Mahābharata
Una versión de
Michael Dolan, B.V. Mahāyogi
Romance Hindu XVII
La Incredible y Triste Historia de un Amor Prohibido Por los Dioses:
Nala y Damayanti
Tras la carrera, el Rey Rituparna felicitó
a Vahuka y lo nombro su jefe de cocinas. Al día siguiente, Vahuka preparó un
gran festín para todos. Los brahmanes fueron invitados al banquete que se
sirvió en la hora auspiciosa. Tras una ceremonia de aroti ofrecieron todo a la
Deidad de Vishnu, todos fueron atendidos. Se sentaron en el patio a la sombra
de un enorme tamarindo. Había ricos subjis, platillos de arroz simple con
azafrán empapado en ghee o mantequilla clarificada. Había bebidas refrescantes y
payasam, arroz dulce. Una gran variedad de frutas frescas, vegetales, y
diferentes clases de suculencias, samosas, y pakoras se sirvieron, seguidas por
numerosos postres. Todos coincidieron en que Vaihuka era buen cocinero.
Dos de los brahmanes ahí reunidos había
viajado desde la corte del Rey Bhīma en Vidarbha. Mientras comían, uno de ellos dijo, “He
viajado por todas partes del reino de Ayodhya y nunca vi a alguien con esas
habilidades con los caballos”.
Su amigo dijo, “Sólo hay un hombre capaz de
tal hazaña. Pero, por desgracia, fue exiliado al bosque por el cruel Rey
Pushkar tras perder todo en el juego de dados”.
El primer brahmán rió: “Querrás decir el
Rey Nala. Él era alto con pelo dorado rizado. Este Vahuka es un payaso. Será
tal vez bueno con los caballos pero no tiene nada en común con el Rey Nala”.
Su amigo rió mientras lamía un poco de
arroz en mantequilla de su dedo, “Tiene otra cosa en común con Nala. Este arroz
al azafrán. Sólo he probado un arroz como este una vez: en el reino de Vishadha
en la fiesta de Damayanti”.
“Tienes razón, amigo mío. Puede ser que
Nala pasara tiempos difíciles y se haya disfrazado. Debemos volver a Vidarbha a
informar al Rey de estos extraños eventos”.
Tras concluir su almuerzo los dos brahmanes
se excusaron y tomaron rumbo hacia Vidarbha y el Rey Bhīma.
La Estampida de los Elefantes Salvajes
Cuando Damayanti vio la caravana que
cruzaba río abajo, se talló los ojos. ¿Estaba soñando? ¿Desaparecerían como los
santos ermitaños del bosque encantado?
Ellos empezaban a cruzar el río. Había
hombres vestidos al estilo de los mercaderes, caballos, asnos cargados de
enseres y carros tirados por bueyes cuyas pesadas ruedas grababan surcos en el
barro. Los hombres ayudaban guiando a los carros a través del río.
El agua llegaba les llegaba apenas a las
rodillas mientras cruzaban el río. Las cañas crecían altas y los gansos jugaban
en el agua sin oleaje. Algunas mujeres que llevaban cestas empezaron a cruzar,
mientras los hombres que halaban los carros alcanzaban los matorrales de caña
en la orilla cercana.
Damayanti se dio cuenta de que no soñaba.
Por primera vez en días estaba cerca de la civilización. Esta gente podría
ayudarla a recuperar a Nala. Corrió hacia ellos, agitó los brazos desesperada.
Los hombres y mujeres de la caravana vieron
a una mujer enloquecida que corría hacia ellos agitando los brazos. Se
encogieron ante el esbelto talle de Damayanti. Medio vestida en un sari
desgarrado parecía una maniática, delgada y pálida. Sus rizos estaban
enmarañados y cubiertos de polvo. Algunos corrieron aterrorizados de este
espíritu del bosque. Otros piadosamente se acercaron a ella y le preguntaron,
“¿Quién eres? ¿Eres un espíritu de este bosque? ¿Eres un yaksha o un rakshasa
que protege estas aguas? Si eres algún dios divino, bendícenos a nosotros
pobres mercaderes que vamos hacia el mercado de la ciudad de Chedi que se
encuentra atravesando este bosque a unas leguas de distancia.
Y Damayanti dijo, “Soy sólo una pobre
muchacha que ha perdido su camino. Soy la hija de Bhīma, el rey de Vidarbha.
Busco a mi gran esposo, el rey Nala, gobernante de Nishadhas, quien ha perdido
su reino y ha sido exiliado en el bosque. Por favor dime si lo han visto pasar
por aquí.
Ahora, el líder de la caravana era un
mercader llamado Suchi. Él dijo, “Oh reina, hija de Vidarbha, no hemos visto a
tal hombre o rey pasar por aquí. Hemos caminado muchos días por este bosque y
no hemos visto a ningún hombre o mujer. Elefantes y leopardos cazan en estos
bosques peligrosos. Hemos visto búfalos, tigre y osos. Pero a ningún hombre”.
“Buen hombre, dime ¿a dónde se dirige tu
caravana? Dijo ella.
“Nos dirigimos hacia la ciudad del Señor
Suvaha, el honesto y veraz rey de los Chedis. Únete a nosotros, te llevaremos
de vuelta a la civilización a través de este bosque oscuro y terrible. Este no
es sitio para una joven hermosa como tú”.
Acamparon para pasar la noche en las
orillas del tranquilo arroyo. Damayanti se bañó y las mujeres de los mercaderes
le dieron ropa fresca. Y tras comer en compañía de las mujeres, descansó. Al día
siguiente, Damayanti se unió a la caravana que atravesaba el bosque en su
camino hacia Chedi.
Tras tres días de camino, abandonaron el
terrible y oscuro bosque y llegaron a orillas de un gran lago, cubierto de
flores de loto. Todo el lago estaba rodeado de rarezas de flores, bambúes y
cañas de azúcar.
El agua del lago era pura, cristalina y
refrescante. Había suficiente hierba para los caballos y bueyes, y montones de
dulces cañas de azúcar. Era un oasis natural de frutas y flores, cocos y
plátanos, flores de loto y kadamba. Aves melodiosas llenaban de cantos el aire.
Su líder, Suchi, indicó que acamparan ahí.
Y hallaron un delicioso refugio en la agradable arboleda.
Pero esa tierra era la favorita de los
elefantes. Y cuando dormían, un grupo de elefantes salvajes salió del bosque y
empezó a correr hacia el lago lleno de lotos para beber y bañarse y tener un
festín de caña de azúcar.
Estas bestias poderosas corrieron
directamente a través de la placentera arboleda hacia donde yacía la caravana
dormida. Y cuando los mercaderes se levantaron y en un intento de defenderse,
agitaron los brazos y gritaron, los elefantes entraron en pánico.
La manada de elefantes embistió y en
estampida, aplastaron caballos y camellos; y en su furia salvaje mataron a
algunos mercaderes con sus colmillos y otros fueron pisoteados.
Algunos gritaban aterrorizados al ser
aplastados bajo las poderosas patas de los elefantes enloquecidos.
En medio del caos algunos hombres sacaron
espadas y lanzas. Las lanzaron hacia los elefantes, matando a otros hombres.
Y fue así que la caravana que rescatara a
Damayanti sufrió grandes pérdidas a causa de los elefantes. Las fogatas fueron
avasalladas. Las llamas se convirtieron en un fuego voraz que quemó las cañas
de azúcar. Y el incendio alcanzó incluso a los hombres que se habían escondido
en los árboles. Y se desató un tumulto tremendo parecido a la destrucción de
los tres mundos al final de los tiempos.
En la mañana los elefantes se habían ido.
Algunos de los seguidores menos escrupulosos de la caravana habían tomado las
joyas y el oro de otros y habían huido con su tesoro. Abandonando el
campamento. Otros simplemente huyeron de la matanza frenética, regresando al
río por el cual habían llegado.
Y cuando el sol salió, los que quedaron
atrás muy heridos por los acontecimientos dijeron. “Una desgracia como esta
nunca nos había ocurrido. Tal vez ofendimos a algún espíritu del bosque”.
Algunas lenguas envidiosas culparon a
Damayanti, dijeron, “Sí. Estábamos bien hasta que llegó esta mujer. Ha de ser un
Rakshasa, o algún otro ser sobrenatural o un demonio que fue enviado por el
infierno a torturarnos”.
Cuando ella despertó, pudo escuchar hablar
a los otros. Damayanti se resguardó tras un árbol y escucho que conspiraban
contra ella.
“Esta chica-demonio es de mala suerte.
Debemos matarla”, dijo uno.
“Ha de ser un Rakshasa que engañó con su
belleza a nuestro líder. Ha de ser detenida antes de que su magia nos mate a
todos…”
Uno de los ancianos que sobrevivió dijo:
“Debemos lapidarla hasta la muerte. O dejar que la pisoteen los elefantes”.
Otro dijo, “Debemos ahogarla en el lago. O
golpearla hasta su muerte con nuestros propios puños, a esa diabla”.
Una anciana dijo, “¿Quién es esta mujer?
Trajo el mal a nosotros. ¿Vieron sus ojos maniáticos, su forma apenas humana?
Ella es una bruja cuya magia negra nos ha maldecido hasta la muerte. Quién sino
un demonio nos haría daño. Caigamos sobre ella con piedras y varas de bambú.
Debemos matarla o nosotros mismos pereceremos”.
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