Mahābharata
Una versión de
Michael Dolan, B.V. Mahāyogi
Romance Hindu XX
La Incredible y Triste Historia de un Amor Prohibido Por los Dioses:
Nala y Damayanti
Maldecida por los dioses por su belleza.
“Tal vez fui maldecida por los dioses por mi
belleza”. Dijo. “Cuando no tomé a alguno por esposo, se enojaron y me
maldijeron. Usted es amable, pero será peligroso para usted darme refutio. La
maldición de los dioses me seguirá a donde vaya”.
Pero la Reina Madre era buena y dijo, “Quédate
aquí conmigo, hija. Lo que dices es interesante, pero no puedo creer que
alguien tan hermoso como tú, pueda ser maldecido por los dioses. Mis hombres
hallarán a tu esposo. No creo que alguien tan lindo como tú haya sido maldecido
por los dioses. Quédate un tiempo aquí. Anunciaremos al mundo que has llegado y
tu esposo con seguridad vendrá a encontrarte”.
“Usted es amable”, dijo Damayanti. “Si insiste me
quedaré. Pero tengo unas cuantas condiciones. No comeré las sobras de ningún
plato ni lavaré los pies de nadie. No hablaré con ningún hombre, y nadie me
solicitará como esposa. A cualquier hombre que insista e insista en hacerme su
esposa se le dará muerte. Este es mi
voto. También necesito hablar con los sabios del bosque que me prometieron que
me reuniré con mi esposo”.
Y la Reina Madre accedió, diciendo, “Sea”, y llamó
a su hija Sunanda.
Sunanda era la Princesa heredera, hermana del
propio rey Chedi. Y la Reina Madre dijo, “Sunanda, por favor acepta a esta
señora con aspecto de diosa como tu compañera personal. Ella viene de la tierra
de la propia Sita-devi y nos está haciendo una visita real”.
Y la hija de la Reina, Sunanda le dio la
bienvenida a Damayanti en sus aposentos junto con sus asociadas y doncellas y
la aceptó como su amiga personal, mostrando todo respeto hacia ella.
Y de este modo Damayanti vivió en la corte de
Suvahu como amiga personal de la dama Sunanda por algún tiempo.
Descubren a Damayanti: Regreso a Vidarbha
Uno a uno los brahmanes llegaron al reino de
Vidarbha, al gran festín que organizara el Rey Bhima. Llegaron desde todos los
rincones del reino. Y al terminar la ceremonia. El rey les dijo a los brahmanes
reunidos, “¿Qué noticias tienen de mi hija, la hermosa Damayanti? Si alguien
tiene alguna notica de su paradero, consulte con mi ministro después del
prasadam”.
Esa tarde, los dos brahmanes que estaban en el
banquete de Rituparna tras la carrera, se adelantaron. En una reunión confidencial con el rey, le
dijeron acerca del fantástico enano con poderes asombrosos y le hablaron del
delicado arroz con azafrán que había servido.
“No estoy seguro si esto ayuda”, dijo uno, “pero
estoy seguro de que el enano Vahuka tiene algo que ver con Nala”.
El rey agradeció a los brahmanes y les dio ropa y
plata en caridad. Había escuchado de sus espías que el cuerpo de un cazador
había sido hallado muerto, misteriosamente asesinado en la jungla en donde
cazaba, no lejos de donde Nala y Damayanti fueron vistos por última vez.
Otros llevaron rumores de un príncipe extraño,
Karkatoka, quien había sido maldecido por Narada a estar inmóvil en el bosque
como una serpiente. Había sido liberado y había regresado a gobernar su reino.
Entre los rumores estaba la idea de que había sido Nala quien lo liberó de la
maldición de Narada.
¿Sería posible que su yerno, Nala, estuviera
escondido tras un disfraz? Tal vez su disfraz tenía algo que ver con ese enano
tan famoso, quien cuidaba los caballos en el reino de Ayodhya. Qué idea tan
descabellada. Pero cosas más extrañas habían pasado en el reino de Vidarbha.
Pero, ¿en dónde estaba Damayanti? No había
noticias de su hija. El rey recompensó a los brahmanes abundantemente y renovó
su solicitud de noticias.
La luna cambió y transitó por las estaciones. El
verano se fue y vino, Los brahmanes buscaban por todos lados a Damayanti.
Entonces, un día, un brahmán llamado Sudeva llegó
al reino de Chedi. Y ahí en el interior del majestuoso palacio se quedó pro
algún tiempo como invitado.
Una tarde mientras el brahmán oraba, adoraba al
Señor Vishnu con el mantra sagrado cuando el sol desaparecía por encima de las
montañas de Vindhya, vio a una de las acompañantes de la Reina Sunanda,
brillaba dorada como brilla el sol a través de una nube oscura.
Al terminar su rezo la siguió con la mirada. Pensó
que ésta debía ser la antigua princesa de Vidarbha, pero la princesa de ojos
grandes estaba apagada en su belleza. Se deshacía en dolor y angustia. Y sin
embargo sintió que era ella.
“¿Podría ser que la hija de Bhima estuviera aquí,
adornando la corte del rey Chedi como compañera de su Reina Sunanda?” pensó.
“El Rey Bhima está casi muerto de preocupación. He de saberlo con certeza”.
No pudo evitarlo y fijó su mirada en Damayanti. La
hermosa Sunanda, la Reina, entró. Juntaron sus brazos y caminaron por los
jardines reales. A la luz de la tarde, Damayanti se parecía a la luna,
hermosamente oscura con sus pechos hermosos y abundantes, sus grandes ojos como
lotos.
Parecía un loto que hubiera sido arrancado de las
aguas placenteras de Vidarbha y plantado en los jardines reales de Chedi, un
poco marchito y cubierto de polvo; Era como los rayos polvorosos de la luna que
tiemblan de miedo después de que Rahu se traga a la luna oscura. Su belleza era
como un estanque que espera la lluvia, o una poza en donde los lotos se
marchitan cuando los pájaros se han marchado. O como un loto que se seca cuando
el estanque no tiene agua. El sol quema el loto cuando el agua se seca; así se
veía Damayant sin Nala: viuda del gozo del amor, entristecida y melancólica.
Su luz se había atenuado. Abandonada por su
esposa, su belleza ya no brillaba como antes.
“Y ¿dónde está Nala?” pensó el brahmán. “Mientras
Damayanti es la más hermosa de toda la tierra, buscada incluso por los dioses,
su belleza de algún modo se desvanecía. Sin alegría, aturdida por la pérdida,
ella vagaba aquí en Chedi, de luto por Nala. ¿Habría muerto en el bosque? ¿O
vagaba, poseído por fantasmas o demonios en la vasta jungla de leones y osos,
olvidado, desterrado y exiliado?”
Y pensando esto, el brahmán se aproximó a la
Reina, Sunanda, y su acompañante real, dijo: “Queridas Señoras, por favor
discúlpenme. Soy un humilde brahmán”.
Y Sunanda, tras dar sus respetos al brahmán dijo,
“Benditos los humildes, buen señor”.
“Mis bendiciones a ustedes dos”, dijo. “Dejen que
me presente. Mi nombre es Sudeva, vengo del reino de Vidrbha”.
Damayanti se sonrojó al escuchar el nombre del
reino de su padre e inclinó la cabeza.
“El Rey Bhima me ha enviado aquí a buscar a su
hija perdida Damayanti, quien siguió a su esposo Nala hacia el exilio hace
mucho tiempo”.
El rostro de Sundanda brilló, pero Damayanti temió
que fuera una trampa. Ella bajó los ojos y se cubrió la cabeza con su sari y
apretó fuertemente el brazo de Sunanda. Susurró, “Sunanda: Recuerda la
sentencia de muerte. ¿Qué tal si este brahmán ha sido enviado por Pushkara?”
El brahmán, quien escuchara este intercambio dijo,
“Confíe, soy honesto”. Sustrajo de entre sus ropajes un anillo, dijo, “Mirad.
El Rey Bhima me ha dado este anillo y me ha dicho que lo muerte a quien se
parezca a Damayanti. Mi querida señora. Sé de que cuando solías correr en los
jardines reales de Vidarbha. En una ocasión te vi jugar con un cisne dorado. Sé
que debes ser Damayanti. Mira, ve si es el anillo de tu padre y si soy
honesto”.
Ella palideció. Se adelantó a tomar el anillo de
la mano curtida del brahmán.
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