Mahābharata
Una versión de
Michael Dolan, B.V. Mahāyogi
Romance Hindu XVI
La Incredible y Triste Historia de un Amor Prohibido Por los Dioses:
Nala y Damayanti
La gente de Ayodhya se dirigió a ver el
espectáculo. El clima era adecuado. Eligieron una pradera ente el bosque de
Ayodhya y los campos en donde pastaban las vacas. Al mediodía, los espectadores
se sentaron bajo las sombrillas de brillantes colores y bebieron bebidas
frescas ya que el sol de verano se había intensificado.
Primero el rey Rituparna cabalgó en una
fina yegua blanca, a la que llamó Tormenta. Estaba vestido con fina seda y su
caballo estaba decorado con la mayor gala de Ayodhya. Las riendas doradas de
los caballos y los aparejos brillaban al sol. Jivala montó un caballo gris muy
veloz, Trueno. Vestía su uniforme de auriga del rey y su caballo estaba
adornado con plata, sostenía firmes las riendas.
El Rey Rituparna sonreía y saludaba a la
multitud ahí reunida. La gente del pueblo y los hombres de la corte vitoreaban
al su campeón. Condujo su caballo hacia la línea.
Jivala mantenía las riendas de Trueno
apretadas. Trotó hacia la línea también. Unas cuantas damas lo animaron desde
la distancia.
Justo cuando la carrera estaba a punto de
comenzar, la gente rompió a reír. El Rey Rituparna se volvió a ver de qué se
trataba el escándalo. Pudo ver a su caballerango encorvado montado a Fuego,
trotar hacia la línea.
Era una vista ridícula. El enano de espalda
jorobada, con su nariz ganchuda, su barba negra como el carbón y su extraño
atuendo montado a pelo, su pelo revoloteaba salvaje con el viento. Se puso de
pie sobre el lomo del caballo, saludó a la multitud e hizo una pirueta en el
aire. La multitud enloqueció ante las payasadas ecuestres del enano. Como
payaso, era un gran éxito. Pero ¿en una competencia de la realeza? Fuego no
tenía ni montura. ¿Cómo podría competir con el rey?
Llegó a la línea. El Rey Rituparna miró al
enano miserable montado en el caballo más salvaje del establo. “¿En dónde está
tu montura?” dijo. “Nunca supe de una carrera sin montura”.
“Hace mucho, en la tierra de los mlecchas,
aprendí a cabalgar sin montura. En las arenas del desierto en donde vagan los
camellos, los nómadas montan a pelo. Como tu caballerango me considero un
candidato para esta carrera”.
El Rey sonrió, “¿Cuál será la apuesta?”
“Una apuesta amistosa”, dijo Vahuka. “Estoy
harto de la sopa que se sirve aquí. Tengo en mente mostrar mis habilidades en
la cocina. Si gano, deja que dirija tu cocina”.
Los caballos plantaron sus cascos. Jivala
apretó más las riendas aún. El rey rió. ¿Un caballerango jefe de cocina? Espero
que tu sopa no huela a los establos”.
El ministro de guerra sostuvo en el aire
bien alto un pañuelo. Cuando cayera al suelo empezaría la carrera.
“Muy bien, Vahuka”, dijo. “Cuídate de ese
caballo. Tiene carácter mortal.
El ministro de guerra elevó aún más el pañuelo. Ellos prepararon
los caballos para embestir. Fuego, Trueno, y Tormenta tensaron los largos
músculos de sus cuellos. Sus ojos se desorbitaban.
El pañuelo de seda estaba en el aire. Las
riendas apretadas. El caballo del Rey Rituparna salió disparado por el campo.
Sus cascos sacudían la tierra. El polvo volaba. Jivala estaba junto a Trueno.
Fuego mientras tanto corría por el campo. Vahuka sonreía tranquilo de pie sobre
la espalda del caballo y saludaba a la multitud. El semental se detuvo y se
agachó a degustar una flor, sin preocuparse de que ya los caballos reales iban
veloces por la pista de carreras.
Rituparna había puesto ya distancia entre
Tormenta y Trueno de Jivala.
Al doblar la primera esquina, Vahuka se
sentó y acarició la crin del caballo, con cariño. “Corre como el viento”, le
susurró al oído al caballo.
De repente Fuego entró en acción. Puso en
horizontal su cabeza, apretó los dientes, puso los ojos en blanco. Parecía
volar sobre la tierra. Cargaba sus cascos sobre el césped que tronaba llevando
a Vahuka el enano cual hoja que vuela con el viento.
Jivala sintió una ráfaga de aire cuando
Fuego pasó, resoplando. Quiso alcanzar el látigo, pero había sido prohibido.
Pero Vahuka no necesitaba un látigo. De
nuevo susurró a Fuego cuando adelantaba como cohete a Jivala montado a Trueno.
El Rey Rituparna continuaba muy adelantado,
casi en la línea final. Una parte de la multitud aplaudía ya al rey, pero otros
empezaban a animar al enano que cerraba la distancia. Jiva quedó rezagado,
mientras que Fuego levantaba el polvo.
Cuando llegaron a la vuelta final, Rituparna
sonrió. Sería una fácil victoria. Los brahmanes estarían felices con sus vacas.
Podía escuchar a la multitud aclamarlo.
Al llegar a la recta final, Vahuka en Fuego
estaba a centímetros de Tormenta. Ambos caballos se esforzaban por correr lo
más rápido que podían, pero Fuego corría sin el peso de la montura. Sin el roce
de la brida, y su jinete corría sin los límites de la rica vestimenta del rey.
Inclinándose hacia adelante, el enano susurró de nuevo, Fuego corrió todavía
más rápido.
Rituparna estaba sorprendido. “¿Quién era
ese enano?” Pensó, “¿Es un Gandharva disfrazado?” Justo cuando lo superaba
Vahuka en la carrera. Presionó a Tormenta a responder, pero el caballo ya no
podía correr más rápido.
En un instante terminó la carrera. Vahuka
condujo a fuego tan rápido como el viento hacia la meta. El Rey Rituparna llegó
un segundo después. Esperaron un poco por Jivala, cuyo caballo Trueno estaba
exhausto. La multitud aclamaba al vencedor. “¡Hurra por Vahuka! ¡Hurra por el
Enano! ¡Vahuka ki Jai!” gritaban.
Tras la carrera, el Rey Rituparna felicitó
a Vahuka y lo nombro su jefe de cocinas. Al día siguiente, Vahuka preparó un
gran festín para todos. Los brahmanes fueron invitados al banquete que se
sirvió en la hora auspiciosa. Tras una ceremonia de aroti ofrecieron todo a la
Deidad de Vishnu, todos fueron atendidos. Se sentaron en el patio a la sombra
de un enorme tamarindo. Había ricos subjis, platillos de arroz simple con
azafrán empapado en ghee o mantequilla clarificada. Había bebidas refrescantes y
payasam, arroz dulce. Una gran variedad de frutas frescas, vegetales, y
diferentes clases de suculencias, samosas, y pakoras se sirvieron, seguidas por
numerosos postres. Todos coincidieron en que Vaihuka era buen cocinero.
Dos de los brahmanes ahí reunidos había
viajado desde la corte del Rey Bhīma en Vidarbha. Mientras comían, uno de ellos dijo, “He
viajado por todas partes del reino de Ayodhya y nunca vi a alguien con esas
habilidades con los caballos”.
Su amigo dijo, “Sólo hay un hombre capaz de
tal hazaña. Pero, por desgracia, fue exiliado al bosque por el cruel Rey
Pushkar tras perder todo en el juego de dados”.
El primer brahmán rió: “Querrás decir el
Rey Nala. Él era alto con pelo dorado rizado. Este Vahuka es un payaso. Será
tal vez bueno con los caballos pero no tiene nada en común con el Rey Nala”.
Su amigo rió mientras lamía un poco de
arroz en mantequilla de su dedo, “Tiene otra cosa en común con Nala. Este arroz
al azafrán. Sólo he probado un arroz como este una vez: en el reino de Vishadha
en la fiesta de Damayanti”.
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