
virtud eminente, un profundo entendimiento del dharma. Mientras que Varuṇa dotó a Nala con el poder de conjurar el agua
en cualquier lugar y circunstancia que requiera junto con una guirnalda de
fragancia inigualable.
Cada dios bendijo doblemente a Nala y a su
amada Damayanti. Y tras otorgar sus bendiciones, los dioses llamaron a sus
aeronaves. Uno por uno, Agni, Indra, Varuna, y Yama se retiraron hacia sus
hogares celestiales.
Y fue así como Nala y Damayanti se casaron.
Nala se regocijó, había obtenido la perla
de mujer por sí mismo. En el tiempo debido llevó a su hogar a Damayanti en
Naishadha tras recibir el permiso de su padre el gran rey Bhima.
Y Nala y Damayanti pasaron sus días gozando
en el palacio de Nala y gobernando el reino de Vidarbha. Jugaban amorosamente
en muchos sitios, en el bosque verde y en la arboleda romántica y pronto
Damayanti le dio un hijo llamado Indrasena y una hija, también llamada
Indrasena. Con el paso del tiempo el Rey Nala gobernó la tierra en riqueza y
esplendor con su reina la hermosa Damayanti.
Pero cuando los dioses se dirigían de
vuelta a sus hogares celestiales se encontraron con un ser sobrenatural, Kali.
Estaba en la carretera a Vidarbha con
Dwarpa. Y cuando los dioses preguntaron, “¿A dónde vas, Kali?” Él contestó,
“Voy a Vidarbha con Dwapara al swayaṃvara de Damayanti”.
Y los dioses encabezados por Indra le
dijeron, “¿No has escuchado? El swayaṃvara ha concluido. Ella ya ha escogido.
Escogió a un mortal frente a nosotros. Incluso ahora ya está casada con Nala”.
Y Kali dijo, “Esto es un ultraje. Cómo pudo
escoger antes de que el gran Kali hubiera llegado. Por esta ofensa, la
maldeciré. Y a Nala. Damayanti está maldita y sufrirá. Tendré mi venganza”.
Pero los dioses dijeron, “Ten cuidado con
tus maldiciones. Nosotros los dioses hemos aprobado esta unión. Maldito el que
les cause algún daño”.
Pero Kali continuó su camino con Dwapara,
resuelto a destruir a Nala. Espió la
ceremonia nupcial y vio que ya era muy tarde. Así que Kali los siguió al reino
de Nala determinado a tener su venganza.
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