Mahābharata
Una versión de
Michael Dolan, B.V. Mahāyogi
Romance Hindu XVIII
La Incredible y Triste Historia de un Amor Prohibido Por los Dioses:
Nala y Damayanti
Aterrorizada y avergonzada Damayanti huyó a
la sombra del bosque. Allí encontró una senda que serpenteaba hasta el otro
lado del lago, en donde no había flores, sino únicamente zarzas y espinas. Sus
pies descalzos sangraban al pisar la senda rocosa.
“¿Por qué estoy tan maldita? ¿Estarán los
dioses tan enojados conmigo? ¿Cuál es mi pecado? Recién conozco a estos hombres
cuando son masacrados por elefantes enloquecidos. Pero mi maldita vida fue
salvada para que pase más tiempo en sufrimiento. Nadie muere antes de tiempo,
dicen. Y sin embargo, ni siendo niña hice algo tan pecaminoso que pudiera
causar esta terrible reacción. He de haber ofendido a los dioses en mi
swayambvara. Los rechacé por Nala. Tal vez si hubiera escogido a un dios por
esposo, no me hallaría en este bosque terrible. Pero cómo podría haber escogido
de otro modo. Nala es mi destino”.
Y así, lamentándose de su destino,
Damayanti siguió caminando hasta el atardecer. Y conforme avanzaba llegó hasta
donde el camino se elevaba un poco, pudo ver, brillando a la distancia las
torres de piedra de la ciudad de Suvahu el rey buscador de la verdad de los
Chedis. Al fin.
“¿A dónde ha ido ella?” El enano mágico
Brihadaswa dijo, “Tarde en la noche, Jivala
pasaba por los establos, pudo ver que la luz parpadeante de una vela a través
de la ventana. Se aproximó y escuchó el sonido quejos de un laúd, acompañado de
una voz baja y ronca. El enano cantaba.
Curioso, Jivala se aproximó a la ventana.
Pudo ver que el enano tocaba un curioso instrumento musical. Cuando escuchaba,
pudo oír la canción de Vahuka que cantaba una balada triste y original acerca
de un rey que perdió su imperio. “Qué canción tan extraña,” pensó el rey. Atravesó las puertas de los establos y entró
calladamente, pero cuando se acercaba, el enano dejó de cantar y bajó su laúd.
“Vahuka” dijo Jivala. “No te detengas. Sólo
he venido a barrer los establos. Debo confesar, que nos has sorprendido a
todos. Nunca pensé que pudieras ganar la carrera al rey de Aydhya. Y todos los
invitados de la corte están satisfechos. Los brahmanes ahí reunidos nunca habían probado comida tan
sabrosa. Tu festín fue un éxito. Y todos hablan acerca de la carrera de
caballos, te has hecho de una gran reputación aquí en Ayodhya, mi pequeño enano
querido. Y ahora resulta que tocas el laúd. Siento interrumpirte, señor. Por
favor continúa tu canción”.
Y Vahuka el enano miró a su amigo Jivala.
Tomó de nuevo su laúd. Dijo, “Muy bien, mi señor. No soy un gran cantante. Pero
mi canción cuenta una historia antigua. Tal vez la has escuchado antes. Y cantó
a Jivala la extraña balada de un reino lejano, en donde gobernaba un rey grande
y noble. Que estaba casado con una hermosa princesa, que lo había elegido de
entre los dioses.
Reinó pacíficamente durante doce años, pero
un día, el rey rompió un ekadasi, y cayó bajo la influencia de un demonio,
Kali. Poseído por el demonio jugó a los dados y perdió su reino. Exiliado en el
bosque, abandonó a su mujer, fue mordido por el príncipe serpiente, y se
convirtió en un enano feo, destinado a entrenar caballos.
Cuando terminó Jivala estaba asombrado.
“¿Qué significaría?” pensó. “¿Estaba Vahuka contando su vida en una canción?
¿Estaba maldito o poseído por algún demonio extraño?”
“Es una canción extraña”, dijo. “Y tan
triste, ¿tú la compusiste?”.
Vahuka sonrió. “Como todas las baladas tristes,
esta cuenta una historia increíble, y sin embargo me recuerda a alguien y la
melodía no tiene mérito”.
“Pero tú has viajado por muchos sitios”,
dijo Jivala, sospechando que Vahuka no estaba contando toda la historia. “¿Has
conocido alguna vez a alguien como este rey que apostó su imperio a los dados?”
“Esas cosas sólo ocurren en las baladas,
amigo mío”, dijo el misterioso enano. Sonrió ampliamente, mostrando sus dientes
rotos entre su barba negra como el carbón y deslizó el plectro de marfil entre
las cuerdas y puso a un lado su laúd. “Me da gusto que la gente disfrutara del
festín. ¿Qué desea su señoría para el desayuno?
“Es una balada tan triste. Ha de haber algo
de verdad en ella”, dijo Jivala quien estaba parado en la puerta del establo,
apoyado en su escoba.
“Bueno, de acuerdo a los poetas, las
canciones más dulces cantan las cosas más tristes”.
“Sí, pero la canción parece personal para
ti. ¿Qué sucede con el enano?”
“Oh las viejas baladas están llenas de
enanos y dragones, Nagas, yakshas y rakshasas. No debes tomártelo muy en serio.
Seguramente fue compuesta por poetas para asustar a los niños para que vayan
temprano a la cama. Hay muchas canciones así”.
“¿Conoces alguna otra?” dijo Jivala.
“Oh, está bien. Si quieres”. Dijo el enano.
Levantó su laúd y tomó el plectro de entre las cuerdas. Una vez más empezó a
tocar y cantar:
क्व नु सा क्षुत्पिपासार्ता श्रान्ता शेते तपस्विनी ।
स्मरन्ती तस्य मन्दस्य कं वा साद्योपतिष्ठति ॥
kva nu sā kṣutpipāsārtā śrāntā śete
tapasvinī |
smarantī tasya mandasya kaṃ vā sādyopatiṣṭhati
||
“¿En dónde está ella, desgastada y
cansada? En dónde está, hambrienta y
sedienta y desgarrada por la penitencia. ¿En dónde descansa?
¿Recuerda al tonto que la abandonó? ¿A
quién sirve ahora? ¿A dónde ha ido?
Y Jivala dijo, “¿Tal vez tú eres el esposo
de la señora?”
“La canción habla de un hombre que perdió
el sentido. La mujer es impecable. Pero el tonto la deja, poseído por un
fantasma. Y vaga, atormentado por el sufrimiento.
“El desgraciado hizo falsas promesas. No
puede descansar ni de día ni de noche. Y entonces por las noches, la recuerda,
cantando esta canción, ‘Oh ¿a dónde ha ido?’ ¿quieres escucharla toda?”
“Tócala” dijo Jivala-
Y retomando el tema, Vahuka cantó,
“Tras vagar por todo el mundo, el miserable
no podía dormir en la noche.
Poseído por Kali, su mente se consume de
miedo.
Meditar y cantar este verso con pena, le da
un poco de alivio.
‘Oh a dónde, oh a dónde se ha ido mi
señora; la dejó como un ladrón.
Abandonada en el bosque oscuro, en el
bosque solitario y aterrador.
¿Oh a dónde, oh a dónde ha ido mi señora?
¿Vive? ¿O ha muerto?
Muerta al amor que alguna vez nos tuvimos,
¿perdida como presa de las bestias?
Oh a dónde ha ido. ¿Por dónde vaga?
Su señor se ha ido.