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Thursday, February 18, 2016

Romance Hindu IX


Mahābharata
Una versión de
Michael Dolan, B.V. Mahāyogi

Romance Hindu IX
La Incredible y Triste Historia de un Amor Prohibido Por los Dioses:
Nala y Damayanti




Nala y Damayanti en Exilio

Abandonada


Nala bajó la cabeza y se cubrió el rostro con las manos. Luchaba con la influencia de Kali, dijo, “Estoy maldito por los dioses. Fui un tonto en desafiar su deseo. He ofendido a los dioses y ahora quieren venganza. Abandóname a mi suerte. Desprovisto de toda mi fortuna y reino mis enemigos me dejan a morir avergonzado en el bosque. No puedo ayudarme a mí mismo. Hasta los pájaros se han llevado mi ropaje. Tienes que irte. Déjeme a mi suerte”.
Se repuso y se levantó erguido, sacudió el espíritu demoniaco por un momento. Dijo,
Escucha, princesa y aprovéchate de mi pérdida”.
Cuando empezó a caer la noche en el bosque, Nala señaló a través de los árboles hacia el sur.
Oh Princesa, ahí está la senda hacia el sur, pasa por la ciudad de Avantī.”
Hizo un gesto hacia el este: “Rikshavān es por ahí; ahí se halla la poderosa montaña Vindhya en donde habitan los ermitaños y ahí está el río Payoshṇī  que corre hacia el mar”.
Apuntó hacia el oeste en donde el sol justo besaba el horizonte. “Ese es el camino a  Kośala. Toma por esa senda y encontrarás el camino hacia Vidarbha. Toma esa senda, pasa a travesando del valle de la montaña Vindhya y regresa a tu hogar con tu padre amoroso, el gran rey Bhīma. Abandóname a mi suerte, la de morir solo y hambriento, despojado, maldecido y condenado por los dioses”.
Exhausto, Nala se sentó bajo un enorme árbol de higuera cubierto de horribles e intrincadas vides en el momento en que callaban los pájaros. La oscuridad envolvió el bosque.
Damayanti se colocó ante el rey caído. Escuchó el ululato de un búho. Pronto las creaturas de la noche empezarían a merodear en busca de presa. Con una voz ahogada de dolor, dijo, “Oh Nala. Mi corazón se bate como gorrión herido. O rey una vez orgulloso. ¿Cómo has llegado a esto? Tal vez es verdad lo que la gente dice; estás poseído por un demonio oscuro que te ha conducido hasta este destino.
Mi Nala. Mi garganta está seca. No tengo palabras. Romperé a llorar, pero muriendo de sed, no hay agua que venga hacia mis ojos. Arrebatado del reino y riquezas, desnudo, desgastado por el hambre y la sed, hablas como un hombre enloquecido. Ante los dioses te otorgué a ti la guirnalda. Cuando hasta Indra y el Señor de la Muerte me cortejaban, yo te escogí a ti. ¿Cómo he de abandonarte ahora a morir de hambre en un bosque oscuro, maldito por los dioses?”
Para un hombre en desgracia no hay amigo ni medicina que se parezca a la esposa. ¿Cómo puedo ir y dejarte solo y desnudo en los bosques a que mueras de hambre?”
Ven. Vayamos con mi padre. Nos dará refugio. Él te dará la bienvenida como el rey que eres”.
Ahora el bosque estaba oscuro. El sol se había ido ya, la fría luna se había elevado y el frío caía sobre la tierra.
No, no puedo”. Dijo Nala. “Pues para quien ha sido honrado, la deshonra es peor que la muerte. Cómo puedo aparecer ante él en mi condición actual. Mírame. No tengo ni una tela para cubrir mi desnudez. Tu padre me vio en mi hora más noble, y ahora soy un miserable”.
Ven. Vive conmigo y sé el rey de mi hogar en Vidarbha. Nuestros hijos ya están ahí, los llevó nuestro valiente auriga, Varsneya. Ahí puedes reunir a tus aliados y marchar en contra del usurpador. Vence a tu hermano, puedes recuperar el reino”.
No. Debo hallar mi verdadero destino aquí. Ya sea que he sido maldito, o no, por los dioses. Pues si los dioses están enojados, ni tú ni tu padre escaparán de su ira”.
Entonces no puedo abandonarte. Encontremos juntos el destino. Los dioses estuvieron complacidos una vez conmigo; tal vez lo estén de nuevo”.
Nala se conmovió. “Y yo nunca te abandonaré, mi Princesa”, dijo. Apoyó su hombro contra la gran higuera, soportándose sobre un codo. Habló lentamente, con la lengua hinchada. “Tal vez esté loco, o poseído por demonios. No sé por qué he sido impulsado a jugar a los dados. Tal vez estoy maldito por los dioses o conducido por algún diablo, pero nunca abandonaré mi amor por ti”.
Los ojos de Nala se pusieron en blanco, perdía la consciencia.
No temas que nunca te dejaré, hermosa Damayanti. Tienes razón: no hay una medicina como una buena esposa. Podré abandonar mi reino e incluso a mí mismo a la locura, pero nunca te dejaré. Te doy mi palabra”.
Había entrado ya el frío de la noche. Nala estaba exhausto. Se había desmayado. Damayanti yacía su cabeza cuidadosamente en la raíz de la generosa higuera. Y sintiendo pena por su señor caído, rasgó el borde de su sari de seda y envolvió a Nala con la mitad de su vestimenta, para que el frío no le matase.
Y así, apenas vestido con la mitad de una prenda el grande y apuesto rey de Vishadha y la princesa que había sido solicitada por los dioses durmieron en los brazos de la gran higuera mientras los tigres acechaban el cruel bosque del exilio. Cuando ellos acostumbraban dormir en cojines de plumas y almohadas de seda, ahora sólo tenían raíces de un árbol por almohada. Durmieron con solo la tierra como lecho, medio desnudos en el cieno, manchados de polvo bajo la luna fría.
Los jabalíes dormían en los arbustos. Incluso los osos, los ciervos y otras creaturas salvajes que a menudo vagaban por los bosques yacían dormidos. Damayanti durmió quietamente, acurrucada en los brazos de Nala, con una raíz por almohada con la fragancia de los jazmines nocturnos como perfume.
Kali era un espíritu demoniaco. Y los demonios nunca descansan. El hechizo de Kali estaba en Nala, quien no podía dormir. Insectos voladores picaban su rostro y manos en la oscuridad. Su piel ardía, pero su conciencia ardía aún más. ¿Cómo pudo perderlo todo? Por qué estaba exiliado, cuando su hermano gobernaba ahora su reino. Se quemaba por vengarse. El croar de las ranas y el canto de los grillos perturbaba su sueño. Daba vueltas. El espíritu de Kali no le permitía descansar.
Y mientras que Damayanti dormía sobre la tierra fría, Nala era atormentado en su mente por el espíritu de Kali. Ardía de rabia y tristeza. Ardía por su reino perdido y los amigos que pronto le abandonaron. Hambriento y exhausto. Se despertó.
Se sentó, ya no sentía que iba desnudo. Su mujer había rasgado su ropa, dándole la mitad de su vestimenta. Ató la tela a sus muslos y miró alrededor. Cuando miraba lo que le rodeaba en la oscuridad, apenas podía distinguir la senda del bosque. Al oeste estaba Vidarbha, a través de los valles de la montaña Vindhya. El este conducía hacia lo profundo del bosque. Su cabeza ardía de rabia. Sus entrañas ardían también de hambre y sed. “¿Qué sigue?” pensó.
Ahora el espíritu de Kali que habitaba en Nala lo consumía e inspiraba en él oscuros pensamientos. “Debo irme”, pensó Nala, “Es mejor que abandone este sitio y tome la senda hacia el bosque. Damayanti encontrará el camino a su hogar. Si permanece conmigo en el exilio sólo será peor para ella. ¿Por qué le permití seguirme?”
Escuchó un sonido. ¿Un jabalí salvaje pasaba por el bosque? Comida. No podía cazar. Se levantó medio vestido, y fue hacia el sonido. Nada.
Nala miró dormir pacíficamente a su esposa. “¿Qué si me voy ahora?” Pensó. “Es mejor que me vaya ahora. Ella no escuchará mis argumentos. Me seguirá hasta la muerte en el exilio. Sería egoísta de mi parte permitir que ella muera de hambre aquí en el bosque.
Ahora el cielo estaba gris; la primera luz no tardaría. Damayanti se podría despertar. Estaba decidido a encontrarse con su destino en el bosque. Regresar a Vidarbha sólo significaría una humillación pública. Tarde o temprano los hombres de Pushkar lo cazarían como a un animal. Sin aliados estaba muerto. Pero Damayanti podía sobrevivir sola. Podía ir hacia Vidarbha y vivir con sus hijos y el Rey Bhima los protegería. Nala dio unos pasos hacia el bosque.
Nala miró hacia la senda que tenía delante. Pronto las creaturas del bosque revolotearían. Los tigres que merodeaban en la noche despertarían a sus primos que deambularían de día. Juntos buscarían su presa al igual que los osos, los jabalíes salvajes y otros animales extraños. Y el hambre y la sed disminuían sus posibilidades de sobrevivir.
Pero, ¿qué es peor?” pensó, “Morir en el exilio, abandonado, o abandonar a quien amo? ¿Cómo puedo abandonar a la única persona que se ha quedado junto a mí en la vergüenza y el exilio? Ella es tan devota hacia mí que sufriría vergüenza y lesiones, incluso la muerte si me sigue hacia el olvido. ¿Cómo puedo dejarla?”
Poseído por el fantasma del demonio Kali, Nala no podía pensar con claridad. Razonaba, “Sin embargo, incluso si me odia, ama a nuestros hijos. Irá en busca de su padre en Vidarbha. Los dioses la protegerán. A mi lado, está maldita; sin mí, tal vez sobreviva. Su única oportunidad de sobrevivir es que la deje. Los dioses una vez la cortejaron. Ellos podrán protegerla”.
Caminó unos pasos en la senda, se volvió y dirigió una última mirada hacia su amada. Su alma estaba retorcida por la influencia de Kali. Seguramente era un pecado abandonar a su esposa a su destino en el bosque, pensaba con dolor de cabeza. “Y sin embargo, privada de mí, cuando de seguro se lamente, sin duda irá en busca de su padre a Vidabha, Mientras que yo, estoy condenado a morir aquí. Es mejor para ambos que me vaya”.
De este modo, el miserable rey agonizaba al tomar su decisión. “Ella es mi esposa leal y devota. Desafió a los dioses para escogerme a mí y darme la guirnalda de matrimonio. Tiene gran poder. Su virtud es tan grande que nadie se atreverá a herirla, ni siquiera en este bosque solitario”.
El pensamiento pervertido de Nala no pudo encontrar otra razón que esa dada por el malvado Kiali. Y por influencia de Kali la abandonó.
Caminó de vuelta la senda en donde yacía Damayanti, abrigada por las raíces de la higuera. Hizo a un lado la rama de jazmines nocturnos que daban cobijo a su frente con su fragancia, y la besó suavemente. Y deteniendo el aliento, Nala dijo, “Adiós mi amor. Adiós ferviente mía. Oh esposa bendita; tú a quien ni el sol ni la luna han dañado; cuya gracia y belleza nunca se desvanece: yaces dormida sobre la tierra fría debido a mis pecados. Medio vestido estoy pues me has dado la mitad de tu vestido, me has seguido al cruel exilio. Ve ahora con tu padre. Dile que no soy apto para ser el padre de tus hijos. Ve y vive en paz. No me sigas más hacia el bosque oscuro, sino que toma la senda hacia Vidarbha. Que el sol y el viento te protejan. Que los dioses que una vez te cortejaron como doncella te protejan ahora como la madre de mis hijos. Ya que eres siempre casta, que tu virtud te proteja de este bosque salvaje en donde habitan las bestias salvajes y las serpientes.
Arrodillado, se inclinó sobre Damayanti quien dormía, olió la fragancia de su pelo y la beso de nuevo en la frente. Se puso de pie, se marchó.

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