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Sunday, February 14, 2016

Romance Hindu V

नारायणं नमस्कृत्य नरं चैव नरोत्तमम्



 देवीं सरस्वतीं चैव ततो जयम् उदीरयेत्



महाभरत
Mahābharata
Una versión de
Michael Dolan, B.V. Mahāyogi

Romance Hindu V
La Incredible y Triste Historia de un Amor Prohibido Por los Dioses:
Nala y Damayanti

Damayanti con el Cisne Mensajero




“¿A dónde van estos guerreros?” pensó. “¿Llevarán a cabo una guerra terrible? Y ¿por qué nadie me lo ha dicho?”.
En ese momento el sabio entre los dioses, Narada, llegó al reino celestial del amo de las nubes. El rey de la lluvia le preguntó a Narada, “¿A dónde han ido todos los grandes reyes? Aquí en mi morada celestial atiendo por lo general a guerreros y héroes. Pero últimamente han dejado de visitarme. Ahora veo nubes de polvo mientras marchan hacia el reino de Vidarbha. ¿A dónde están yendo? ¿Qué significa esto?”

Indra, dios de las lluvias

El consejero de los dioses, el sensato Narada, conestó, “Mi querido rey del cielo, el gobernante de Vidarbhas tiene una hija, Damayanti.
Su belleza sobrepasa a la de todas las doncellas mortales. Ella es la adoración de grandes guerreros y héroes quienes han ido a competir por su mano en su swayaṃvara. Ella es una perla inapreciable, una belleza sin igual, más hermosa que cualquier apsara del cielo, y reyes y príncipes se han reunido desde las cuatro direcciones para tomar las armas en su honor. Es un gran espectáculo que nadie puede perderse”.

Narmada Rishi

Y mientras se llevaba a cabo la conversación con Indra, llegaron ahí otros dioses, incluyendo a Agni, el dios del fuego, Vayu el dios del viento, y Varuna, el dios del agua y los ríos.

Varuna, dios de las aguas

Al escuchar las palabras de Narada, Indra rió. “¿Más hermosa que las apsaras del cielo? De hecho. Si Damayanti es tan hermosa que todos los reyes y príncipes pelearán por su mano, tal vez ella es adecuada para nuestro reino celestial. Vayamos. Si esta Damayanti vale suficientemente la pena, tal vez yo mismo la tome por esposa”.
Agni, el dios del fuego, dijo, “Si ella es suficientemente buena para el rey del cielo, tal vez es suficientemente cálida para el dios del fuego. Yo iré a Vidarbha y veré a la hermosa doncella”. El dios de la muerte, el propio Yamarājam se unió a ellos.

Así fue como Indra el dios del trueno y la lluvia, Varuna el dios de los mares, los lagos y los ríos, Agni el dios del fuego, Vayu el dios del viento e incluso la mismísima muerte, acompañados de diversos asistentes, se montaron en sus naves aéreas y se dirigieron hacia Vidarbha en donde se llevaría a cabo el gran swayaṃvara de Damayanti.

Brinda Ashwa sonrió. “El Príncipe Nala, por supuesto, también estaba en camino hacia Vidarbha.

Cuando la noticia de que Damayanti elegiría un pretendiente llegó hasta el Príncipe Nala, este se apresuró hacia Vidarbha, Sabía que era el momento de ir a reclamar su amor. Se pararía ante el Rey Bhīma y todos los héroes y se proclamaría a sí mismo como el campeón de Damayanti, listo a matar a cualquiera que se le opusiera en combate mortal.

Enganchó a su carro sus mejores caballos y aceleró en el camino, rápido como el viento. Tal como lo quiso la fortuna los dioses habían llegado al camino hacia Vidarbha justo a tiempo para encontrarse con Nala quien se dirigía hacia la competencia.
Quedaron asombrados ante su hermosura que era como la del propio Cupido. Muchos de los dioses menores, asombrados ante su belleza, dejaron el camino y regresaron a los cielos, pensando que nunca serían capaces de competir con este mortal.

Agni, dios de fuego.

Al ver a este joven tan determinado, Indra, Yama, y Agni, descendieron de sus aeronaves, “Usted nos ha de ayudar”.
Nala detuvo su carruaje y miró maravillado hacia los cielos, medio cegado por la luz que dividía las nubes. Vio a los dioses en sus aeronaves. “Siempre estoy al servicio de los dioses”, dijo Nala, sorprendido. “¿Quiénes son? ¿Qué quieren de mí? Me comprometo a ayudarlos de cualquier forma.
Indra dijo: “Nosotros somos los amos del universo, los guardianes majestuosos de la tierra”.
Y Nala unió sus manos en oración y ofreció sus reverencias. “Ordénenme”. Dijo.
Podemos confiar en que harás nuestra voluntad”. Dijo Indra el dios del trueno.
Sí. Así sea”. Dijo el mortal Nala.
Necesitamos que seas nuestro mensajero. ¿Puedes llevar un simple mensaje, oh mortal?”
Claro. Pero estoy cegado por tu brillo celestial. Permite que te vea. Dime ¿quién eres?”.
Soy Indra, el dios del cielo, rey de los dioses, amo del trueno. Y él es Agni, dios del fuego. Aquí está Yama, el dios de la muerte. Ahí está Vayu, el dios de los ríos. Hemos venido a pedirte un favor especial”.
“¿Qué pudo yo, un simple mortal, hacer por los dioses?”
En la corte del rey Bhīma se llevará a cabo una competencia importante por la mano de una hermosa doncella, Damayanti. Necesitamos que le lleves un mensaje a ella. ¿Puedes ser nuestro mensajero?”
Por supuesto”.
Dile que los guardianes de la tierra vienen a la ceremonia. Que nosotros los dioses deseamos tenerla como esposa. Ella puede escoger entre nosotros. Como eres el más cortés de todos los mortales podrás llevar este mensaje a ella y ella puede decidir con cuál de los dioses se casará”.
Nala junto sus palmas en oración ante los dioses. “Perdonen, maestros míos. Pero lo que dicen es imposible”.
Indra rió. “Nada es imposible”. Dijo. “Los dioses muchas veces se casan con mortales que son adecuados para ellos. Tú eres sólo un mensajero.
Disculpe, mi señor”, dijo Nala. “No quiero decir que algo es imposible para su majestad. Sino que esta encomienda es imposible para mí”.
No puedo llevar su mensaje. No puedo abogar por tu causa ante mi amada. Lo ves, yo voy por este camino con el mismo propósito. Incluso ahora estoy en camino hacia Vidarbha a declarar mi amor por Damayanti y desafiar a cualquier hombre que se me oponga a un combate mortal”.
Cuidado”, dijo Indra. “Ya has prometido llevar a cabo nuestra voluntad. Y no es a hombres a quienes estás retando ante ti. Somos los dioses del universo natural. ¿Nos retarás? ¿Te atreves?”
Pero entrar a los aposentos y llevar este mensaje a Damayanti sería suicida. Su estancia está fuerte protegida por poderosos soldados pues hoy es la tarde anterior a su swayaṃvara. ¿Cómo podré entrar ahí?”
Nada es imposible”, dijo Indra. “Has prometido actuar como nuestro mensajero, No desafíes a los dioses, Y si cumples nuestro propósito serás recompensado más tarde. Ve ahora y entra en la terraza de Damayanti. Ahí está ahora, esperando el regreso del cisne mensajero. Ve con ella”.
Y diciendo esto Indra y los otros dioses desaparecieron en un resplandor de luz brillante. Nala forzó los ojos y ya no pudo ver la aeronave que los transportaba desde los cielos.
Nala quedó solo en el camino. Se mordía el labio inferior de rabia, se dispuso a cumplir las órdenes de los dioses. Viajó rápidamente desde Nishadha hacia el reino de Vidarbha y cuando el sol se puso pudo ver los altos muros del palacio, reflejaban la última luz del día. Emergiendo a través de los árboles que marcaban el camino escaló una colina rocosa y contempló la escena. Conocía cual era el muro al jardín de la terraza en la que esperaba Damayanti a través de la descripción que le dio el cisne mensajero quien le contó de su amor por él. Ató sus caballos en una pérgola escondida y descendió, anduvo el camino mientras la luz del sol se desvanecía.
Llegó a los muros del jardín de Damayanti cuando caía la noche, ensombreciendo sus pasos. La luz de la luna llena era suficiente para que pudiera encontrar una entrada hacia el otro lado del muro del jardín. No lejos de ahí, los guardias estaban profundamente dormidos. Tal vez los dioses eran amables después de todo.
Y con la ayuda de un árbol derribado de ashoka escaló la pared. Desde lo alto de muro pudo ver los aromáticos jardines de su amada, florecían los jazmines a la luz de la luna temprana.

Ahí estaba Damayanti. En su imaginación no había concebido nunca a mujer tan encantadora, tan perfectamente formada. Rodeada de cientos de doncellas vírgenes, cada una más encantadora que la otra con ojos de loto, con piel de porcelana y un cabello tan negro como las plumas de un cuervo. Su cálida sonrisa encantaba mientras reía y charlaba mientras vagaba por el jardín en compañía de sus damas.

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