Los
hijos de Draupadī
Los
guerreros buscaron en la oscuridad al vengativo malhechor. Tras Aśvatthāmā
fueron los grandes guerreros Panchalas que aún quedaban, encabezados por
Yudhamanyu. Bajo la noche cabalgaba el hijo de Droṇa, enfurecido, mataba todo a su paso. Los
Panchalas dieron batalla en un combate cerrado. Pero Aśvatthāmā
movía su maso y espada a diestra y siniestra, mató a tantos. Por último
desenfundó la terrible arma Rudraksha que Shiva le había entregado. Con ella mató
a miles.
Aśvatthāmā
rabioso en medio de la noche llegó hasta el campamento de los Pāṇḍavas. Apeándose de su caballo y
bien armado con espadas filosas, se deslizó hasta las habitaciones en donde
dormían los hijos de Draupadī.
Los Pandava con Draupadi |
Al ver a
los cinco hijos de Draupadī dormidos, ese demonio
enceguecido por la ira los mató despiadadamente, sus enemigos jurados, los
cinco Pāṇḍavas: Yudhiṣthira, Arjuna, Bhīma, Nakula y Sahadeva.
En su
furia confundió a los hijos de Draupadī
con sus enemigos y los mató. Y así ocurrió tras el final de la más grande de
todas las batallas, mientras Duryodhana agonizaba, el hijo de Droṇa decapitó a los hijos de Draupadī que dormían.
En la
mañana, las noticias llegaron hasta los Pāṇḍavas. Después de que Dristradyumna, el hijo
de Draupada fuera asesinado por Aśvatthāmā, los propios hijos de Draupadī cayeron mientras dormían. Sus
hijos, aniquilados por el perverso Asvatthama cayeron muertos junto con sus
tíos y abuelos.
Con
esto, Draupadi nacida del fuego sollozaba. Arjuna lanzó un juramento, “O mujer
justa, enjuga tus lágrimas. Yo te traeré la cabeza de Aśvatthāmā.
Y cuando enterremos a nuestros hijos podrás bañarte parada sobre su cabeza.”
Arjuna y
sus hermanos se lanzaron tras Aśvatthāmā.
Hubo un tremendo duelo entre los Pāṇḍavas
y Aśvatthāmā.
Dirigido con fuerza suprema, mientras Aśvatthāmā
corría como un perro del campo de batalla relamía sus heridas y planeaba la
venganza contra los Pāṇḍavas.
Los
aliados de los Kauravas estaban muertos, algunos habían huido del campo. Aśvatthāmā
solo pudo vengar la muerte de su padre, el gran Droṇacharya. Se escondió por un tiempo y planeó
su ataque final mientras las mujeres se lamentaban por sus muertos.
Los Pāṇḍavas regresaron al campamento.
Las mujeres con los ojos tristes acarreaban agua del sagrado Ganges hacia las
cenizas de los héroes caídos. Ellas dieron inicio a las ceremonias de los
funerales y sollozaban.
Mientras
las cenizas de los muertos se arremolinaban hacia los vientos del tiempo, las
almas de los grandes héroe de la guerra abandonaron este mundo yendo hacia los planetas celestiales y más
allá. La guerra había devastado las filas de los grandes ejércitos que habían
sobrecargado al mundo con su poderío militar. Al costo de mucha sangre, la paz
estaba a la mano. Con el reinado de Pariksit nieto de Arjuna, el mundo, por
generaciones, conocería la paz.
La
sangre de la batalla fue limpiada con el agua del río sagrado. El cielo se
limpió del humo. Las viudas secaron sus lágrimas y se prepararon para una nueva
vida con sus hijos con esperanza de paz.
En ese
momento, con las fogatas de la guerra extinguiéndose, cuando la paz estaba a la
mano, un pequeño grupo de amigos se reunieron entre los que estaba Kṛṣṇa el de los ojos de loto, quien
montaba su cuadriga y preparaba a sus caballos para viajar rumbo a su hogar en
Dwarka.
El ató
firmemente a los caballos a su yugo, alistó su carroza y se despidió de sus
amigos y aliados –los Pāṇḍavas. Dijo adiós a todas las
reinas y damas presentes, especialmente a Draupadī, la reina de piel oscura de Yudhisthira. De
nuevo los nobles Pāṇḍavas derramaban lágrimas ante la
partida de su amigo, aliado y adorado Señor Kṛṣṇa.
La
Última Arma de Aśvatthāmā
अश्वत्तामा
अस्त्र
Justo
cuando la paz caía sobre la tierra, desde su escondite en el bosque en donde
había adorado a su dios Shiva durante quince días, el desolado Aśvatthāmā,
caballos exhaustos, con ojos flameantes de envidia, decidió lanzar su última
arma.
Tomó una
pajilla de pasto sagrado kusha del suelo. Y entonces, concentró su poder yóguico,
éste hijo de Brahmanes recitó los mantras ancestrales que había aprendido de Droṇa, el guru militar de los
ejércitos de los Kauravas. Y repitió estos mantras con fuerte intención, lanzó
un hechizo y maldijo esa brizna de hierba, imbuyéndola de poder místico.
Basándose en la ciencia del sonido ancestral Védico, Aśvatthāmā
conjuró el poder dentro de los átomos de la pajilla de kusha. Y una vez
concluido esto, su arma brahmastra estuvo lista.
Colocó
la hierba maldita en la filosa punta de un asta, Aśvatthāmā
colocó la flecha en su arco, apuntó hacia el cielo y con todo el poder
brahmánico que le quedaba apuntó hacia el vientre de Uttara, la esposa del hijo
de Arjuna, Abhīmanyu.
La nuera
de Arjuna llevaba en su vientre el futuro de la dinastía Pāṇḍava, al gran Maharaj Parikṣit, el padre de Janamejaya. Y era
precisamente contra Parikṣit que el arma de Aśvatthāmā
había sido lanzada, para destruir la herencia de Yudhiṣthira, y frustrar así la paz de India.
Ahora,
cuando Kṛṣṇa se montaba en su cuadriga
dispuesto a regresa a Dwaraka, la mujer corrió buscando Su protección. Y al
caer ante las ruedas de su carroza, Uttara suplicó por su vida y por la vida de
su hijo nonato, dijo, “¡Oh Krsna protégeme! Tú quién eres la esperanza de los
desesperados y el protector de los pobres, de los brahmanes sencillos y de la
propia Tierra. Protege a mi hijo que aún no nace y quien es la esperanza de
nuestra dinastía!”
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