Mahābharata
Una versión de
Michael Dolan, B.V. Mahāyogi
Romance Hindu XV
La Incredible y Triste Historia de un Amor Prohibido Por los Dioses:
Nala y Damayanti
VAHUKA EL ENANO MAGICO
Damayanti se quedó de pie sola de nuevo en
el bosque. Desolada, preguntó a los árboles ashoka, “¿En dónde están todos los
santos? ¿A dónde han ido los ermitaños? ¿Por qué me han dejado? ¿En dónde está
mi rey? ¿Han visto a mi esposo?”
Enloquecida de dolor, corrió de un árbol al
otro, diciendo, “¿A dónde se han ido los devotos de Krishna? ¿Por qué me han
dejado aquí? ¿En dónde está el arroyo que corría aquí humedeciendo los lotos?
¿En dónde están los loros de colores que cantan los sagrados Vedas en rimas
sánscritas?
Ella vagó hasta que llegó a un árbol
ashoka. Había lágrimas en sus ojos de loto, lloraba. “Oh árbol noble, tu nombre
es ashoka, que significa libre de lamentación. Liberame de mi lamento y dime en
dónde está mi esposo. El viste un trozo desgarrado de mi ropa. Respóndanme.”
Pero el verde y frondoso árbol no tuvo
respuesta.
De este modo Damayanti pasó a través del
bosque pasó por regiones más profundas, oscuras y peligrosas. Pasó por
arboledas y arroyos serpenteantes. Pasó montañas apacibles y vio venados
salvajes y pájaros. Recorrió colinas y atravesó cavernas hasta pensar que había
perdido toda esperanza. Por último llegó a un río placentero. Se bañó en sus
aguas frías y transparentes.
Y mientras se bañaba, vio una nube de polvo
al otro lado del arroyo, más abajo. Era una gran caravana. Al llegar la
caravana pudo ver caballos y elefantes, carrozas y carros cargados de mercancías.
Se habían detenido al otro lado del río y empezaban a cruzar sus aguas.
Corrió hacia ellos, pero el grupo se
sorprendió al ver una mujer loca y despeinada del bosque correr hacia ellos. Se
detuvieron.
“¿Quién eres?” dijeron. “¿Eres un espíritu
del bosque o un demonio enviado a maldecirnos al infierno. Por favor bendícenos
para que nuestra caravana pase el río sin ser dañada”.
Carrera a la Meta
En el reino de Ayodhya, Rituparna había
hecho a Vahuka el enano mágico, que en realidad era Nala disfrazado, su amo de
cuadra. Vahuka entrenaría a Jivala el auriga y velaría por que los caballos
fueran veloces.
Vahuka dormía en los establos con los
caballos. Jivala llegó a él una mañana. Vahuka lo condujo hacia el poderoso
semental llamado Fuego, que se había revelado y volcado el carro del rey.
“Ven acá, Jivala”, dijo. Los ojos de Fuego
se abrieron aterrorizados. “Está bien muchacho”. Jivala temía al caballo, pero
siguió la instrucción. El enano era pequeño y no podía alcanzar el cuello del
caballo. Se puso de pie sobre un taburete de madera y sostuvo las riendas.
“Oye, chico, no tengas miedo”. Jivala se aproximó.
“Mira”, dijo, sosteniendo las riendas
mientras se estiraba en el taburete. Jivala lo siguió pero no entendía. ¿Qué se
suponía que debía ver? Vio a un enano sostener las riendas de esa horrible
bestia que casi matara al rey.
“¿Qué es, Vahuka?”, dijo.
“¿Ves en donde las riendas rozan el cuello
del caballo? Las riendas están muy apretadas”.
“Unas riendas apretadas hacen un buen
caballo”, dijo Jivala.
“No. Este caballo está lastimado. Quítale
las riendas”.
“Entonces, ¿cómo controlaremos al caballo?”
dijo Jivala, que nunca había escuchado semejante disparate.
“Lo controlaremos con afecto”, dijo Vahuka.
“Hazlo ahora”.
Acarició la cabeza del caballo. Lo miró a
los ojos, y bajó del taburete. Recogió el estrado de madera, caminó a través
del establo hacia el siguiente caballo.
“Hazlo ahora”, dijo.
Jivala sacudió la cabeza. ¿Qué podía saber
un enano de caballos? No era suficientemente alto para tocar la crin.
“Está bien. Como digas”.
Jivala se ocupó en quitar las riendas. El
caballo resopló y sacudió la cabeza. Jivala manipuló ásperamente las correas.
El caballo relinchó. De inmediato el enano estuvo de nuevo junto él, tiró de su
pierna.
“¡Suavemente!”
Jivala se encogió de hombros. Hizo todo lo
posible para desatar las correas. Pudo ver que habían llagado la piel del
caballo. A medida que soltaba las riendas, un hilito de sangre corrió por el
rostro de Fuego. Desató las correas de cuero y dio un paso atrás.
“Ves, Jivala, este caballo está lastimado”,
dijo Vahuka. Un caballo nunca responderá mientras está herido. Tienes que
tratarlo con amor, no con látigo. No más látigo”.
“Con todo respeto, mi querido enano. No
estoy seguro de entender tus métodos. ¿Cómo irá veloz el caballo si no lo
fustigo?
“Cabalgarán veloces como el viento, con
sólo un susurro de tu parte, si les muestras afecto”.
“Como digas. Tú eres el caballerango”.
Vahuka le entregó a su ayudante una pequeña
botella verde con un líquido.
“Esta es una poción hecha de hierbas.
Aplícala a las heridas antes de que se seque la sangre. Haz lo mismo con los
demás caballos. Quiero que todos los caballos descansen tres días”.
Vahuka
señaló la paja seca y fétida amontonada en el centro de la cuadra.
“¿Es ese su alimento?”
“Pues sí, señor. El heno viene del pueblo”.
“Quiero alfalfa fresca”.
“La alfalfa fresca es costosa señor,
siempre usamos esta paja”.
“Esta paja seca no es para estos campeones.
Ellos quieren alfalfa fresca”.
Señaló la bandeja de agua, dijo, “¿Cada
cuánto les cambias el agua?”
“Pues, una vez a la semana, señor”.
“No, Cambia esa agua ahora. Está estancada.
Dile al rey que necesitas un ayudante si es necesario, pero estas condiciones
no son adecuadas para caballos finos. Si él quiere caballos rápidos, deben ser
caballos felices”.
Jivala empezaba a ver la lógica. Bajó la
mirada hacia el extraño hombre con barba color carbón y chispa en los ojos.
“Muy bien señor. Conseguiré ayudantes”.
Pasó una semana. Los estables estaban
limpios. La alfalfa fresca. Las yeguas y los potros comían tranquilamente. Los
sementales bebían agua pura. El semental negro salvaje, Fuego, corría libre en
los campos del rey sin arneses, correas o riendas. Todos los caballos se
fortalecieron. Ya no temían ni odiaban a Jivala.
Mientras Jivala trabajaba con un ayudante
para cambiar el agua, sintió un tirón en sus polainas. Se dio vuelta y vio los
ojos negro carbón de Vahuka quien miraba hacia él. “Están listos. Es tiempo de
hacer una demostración”, dijo, frotándose las manos. “Hagamos una carrera”.
Tras consultar con el rey, se fijó un día
para la carrera. El Rey Rituparna seleccionaría los dos mejores caballos. Él
competiría contra su famoso auriga, Jivala. Si Jivala ganaba, conservaría el
caballo. Si el Rey ganaba, donaría diez vacas en caridad a los brahmanes
locales.
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