Mahābharata
Una versión de
Michael Dolan, B.V. Mahāyogi
Romance Hindu XXIV
La Incredible y Triste Historia de un Amor Prohibido Por los Dioses:
Nala y Damayanti
Mahābharata
Una versión de
Michael Dolan, B.V. Mahāyogi
Romance Hindu XXIV
La Incredible y Triste Historia de un Amor Prohibido Por los Dioses:
Nala y Damayanti
El Regreso de
Nala
Cuando Rituparna llegó a Vidarbha , estaba feliz
ante el prospecto de competir con la mano de la hermosa princesa. Su corazón
gozaba mientras el carro volaba, veloz como el viento.
Los hombres del rey vieron desde lo alto de la
muralla cómo el poderoso carro se acercaba como el trueno. El Rey Bhima dio la
orden y las puertas se abrieron. Los sementales estamparon sus cascos en la
tierra y orgullosos relincharon. Y cuando ella escuchó el eco provocado por el
carro a través de las paredes, Damayanti se alegró tal como la tierra se alegra
con la llegada de la lluvia.
Cuando los elefantes reales escucharon el clamor
de los caballos levantaron su trompas y rugieron.
Pero, ¿en dónde estaba Nala? Cuando daban la
vuelta y corrían fuera de la vista, Damayanti pudo escuchar los gritos del
enano conduciendo los caballos con mantras encantados. Pudo escuchar los cascos
sobre las calles empedradas. El enano era extraño, pero el sonido le era
familiar. El único conductor capaz de conducir caballos de aquella forma era su
Nala. Al fin llegaba a rescatarla. Uno de esos hombres era Nala. Tal vez se
escondía en el interior del carro, guiando con signos a los caballos.
“Es Nala, pensó ella. Está llenando con el
estruendo de los cascos de los caballos como señal. Al fin, mi príncipe ha
llegado”.
Y abrió las ventanas de su balcón y salió a la
terraza para contemplar a su príncipe. Pero sólo vio al Rey Rituparna en su
carroza arrastrada por finos sementales guiados por Varsneva y guiado a su vez
por un horrible y encorvado enano de gran nariz y enormes orejas.
Y en el patio de palacio, su padre el rey, Bhima,
quien no esperaba a esta real compañía, estaba sorprendido ante la urgencia de
los caballos. Se aproximó a Rituparna y a sus caballerangos, diciendo,
“Bienvenidos. ¿Qué los trae a Vidarbha?”
“¿Qué los trae a Vidarbha?”
Rituparna estaba sorprendido. ¿Por qué haría el
rey tal pregunta? ¿No estaba ofreciendo la mano de su hija en competencia. Miro
alrededor. ¿En dónde estaban los demás? Pudo ver que no había preparaciones
para el swayaṃvara. No había banderines ni tiendas de campaña coloridas. El
palacio estaba bastante solitario. No había sitio establecido para el banquete
de la fiesta. La gente común estaba en sus asuntos. Era una tarde ordinaria en
Vidarbha. Mientras el sol se ponía, no había grandes reyes ni príncipes ahí
para competir por la mano de Damayanti. Algo no estaba bien. Lo habían
engañado.
Rituparna sonrió, se bajó del carro y ofreció su
mano al rey. “He venido a ofrecerte mis respetos, mi querido Rey Bhima”. Dijo.
“Pasábamos por esta parte del mundo en nuestro camino hacia Ayodhya y pensé que
sería una negligencia de mi parte no presentar mis respetos al gran rey de
Vidarbha”.
Pero el rey estaba sorprendido de ver que alguien
cubriera una distancia de más de cien leguas con tal premura. Se preguntaba
acerca de la causa de la visita de Rituparna. ¿Por qué habría llegado tan lejos
sólo a ofrecer sus respetos? “Debe tener un propósito más profundo”, pensó el
rey.
“Muy bien señor”, dijo el Rey. “Venga. Cenaras
conmigo en mi palacio. Y luego podrás descansar pues has de estar cansado”. Y
tras dar instrucciones a sus hombres, el rey indico que los caballos fueran
conducidos a los establos y que descansaran durante la noche, junto con el
conductor del carro y el entrenador de caballos”.
Como Rituparna fue con Varshneya el auriga a cenar
al palacio del rey, Nala, disfrazado como el enano jorobado, Vahuka condujo los
caballos hacia los establos. Y ahí atendió a esos corceles nobles como lo hacen
los reyes, Vahuka puso a descansar a los caballos, les dio heno y agua, cepilló
sus crines, les dio terrones de azúcar y los alabó por su enorme esfuerzo. Se
sentó en el carro a considerar la estrategia de sus acciones.
Mientras tanto, el desconcertado Rey Rituparna se
sentó con el rey a comer en la gran mesa. Y mientras comía y hablaba con el
rey, se preguntaba por qué no había svayambara. Nadie mencionó la competencia en donde la hija del Rey Bhima
tomaría pretendiente. “Tal vez, todo fue un truco”, pensó. “Pero ¿por qué? Tal
vez todo esto tiene que ver con la desaparición de Nala. Quizá el svayamvara
era un ardid para traerlo aquí y de algún modo me vi implicado. Tal vez alguien
de mi reino sabe algo de Nala”.
Y mientras pensaba, reflexionó acerca de la forma
extraña del enano quien era experto en caballos. Nala perdió su reino en el
juego. Qué raro que este enano, experto en caballos estuviera tan interesado en
aprender cómo jugar a los dados. Empezó a cobrar sentido para él. Quizás este
enano jorobado era en realidad Nala. ¿Era posible?
Y desde el balcón del segundo piso que miraba
hacia el comedor del palacio, Damayanti estudiaba al rey Rituparna. “¿Sería
Nala? No tienen ninguno de los encantos de Nala. Pero, ¿quién hizo tronar el
carro de guerra y castañear los cascos de los caballos si no fue Nala? ¿Pudiera
ser que el feo enano supiera algo de Nala? ¿Otorgaría Nala sus habilidades con los caballos al Rey
Rituparna?
Mientras Damayanti estaba perpleja. Nadie podía
guiar los caballos como lo hacía Nala. Sólo su esposo sabía los secretos de
hacer sonar las calles con el sonido del carro. Bajó la mirada hacia el
banquete desde una de las ventanas de su cámara secreta. ¿Dónde estaba el
extraño enano? No había aparecido. Estaban el Rey Rituaparna y su auriga
Varshneya, sentado en la tabla de banquetes con su padre. Podía ver que
Rituparna estaba desconcertado.
Sabía que Rituparna no había venido a visitar a su
padre el rey, sino a llevársela de sus pies y casarse con ella en el swyamvara.
Rituparna llegó en respuesta a la invitación que ella enviara. Pero no había
swaymvara. La invitación había sido enviada únicamente al Rey Rituparna.
Estaba confundido y hacía lo mejor que podía para
disimular. Su invitación no era sino un pretexto, un mensaje secreto para Nala.
Estaba convencida de que él vendría. Pero, ¿en dónde estaba? El auriga no tenía
nada en común con Nala. De hecho ella estaba segura de que era el feo enano
Vahuka quien conducía el carro. Pero ¿en dónde estaba? Tal vez supiera él algo
de Nala.
El feo enano consideraba su destino, esperaba en
los establos. ¿Cómo terminaría esto? ¿Por qué su señora anunciaría un nuevo
matrimonio? Y ¿dónde estaban los pretendientes? ¿En verdad estaría considerando
casarse con otro? Vahuka se estiró y sacó un cubo de agua del abrevadero por
encima de su cabeza. Al poner frente a uno de los finos sementales de
Sindhya un cubo de agua tuvo oportunidad
de mirarse en la cubeta. Vio su reflejo. Se sentó, considerando su aspecto en
el espejo del agua clara.
Un enano feo le miraba y estudiaba sus gruesas
cejas, su torcida nariz y sus enormes orejas. El enano parpadeó.
“¿En dónde está Nala?”
Damayanti pasó la vista por la mesa del banquete.
¿Quién era el Rey Rituparna? Había respondido al mensaje, y sin embargo no
podía ser Nala. Tal vez Nala había muerto. Le pudo haber contado sus secretos a
este Rey de Ayodhya quien estaba sentado en la mesa del festín de su padre. O
probablemente Nala se habría disfrazado de algún modo como este enano jorobado
quien daba de beber a los caballos en los establos de su padre. Tenía que saber
más.
Damayanti llamó a su sierva.
“Keshini”, dijo, “Ve a averiguar quién es el
caballerango que conduce los carros. ¿Por qué no ha asistido al banquete? Se
esconde en los establos de mi padre. Ve hacia él. Sé discreta. Acércate
cortésmente, con palabras dulces. Gana su confianza con amabilidad y miradas
suaves. Condúcelo hacia el jardín, bajo la luna, cerca de mi balcón, para que
yo pueda escuchar todo. Cuéntale mi historia. Pregunta su opinión acerca de la
clase de hombre que abandona a una mujer en el bosque, dejándola media vestida.
Averigua su sabe algo de Nala”.
“Así lo hare mi señora”. Dijo Keshini, y fue a
cumplir las órdenes de su señora.
Damayanti fue hacia la ventana, la abrió, salió al
balcón bajo la luz de la luna. Podía ver el jardín de abajo. Vio cómo Keshini,
su sierva, abría las puertas de los establos.
Como Nala estaba viendo a los caballos, escuchó un
ruido.
Al volverse vio a una delicada doncella. Sus ojos
brillaban con la luz de la luna.
“Buenas noches señor”, dijo ella. “Puesto que no
ha venido al banquete, le he traído algo de comer y beber”. Le ofreció un plato
de comida y un vaso de agua. “O si no desea comer aquí en el establo con los
caballos, puede venir a comer a la cocina con el servicio”.
“Esto me va bien”. Dijo. “Necesito estar cerca de
estos pobres y cansados caballos. Han corrido duramente, desde Ayodhya hasta
Vidarbha. Si cuido bien a mis caballos y ellos descansan bien esta noche,
estarán más felices y cuando regresemos a Ayodhya correrán más veloces. Muchas
gracias por todo. Aquí estoy bien”.
“Entonces deberé irme”, dijo la niña, sonriendo
“Me necesitan en la cocina”.
“Por cierto, dijo Vahuka, “¿Es verdad lo que dicen
acerca de tu señora? Es decir. Me dijeron que la hermosa Damayanti tendría un
segundo concurso por su mano. Y no hay señales del concurso”.
“¿Concurso? No se nada de un concurso. Ha de haber
sido un rumor extendido por algún brahmán descuidado. Muchos de esos chismes
vagan en los bosques en estos días. Estoy segura de que mi señora nunca se
casará de nuevo. ¿Por qué lo haría cuando su último esposo, Nala la abandonó en
el bosque? Si un gran rey como Nala la descartó cual una bestia, media vestida
en el bosque, entonces ¿qué podría esperar de hombres inferiores?
Con esto, la sierva Keshini se volvió y abandonó
los establos, Empezó a caminar hacia la cocina. Ahora estaba en el jardín bajo
la luz de la luna.
“Espera” escuchó.
Se dio la vuelta. Ahora el enano jorobado de nariz
larga la seguía hacia el jardín. Estaban directamente bajo el balcón de la
hermosa Damayanti, quien podía escucharlo todo.
“Sólo un momento”, dijo él.
Keshini la sierva miró al horrible enano a quien
los hombres llamaban Vahuka.
“¿Podría ser de verdad Nala?” pensó ella.
“¿Sí?” dijo ella. “¿Has cambiado de parecer? ¿Vendrás a cenar a la cocina después de
todo?”
“No”. Dijo el enano. “Pero quédate un momento.
Cuéntame de tu señora. ¿Es verdad que fue abandonada en el bosque?
“Bueno”, dijo ella, “yo sé que estaba
desesperadamente enamorada de Nala. Sé que ella envió un mensaje a la corte de
más de un rey. Sus mensajes fueron, ‘oh amado jugador que perdiste tu reino a
los dados ¿en dónde estás? ¿A dónde te has ido? Rompiste mi vestimenta y me
abandonaste. Me dejaste sola en el bosque para hallar mi suerte. ¿Por qué me
dejaste sola y dormida en los bosques?’
Ella mandó a un brahmán a todos los sitios del
mundo con este mensaje, con la esperanza de saber algo de su esposo perdido. De
hecho este brahmán llegó al reino de Rituparna. Tú mismo respondiste a este
mensaje. ¿Qué significaba eso?”
El enano dijo, “Sí, es verdad. Mi mensaje fue,
‘las mujeres castas sobrepasadas de calamidades se protegen, cuando en peligro,
manteniendo su virtud”.
La sierva miró al enano y le dijo, “Entonces,
explícate. ¿Quién eres?”
“Mi nombre es Vahuka”
Y con la hermosa Damayanti espiando desde su
balcón con la mirada puesta en el jardín, el enano contó su historia.
“Mi nombre es Vahuka. De mi pasado ya contaré
luego. He vagado por la tierra sirviendo a reyes. Como enano”, dijo, “He sido
bendecido por los dioses con ciertos poderes místicos desde mi nacimiento.
Entre ellos se halla mi poder sobre los caballos. Porque tengo la habilidad de
trabajar con caballos he sido nombrado auriga del Rey, Rituparna.
“Puedo conjurar el fuego y el agua. También soy
experto en el uso de las hierbas y las especies y la cocina. Así que he sido
elegido como cocinero del Rey. En el transcurso de mis tratos con el rey he
aprendido muchas cosas de muchos sabios brahmanes”.
Con esto, Damayanti se inclinó más sobre el
balcón. Podía ver los ojos del enano mientras hablaba con la sierva. Lagrimas
aparecieron en la cara curtida del feo enano y rodaron por su barba negra
carbón mientras hablaba.
Él dijo, “He escuchado que una mujer virtuosa no
ha de enojarse con la estupidez de los hombres. Incluso si un hombre ha sido
privado de vestimentas a causa de pájaros envidiosos que lo han engañado con su comida tras haber
perdido todo en el juego. Una gran señora no ha de culpar a su esposo”.
La sierva no podía hallar sentido en el críptico
mensaje. Pero Damayanti en su corazón sabía que sólo Nala estaba presente
cuando los pájaros envidiosos robaron sus vestimentas. Únicamente Nala sabía
acerca de su humillación en el bosque. Sólo Nala supo que la había dejado medio
vestida en el bosque. Y entonces, o el enano conocía íntimamente a Nala, y
había escuchado de él la historia o el enano era Nala. El propio Nala estaba
contado la historia disfrazado como un enano feo.
Keshini la sierva dio las buenas noches al enano y
llevó las nuevas de su conversación a Damayanti su señora. Ella estaba
perpleja. Pondría a prueba al enano. Descubriría si de verdad era Nala. Esa
noche no pudo dormir. Pensaba todas estas cosas. Y temprano por la mañana llamó
a Keshini.
“Keshini”, dijo, “He escuchado decir que el enano
es buen cocinero. Invítalo a cocinar el desayuno del Rey. Pero cuando esté en
la cocina, ayúdalo. Observa sus movimientos de cerca. Mi esposo Nala tiene
ciertos poderes místicos. Nunca he visto a nadie que pueda hacer lo que él
hace. Obsérvalo detenidamente y apunta lo que haga. Y luego de nuevo conmigo”.
Y así, cuando el sol proyectaba rayos dorados
sobre los árboles de ashoka en el jardín en donde los pájaros mensajeros hablaron
hacía mucho a Damayanti, su sierva Keshini fue hacia los establos. Rituparna de
Ayodhya dormía en un lujoso apartamento. Vahuka barría los establos.
Keshini entró y vio el fino carruaje del Rey
Rituparna y al extraño enano de nariz torcida.
“Señor”, dijo ella, “Buenos días a usted. Mi
señora Damayanti ha escuchado del Rey Rituparna que es usted un cocinero
experto. Le he contado que es usted experto en hierbas y especias. Mi señora
desea poner a prueba sus poderes en la cocina. Ha sido invitado a preparar su
desayuno. Si acepta el reto”.
“Doncella, dile a tu señor que prepararé sin duda
el desayuno”.
Y poco después, el enano, que era en realidad
Nala, fue hacia la cocina, en donde Keshini le mostró todo lo que necesitaba.
Había suntuosos granos, vegetales, arroz y
cereales. Había canastas de futa fresca cortada, incluyendo bayas, manzanas,
duraznos, mangos y bananas. Había granos, arroz y trigo recién cosechados. Y
Keshini observaba como Vahuka preparaba la comida.
Conjuró agua fresca con un chasquido de sus dedos,
lavando con ello ciertos vegetales, y colocándolos en una olla. Y entonces
Vahuka preparó el fuego. Tomó una brizna de hierba seca y la sostuvo de cara al
sol, Vahuka dijo un mantra y la hierba se encendió. La colocó con gentileza y
con un soplido, una llama encendió y le lamió la mano. Y sin embargo no se
había quemado. Sencillamente siguió cantando y sonriendo y cocinando el
desayuno.
La flama no le hizo nada, pues era inmune al
fuego. Y cuando necesitaba añadir agua a la olla movía sus manos sobre ésta y
agua fresca fluía desde sus manos en un arroyo. En ocasiones se movía de aquí
para allá en la cocina hacia el jardín. Y la puerta era baja. Los hombres altos
como Nala tenían que inclinar sus cabezas para atravesar esa puerta. Pero Nala
no se agachó. Cuando se aproximó a la puerta, la puerta se elevó sola, unas
cuantas pulgadas, para que pudiera pasar por debajo.
Todos estos peculiares signos místicos fueron
presenciados por Keshini. Se habían puesto flores en floreros sobre las mesas,
pero empezaban a marchitarse. Nala tomó las flores entre sus manos y las frotó.
Brotaron refrescadas y renovadas, como si las acabaran de recoger.
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