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Sunday, July 3, 2016

Romance Hindu XXIV La Incredible y Triste Historia de un Amor Prohibido Por los Dioses: Nala y Damayanti

Mahābharata
Una versión de
Michael Dolan, B.V. Mahāyogi

Romance Hindu XXIV
La Incredible y Triste Historia de un Amor Prohibido Por los Dioses:
Nala y Damayanti





El Regreso de Nala
Cuando Rituparna llegó a Vidarbha , estaba feliz ante el prospecto de competir con la mano de la hermosa princesa. Su corazón gozaba mientras el carro volaba, veloz como el viento.
Los hombres del rey vieron desde lo alto de la muralla cómo el poderoso carro se acercaba como el trueno. El Rey Bhima dio la orden y las puertas se abrieron. Los sementales estamparon sus cascos en la tierra y orgullosos relincharon. Y cuando ella escuchó el eco provocado por el carro a través de las paredes, Damayanti se alegró tal como la tierra se alegra con la llegada de la lluvia.
Cuando los elefantes reales escucharon el clamor de los caballos levantaron su trompas y rugieron.
Pero, ¿en dónde estaba Nala? Cuando daban la vuelta y corrían fuera de la vista, Damayanti pudo escuchar los gritos del enano conduciendo los caballos con mantras encantados. Pudo escuchar los cascos sobre las calles empedradas. El enano era extraño, pero el sonido le era familiar. El único conductor capaz de conducir caballos de aquella forma era su Nala. Al fin llegaba a rescatarla. Uno de esos hombres era Nala. Tal vez se escondía en el interior del carro, guiando con signos a los caballos.
“Es Nala, pensó ella. Está llenando con el estruendo de los cascos de los caballos como señal. Al fin, mi príncipe ha llegado”.
Y abrió las ventanas de su balcón y salió a la terraza para contemplar a su príncipe. Pero sólo vio al Rey Rituparna en su carroza arrastrada por finos sementales guiados por Varsneva y guiado a su vez por un horrible y encorvado enano de gran nariz y enormes orejas.
Y en el patio de palacio, su padre el rey, Bhima, quien no esperaba a esta real compañía, estaba sorprendido ante la urgencia de los caballos. Se aproximó a Rituparna y a sus caballerangos, diciendo, “Bienvenidos. ¿Qué los trae a Vidarbha?”
“¿Qué los trae a Vidarbha?”
Rituparna estaba sorprendido. ¿Por qué haría el rey tal pregunta? ¿No estaba ofreciendo la mano de su hija en competencia. Miro alrededor. ¿En dónde estaban los demás? Pudo ver que no había preparaciones para el swayaṃvara. No había banderines ni tiendas de campaña coloridas. El palacio estaba bastante solitario. No había sitio establecido para el banquete de la fiesta. La gente común estaba en sus asuntos. Era una tarde ordinaria en Vidarbha. Mientras el sol se ponía, no había grandes reyes ni príncipes ahí para competir por la mano de Damayanti. Algo no estaba bien. Lo habían engañado.
Rituparna sonrió, se bajó del carro y ofreció su mano al rey. “He venido a ofrecerte mis respetos, mi querido Rey Bhima”. Dijo. “Pasábamos por esta parte del mundo en nuestro camino hacia Ayodhya y pensé que sería una negligencia de mi parte no presentar mis respetos al gran rey de Vidarbha”.
Pero el rey estaba sorprendido de ver que alguien cubriera una distancia de más de cien leguas con tal premura. Se preguntaba acerca de la causa de la visita de Rituparna. ¿Por qué habría llegado tan lejos sólo a ofrecer sus respetos? “Debe tener un propósito más profundo”, pensó el rey.
“Muy bien señor”, dijo el Rey. “Venga. Cenaras conmigo en mi palacio. Y luego podrás descansar pues has de estar cansado”. Y tras dar instrucciones a sus hombres, el rey indico que los caballos fueran conducidos a los establos y que descansaran durante la noche, junto con el conductor del carro y el entrenador de caballos”.
Como Rituparna fue con Varshneya el auriga a cenar al palacio del rey, Nala, disfrazado como el enano jorobado, Vahuka condujo los caballos hacia los establos. Y ahí atendió a esos corceles nobles como lo hacen los reyes, Vahuka puso a descansar a los caballos, les dio heno y agua, cepilló sus crines, les dio terrones de azúcar y los alabó por su enorme esfuerzo. Se sentó en el carro a considerar la estrategia de sus acciones.
Mientras tanto, el desconcertado Rey Rituparna se sentó con el rey a comer en la gran mesa. Y mientras comía y hablaba con el rey, se preguntaba por qué no había svayambara. Nadie mencionó  la competencia en donde la hija del Rey Bhima tomaría pretendiente. “Tal vez, todo fue un truco”, pensó. “Pero ¿por qué? Tal vez todo esto tiene que ver con la desaparición de Nala. Quizá el svayamvara era un ardid para traerlo aquí y de algún modo me vi implicado. Tal vez alguien de mi reino sabe algo de Nala”.
Y mientras pensaba, reflexionó acerca de la forma extraña del enano quien era experto en caballos. Nala perdió su reino en el juego. Qué raro que este enano, experto en caballos estuviera tan interesado en aprender cómo jugar a los dados. Empezó a cobrar sentido para él. Quizás este enano jorobado era en realidad Nala. ¿Era posible?
Y desde el balcón del segundo piso que miraba hacia el comedor del palacio, Damayanti estudiaba al rey Rituparna. “¿Sería Nala? No tienen ninguno de los encantos de Nala. Pero, ¿quién hizo tronar el carro de guerra y castañear los cascos de los caballos si no fue Nala? ¿Pudiera ser que el feo enano supiera algo de Nala? ¿Otorgaría Nala sus  habilidades con los caballos al Rey Rituparna?
Mientras Damayanti estaba perpleja. Nadie podía guiar los caballos como lo hacía Nala. Sólo su esposo sabía los secretos de hacer sonar las calles con el sonido del carro. Bajó la mirada hacia el banquete desde una de las ventanas de su cámara secreta. ¿Dónde estaba el extraño enano? No había aparecido. Estaban el Rey Rituaparna y su auriga Varshneya, sentado en la tabla de banquetes con su padre. Podía ver que Rituparna estaba desconcertado.
Sabía que Rituparna no había venido a visitar a su padre el rey, sino a llevársela de sus pies y casarse con ella en el swyamvara. Rituparna llegó en respuesta a la invitación que ella enviara. Pero no había swaymvara. La invitación había sido enviada únicamente al Rey Rituparna.
Estaba confundido y hacía lo mejor que podía para disimular. Su invitación no era sino un pretexto, un mensaje secreto para Nala. Estaba convencida de que él vendría. Pero, ¿en dónde estaba? El auriga no tenía nada en común con Nala. De hecho ella estaba segura de que era el feo enano Vahuka quien conducía el carro. Pero ¿en dónde estaba? Tal vez supiera él algo de Nala.
El feo enano consideraba su destino, esperaba en los establos. ¿Cómo terminaría esto? ¿Por qué su señora anunciaría un nuevo matrimonio? Y ¿dónde estaban los pretendientes? ¿En verdad estaría considerando casarse con otro? Vahuka se estiró y sacó un cubo de agua del abrevadero por encima de su cabeza. Al poner frente a uno de los finos sementales de Sindhya  un cubo de agua tuvo oportunidad de mirarse en la cubeta. Vio su reflejo. Se sentó, considerando su aspecto en el espejo del agua clara.
Un enano feo le miraba y estudiaba sus gruesas cejas, su torcida nariz y sus enormes orejas. El enano parpadeó.
“¿En dónde está Nala?”
Damayanti pasó la vista por la mesa del banquete. ¿Quién era el Rey Rituparna? Había respondido al mensaje, y sin embargo no podía ser Nala. Tal vez Nala había muerto. Le pudo haber contado sus secretos a este Rey de Ayodhya quien estaba sentado en la mesa del festín de su padre. O probablemente Nala se habría disfrazado de algún modo como este enano jorobado quien daba de beber a los caballos en los establos de su padre. Tenía que saber más.
Damayanti llamó a su sierva.
“Keshini”, dijo, “Ve a averiguar quién es el caballerango que conduce los carros. ¿Por qué no ha asistido al banquete? Se esconde en los establos de mi padre. Ve hacia él. Sé discreta. Acércate cortésmente, con palabras dulces. Gana su confianza con amabilidad y miradas suaves. Condúcelo hacia el jardín, bajo la luna, cerca de mi balcón, para que yo pueda escuchar todo. Cuéntale mi historia. Pregunta su opinión acerca de la clase de hombre que abandona a una mujer en el bosque, dejándola media vestida. Averigua su sabe algo de Nala”.
“Así lo hare mi señora”. Dijo Keshini, y fue a cumplir las órdenes de su señora.
Damayanti fue hacia la ventana, la abrió, salió al balcón bajo la luz de la luna. Podía ver el jardín de abajo. Vio cómo Keshini, su sierva, abría las puertas de los establos.
Como Nala estaba viendo a los caballos, escuchó un ruido.
Al volverse vio a una delicada doncella. Sus ojos brillaban con la luz de la luna.
“Buenas noches señor”, dijo ella. “Puesto que no ha venido al banquete, le he traído algo de comer y beber”. Le ofreció un plato de comida y un vaso de agua. “O si no desea comer aquí en el establo con los caballos, puede venir a comer a la cocina con el servicio”.
“Esto me va bien”. Dijo. “Necesito estar cerca de estos pobres y cansados caballos. Han corrido duramente, desde Ayodhya hasta Vidarbha. Si cuido bien a mis caballos y ellos descansan bien esta noche, estarán más felices y cuando regresemos a Ayodhya correrán más veloces. Muchas gracias por todo. Aquí estoy bien”.
“Entonces deberé irme”, dijo la niña, sonriendo “Me necesitan en la cocina”.
“Por cierto, dijo Vahuka, “¿Es verdad lo que dicen acerca de tu señora? Es decir. Me dijeron que la hermosa Damayanti tendría un segundo concurso por su mano. Y no hay señales del concurso”.
“¿Concurso? No se nada de un concurso. Ha de haber sido un rumor extendido por algún brahmán descuidado. Muchos de esos chismes vagan en los bosques en estos días. Estoy segura de que mi señora nunca se casará de nuevo. ¿Por qué lo haría cuando su último esposo, Nala la abandonó en el bosque? Si un gran rey como Nala la descartó cual una bestia, media vestida en el bosque, entonces ¿qué podría esperar de hombres inferiores?
Con esto, la sierva Keshini se volvió y abandonó los establos, Empezó a caminar hacia la cocina. Ahora estaba en el jardín bajo la luz de la luna.
“Espera” escuchó.
Se dio la vuelta. Ahora el enano jorobado de nariz larga la seguía hacia el jardín. Estaban directamente bajo el balcón de la hermosa Damayanti, quien podía escucharlo todo.
“Sólo un momento”, dijo él.
Keshini la sierva miró al horrible enano a quien los hombres llamaban Vahuka.
“¿Podría ser de verdad Nala?” pensó ella.
“¿Sí?” dijo ella. “¿Has cambiado de parecer?  ¿Vendrás a cenar a la cocina después de todo?”
“No”. Dijo el enano. “Pero quédate un momento. Cuéntame de tu señora. ¿Es verdad que fue abandonada en el bosque?
“Bueno”, dijo ella, “yo sé que estaba desesperadamente enamorada de Nala. Sé que ella envió un mensaje a la corte de más de un rey. Sus mensajes fueron, ‘oh amado jugador que perdiste tu reino a los dados ¿en dónde estás? ¿A dónde te has ido? Rompiste mi vestimenta y me abandonaste. Me dejaste sola en el bosque para hallar mi suerte. ¿Por qué me dejaste sola y dormida en los bosques?’
Ella mandó a un brahmán a todos los sitios del mundo con este mensaje, con la esperanza de saber algo de su esposo perdido. De hecho este brahmán llegó al reino de Rituparna. Tú mismo respondiste a este mensaje. ¿Qué significaba eso?”
El enano dijo, “Sí, es verdad. Mi mensaje fue, ‘las mujeres castas sobrepasadas de calamidades se protegen, cuando en peligro, manteniendo su virtud”.
La sierva miró al enano y le dijo, “Entonces, explícate. ¿Quién eres?”
“Mi nombre es Vahuka”
Y con la hermosa Damayanti espiando desde su balcón con la mirada puesta en el jardín, el enano contó su historia.
“Mi nombre es Vahuka. De mi pasado ya contaré luego. He vagado por la tierra sirviendo a reyes. Como enano”, dijo, “He sido bendecido por los dioses con ciertos poderes místicos desde mi nacimiento. Entre ellos se halla mi poder sobre los caballos. Porque tengo la habilidad de trabajar con caballos he sido nombrado auriga del Rey, Rituparna.
“Puedo conjurar el fuego y el agua. También soy experto en el uso de las hierbas y las especies y la cocina. Así que he sido elegido como cocinero del Rey. En el transcurso de mis tratos con el rey he aprendido muchas cosas de muchos sabios brahmanes”.
Con esto, Damayanti se inclinó más sobre el balcón. Podía ver los ojos del enano mientras hablaba con la sierva. Lagrimas aparecieron en la cara curtida del feo enano y rodaron por su barba negra carbón mientras hablaba.
Él dijo, “He escuchado que una mujer virtuosa no ha de enojarse con la estupidez de los hombres. Incluso si un hombre ha sido privado de vestimentas a causa de pájaros envidiosos  que lo han engañado con su comida tras haber perdido todo en el juego. Una gran señora no ha de culpar a su esposo”.
La sierva no podía hallar sentido en el críptico mensaje. Pero Damayanti en su corazón sabía que sólo Nala estaba presente cuando los pájaros envidiosos robaron sus vestimentas. Únicamente Nala sabía acerca de su humillación en el bosque. Sólo Nala supo que la había dejado medio vestida en el bosque. Y entonces, o el enano conocía íntimamente a Nala, y había escuchado de él la historia o el enano era Nala. El propio Nala estaba contado la historia disfrazado como un enano feo.
Keshini la sierva dio las buenas noches al enano y llevó las nuevas de su conversación a Damayanti su señora. Ella estaba perpleja. Pondría a prueba al enano. Descubriría si de verdad era Nala. Esa noche no pudo dormir. Pensaba todas estas cosas. Y temprano por la mañana llamó a Keshini.
“Keshini”, dijo, “He escuchado decir que el enano es buen cocinero. Invítalo a cocinar el desayuno del Rey. Pero cuando esté en la cocina, ayúdalo. Observa sus movimientos de cerca. Mi esposo Nala tiene ciertos poderes místicos. Nunca he visto a nadie que pueda hacer lo que él hace. Obsérvalo detenidamente y apunta lo que haga. Y luego de nuevo conmigo”.
Y así, cuando el sol proyectaba rayos dorados sobre los árboles de ashoka en el jardín en donde los pájaros mensajeros hablaron hacía mucho a Damayanti, su sierva Keshini fue hacia los establos. Rituparna de Ayodhya dormía en un lujoso apartamento. Vahuka barría los establos.
Keshini entró y vio el fino carruaje del Rey Rituparna y al extraño enano de nariz torcida.
“Señor”, dijo ella, “Buenos días a usted. Mi señora Damayanti ha escuchado del Rey Rituparna que es usted un cocinero experto. Le he contado que es usted experto en hierbas y especias. Mi señora desea poner a prueba sus poderes en la cocina. Ha sido invitado a preparar su desayuno. Si acepta el reto”.
“Doncella, dile a tu señor que prepararé sin duda el desayuno”.
Y poco después, el enano, que era en realidad Nala, fue hacia la cocina, en donde Keshini le mostró todo lo que necesitaba.
Había suntuosos granos, vegetales, arroz y cereales. Había canastas de futa fresca cortada, incluyendo bayas, manzanas, duraznos, mangos y bananas. Había granos, arroz y trigo recién cosechados. Y Keshini observaba como Vahuka preparaba la comida.
Conjuró agua fresca con un chasquido de sus dedos, lavando con ello ciertos vegetales, y colocándolos en una olla. Y entonces Vahuka preparó el fuego. Tomó una brizna de hierba seca y la sostuvo de cara al sol, Vahuka dijo un mantra y la hierba se encendió. La colocó con gentileza y con un soplido, una llama encendió y le lamió la mano. Y sin embargo no se había quemado. Sencillamente siguió cantando y sonriendo y cocinando el desayuno.
La flama no le hizo nada, pues era inmune al fuego. Y cuando necesitaba añadir agua a la olla movía sus manos sobre ésta y agua fresca fluía desde sus manos en un arroyo. En ocasiones se movía de aquí para allá en la cocina hacia el jardín. Y la puerta era baja. Los hombres altos como Nala tenían que inclinar sus cabezas para atravesar esa puerta. Pero Nala no se agachó. Cuando se aproximó a la puerta, la puerta se elevó sola, unas cuantas pulgadas, para que pudiera pasar por debajo.

Todos estos peculiares signos místicos fueron presenciados por Keshini. Se habían puesto flores en floreros sobre las mesas, pero empezaban a marchitarse. Nala tomó las flores entre sus manos y las frotó. Brotaron refrescadas y renovadas, como si las acabaran de recoger.

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