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Wednesday, April 6, 2016

Romance Hindu XX

Mahābharata
Una versión de
Michael Dolan, B.V. Mahāyogi

Romance Hindu XX
La Incredible y Triste Historia de un Amor Prohibido Por los Dioses:
Nala y Damayanti






Una tarde mientras el brahmán oraba, adoraba al Señor Vishnu con el mantra sagrado cuando el sol desaparecía por encima de las montañas de Vindhya, vio a una de las acompañantes de la Reina Sunanda, brillaba dorada como brilla el sol a través de una nube oscura.
Al terminar su rezo la siguió con la mirada. Pensó que ésta debía ser la antigua princesa de Vidarbha, pero la princesa de ojos grandes estaba apagada en su belleza. Se deshacía en dolor y angustia. Y sin embargo sintió que era ella.
“¿Podría ser que la hija de Bhima estuviera aquí, adornando la corte del rey Chedi como compañera de su Reina Sunanda?” pensó. “El Rey Bhima está casi muerto de preocupación. He de saberlo con certeza”.
No pudo evitarlo y fijó su mirada en Damayanti. La hermosa Sunanda, la Reina, entró. Juntaron sus brazos y caminaron por los jardines reales. A la luz de la tarde, Damayanti se parecía a la luna, hermosamente oscura con sus pechos hermosos y abundantes, sus grandes ojos como lotos.
Parecía un loto que hubiera sido arrancado de las aguas placenteras de Vidarbha y plantado en los jardines reales de Chedi, un poco marchito y cubierto de polvo; Era como los rayos polvorosos de la luna que tiemblan de miedo después de que Rahu se traga a la luna oscura. Su belleza era como un estanque que espera la lluvia, o una poza en donde los lotos se marchitan cuando los pájaros se han marchado. O como un loto que se seca cuando el estanque no tiene agua. El sol quema el loto cuando el agua se seca; así se veía Damayant sin Nala: viuda del gozo del amor, entristecida y melancólica.
Su luz se había atenuado. Abandonada por su esposa, su belleza ya no brillaba como antes.
“Y ¿dónde está Nala?” pensó el brahmán. “Mientras Damayanti es la más hermosa de toda la tierra, buscada incluso por los dioses, su belleza de algún modo se desvanecía. Sin alegría, aturdida por la pérdida, ella vagaba aquí en Chedi, de luto por Nala. ¿Habría muerto en el bosque? ¿O vagaba, poseído por fantasmas o demonios en la vasta jungla de leones y osos, olvidado, desterrado y exiliado?”
Y pensando esto, el brahmán se aproximó a la Reina, Sunanda, y su acompañante real, dijo: “Queridas Señoras, por favor discúlpenme. Soy un humilde brahmán”.
Y Sunanda, tras dar sus respetos al brahmán dijo, “Benditos los humildes, buen señor”.
“Mis bendiciones a ustedes dos”, dijo. “Dejen que me presente. Mi nombre es Sudeva, vengo del reino de Vidrbha”.
Damayanti se sonrojó al escuchar el nombre del reino de su padre e inclinó la cabeza.
“El Rey Bhima me ha enviado aquí a buscar a su hija perdida Damayanti, quien siguió a su esposo Nala hacia el exilio hace mucho tiempo”.
El rostro de Sundanda brilló, pero Damayanti temió que fuera una trampa. Ella bajó los ojos y se cubrió la cabeza con su sari y apretó fuertemente el brazo de Sunanda. Susurró, “Sunanda: Recuerda la sentencia de muerte. ¿Qué tal si este brahmán ha sido enviado por Pushkara?”
El brahmán, quien escuchara este intercambio dijo, “Confíe, soy honesto”. Sustrajo de entre sus ropajes un anillo, dijo, “Mirad. El Rey Bhima me ha dado este anillo y me ha dicho que lo muerte a quien se parezca a Damayanti. Mi querida señora. Sé de que cuando solías correr en los jardines reales de Vidarbha. En una ocasión te vi jugar con un cisne dorado. Sé que debes ser Damayanti. Mira, ve si es el anillo de tu padre y si soy honesto”.
Ella palideció. Se adelantó a tomar el anillo de la mano curtida del brahmán.
“Tu padre muere de preocupación”, dijo el brahmán, pero tú pequeña hija, Indrasena, está muy bien e Indrasena tu hijo crece cada día fuerte y saludable. Por tu bien, cientos de brahmanes como yo peinan la tierra, buscando alguna señal de que estás con vida”.
Damayanti tomó el anillo de sus manos. El recuerdo de su padre trajo de nuevo color a sus mejillas. Regresó el anillo a anciano brahmán. Se descubrió la cabeza. “Perdóname por no reconocerte de inmediato, querida Sudeva. Por supuesto que ha pasado mucho tiempo”, dijo, uniendo sus manos y dando sus respetos. Sonrió. Ahí parado, de cerca, Sudeva pudo ver que su belleza natural regresaba. Tal como el arroyo de la montaña se regenera con las lluvias del monzón, Damayanti resplandeció, pensando en sus hijos y su padre y su hogar en Vidarbha.
Sunanda los invitó a sentarse. Y ahí, en los jardines reales conversaron.
Damayanti hizo mil preguntas a Sudeva, quien era un gran amigo de su hermano. Preguntó por los hijos del Rey Bhima y las damas de la corte mientras el sabio Sudeva escuchaba y le daba consuelo.
Y mientras hablaban, Sunanda se retiró discretamente y fue  a ver a la madre del rey de Chedi. Sunanda le dijo a la reina madre, “Ha venido un brahmán de la corte de Vidarbha. Ven a ver”.
Rápidamente la Reina madre abandonó sus aposentos íntimos y hacia donde se hallaba la misteriosa compañera de Sunanda hablando en voz baja con el viejo sabio brahmán.
Y la reina madre preguntó a Sudeva, "Esta joven me ha dicho un cuento extraño y maravilloso de los reyes y los príncipes y el exilio. La encontramos caminando como una vagabunda, enloquecida, atormentada por niños salvajes y perros. Y al ver que ella tenía algo noble en ella, la hemos refugiado en nuestra corte. ¿La conoces? ¿Cuánto de lo que ella dice es cierto?

Nala y Damayanti en el bosque
Ante lo cual Sudeva dijo, “He tenido la fortuna de conocer al monarca de Vidarbha, Bhima, quien es siempre generoso con los brahmanes. Allí, en ocasiones, he dado mi consejo a ese gran rey. Esta señora es Damayanti, la hija del Rey Bhima, princesa de Vidarbha. La reconozco por la hermosa marca de su frente. La conozco desde que era una niña, jugando en la corte del rey- Su esposo es el Rey de Nishadha, Nala, hijo de Virasena. Nala fue timado con su reino por su envidioso hermano, Pushkar, quien jugó con él a los dados. Cuando Nala fue exiliado, la fiel Damayanti lo siguió hacia el bosque. La buscamos desde entonces. La ha salvado usted de morir de inanición. Que Viṣṇu bendiga la piedad de tu alma.
La Reina Madre no pudo detener las lágrimas y se acercó y abrazó a Damayanti. “Entonces eres la hija de mi mismísima hermana,” dijo. “Tu madre y yo, somos ambas hijas del Rey Sudaman de Dasharna. Nos separamos hace mucho tiempo, cuando ella se casó con el Rey Bhima y yo me casé con el Rey Virabahu. Y ahora te recuerdo, mi niña. Fue en casa de mi padre en Dasharna. Mi hermana, recientemente casada con Bhima vino de visita. Eras sólo una bebé pegada al pecho de tu madre. ¿Cómo podría haberte reconocido, tan crecida?”
A lo que Damayanti contestó, “Nadie ha sido tan amable conmigo como lo has sido tú. Me aceptaste, pensando que era una extraña, pero me cuidaste como si fuera tu propia hija. Sólo hay un sitio en el mundo más placentero que tu hermoso palacio aquí en Chedi, y es mi propio hogar en Vidrbha. Y ahora que mi regreso es seguro, por favor, oh Reina Madre, dale a este pobre mujer desterrada permiso para partir hacia mi hogar. He de regresar a casa en donde mis pequeños hijos esperan por mi regreso. No han visto a su padre Nala desde hace tanto tiempo, pero tal vez si estoy ahí. Puedo darles algo de consuelo. Oh Sudeva, gracias. Me has devuelto la esperanza. Vayamos a Vidarbha”.

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