नारायणं नमस्कृत्य नरं चैव नरोत्तमम्
महाभरत
Mahābharata
Una versión de
Michael Dolan, B.V. Mahāyogi
Romance Hindu V
La Incredible y Triste Historia de un Amor Prohibido Por los Dioses:
Nala y Damayanti
Romance Hindu V
La Incredible y Triste Historia de un Amor Prohibido Por los Dioses:
Nala y Damayanti
“¿A dónde van estos guerreros?” pensó.
“¿Llevarán a cabo una guerra terrible? Y ¿por qué nadie me lo ha dicho?”.
En ese momento el sabio entre los dioses,
Narada, llegó al reino celestial del amo de las nubes. El rey de la lluvia le
preguntó a Narada, “¿A dónde han ido todos los grandes reyes? Aquí en mi morada
celestial atiendo por lo general a guerreros y héroes. Pero últimamente han
dejado de visitarme. Ahora veo nubes de polvo mientras marchan hacia el reino
de Vidarbha. ¿A dónde están yendo? ¿Qué significa esto?”
Indra, dios de las lluvias |
El consejero de los dioses, el sensato
Narada, conestó, “Mi querido rey del cielo, el gobernante de Vidarbhas tiene
una hija, Damayanti.
Su belleza sobrepasa a la de todas las
doncellas mortales. Ella es la adoración de grandes guerreros y héroes quienes
han ido a competir por su mano en su swayaṃvara. Ella es una perla
inapreciable, una belleza sin igual, más hermosa que cualquier apsara del
cielo, y reyes y príncipes se han reunido desde las cuatro direcciones para
tomar las armas en su honor. Es un gran espectáculo que nadie puede perderse”.
Narmada Rishi |
Y mientras se llevaba a cabo la
conversación con Indra, llegaron ahí otros dioses, incluyendo a Agni, el dios
del fuego, Vayu el dios del viento, y Varuna, el dios del agua y los ríos.
Varuna, dios de las aguas |
Al escuchar las palabras de Narada, Indra
rió. “¿Más hermosa que las apsaras del cielo? De hecho. Si Damayanti es tan
hermosa que todos los reyes y príncipes pelearán por su mano, tal vez ella es
adecuada para nuestro reino celestial. Vayamos. Si esta Damayanti vale
suficientemente la pena, tal vez yo mismo la tome por esposa”.
Agni, el dios del fuego, dijo, “Si ella es
suficientemente buena para el rey del cielo, tal vez es suficientemente cálida
para el dios del fuego. Yo iré a Vidarbha y veré a la hermosa doncella”. El
dios de la muerte, el propio Yamarājam se unió a ellos.
Así fue como Indra el dios del trueno y la
lluvia, Varuna el dios de los mares, los lagos y los ríos, Agni el dios del
fuego, Vayu el dios del viento e incluso la mismísima muerte, acompañados de
diversos asistentes, se montaron en sus naves aéreas y se dirigieron hacia
Vidarbha en donde se llevaría a cabo el gran swayaṃvara de Damayanti.
Brinda Ashwa sonrió. “El Príncipe Nala, por supuesto, también
estaba en camino hacia Vidarbha.
“Cuando la noticia de que Damayanti
elegiría un pretendiente llegó hasta el Príncipe Nala, este se apresuró hacia
Vidarbha, Sabía que era el momento de ir a reclamar su amor. Se pararía ante el
Rey Bhīma y todos los héroes y se proclamaría a sí mismo como el campeón de
Damayanti, listo a matar a cualquiera que se le opusiera en combate mortal.
“Enganchó a su carro sus mejores caballos y
aceleró en el camino, rápido como el viento. Tal como lo quiso la fortuna los
dioses habían llegado al camino hacia Vidarbha justo a tiempo para encontrarse
con Nala quien se dirigía hacia la competencia.
“Quedaron asombrados ante su hermosura que
era como la del propio Cupido. Muchos de los dioses menores, asombrados ante su
belleza, dejaron el camino y regresaron a los cielos, pensando que nunca serían
capaces de competir con este mortal.
Agni, dios de fuego. |
“Al ver a este joven tan determinado, Indra,
Yama, y Agni, descendieron de sus aeronaves, “Usted nos ha de ayudar”.
Nala detuvo su carruaje y miró maravillado
hacia los cielos, medio cegado por la luz que dividía las nubes. Vio a los
dioses en sus aeronaves. “Siempre estoy al servicio de los dioses”, dijo Nala,
sorprendido. “¿Quiénes son? ¿Qué quieren de mí? Me comprometo a ayudarlos de
cualquier forma.
Indra dijo: “Nosotros somos los amos del
universo, los guardianes majestuosos de la tierra”.
Y Nala unió sus manos en oración y ofreció
sus reverencias. “Ordénenme”. Dijo.
“Podemos confiar en que harás nuestra
voluntad”. Dijo Indra el dios del trueno.
“Sí. Así sea”. Dijo el mortal Nala.
“Necesitamos que seas nuestro mensajero.
¿Puedes llevar un simple mensaje, oh mortal?”
“Claro. Pero estoy cegado por tu brillo
celestial. Permite que te vea. Dime ¿quién eres?”.
Soy Indra, el dios del cielo, rey de los
dioses, amo del trueno. Y él es Agni, dios del fuego. Aquí está Yama, el dios
de la muerte. Ahí está Vayu, el dios de los ríos. Hemos venido a pedirte un
favor especial”.
“¿Qué pudo yo, un simple mortal, hacer por
los dioses?”
“En la corte del rey Bhīma se llevará a
cabo una competencia importante por la mano de una hermosa doncella, Damayanti.
Necesitamos que le lleves un mensaje a ella. ¿Puedes ser nuestro mensajero?”
“Por supuesto”.
“Dile que los guardianes de la tierra
vienen a la ceremonia. Que nosotros los dioses deseamos tenerla como esposa.
Ella puede escoger entre nosotros. Como eres el más cortés de todos los
mortales podrás llevar este mensaje a ella y ella puede decidir con cuál de los
dioses se casará”.
Nala junto sus palmas en oración ante los
dioses. “Perdonen, maestros míos. Pero lo que dicen es imposible”.
Indra rió. “Nada es imposible”. Dijo. “Los
dioses muchas veces se casan con mortales que son adecuados para ellos. Tú eres
sólo un mensajero.
“Disculpe, mi señor”, dijo Nala. “No quiero
decir que algo es imposible para su majestad. Sino que esta encomienda es
imposible para mí”.
“No puedo llevar su mensaje. No puedo
abogar por tu causa ante mi amada. Lo ves, yo voy por este camino con el mismo
propósito. Incluso ahora estoy en camino hacia Vidarbha a declarar mi amor por
Damayanti y desafiar a cualquier hombre que se me oponga a un combate mortal”.
“Cuidado”, dijo Indra. “Ya has prometido
llevar a cabo nuestra voluntad. Y no es a hombres a quienes estás retando ante
ti. Somos los dioses del universo natural. ¿Nos retarás? ¿Te atreves?”
“Pero entrar a los aposentos y llevar este
mensaje a Damayanti sería suicida. Su estancia está fuerte protegida por
poderosos soldados pues hoy es la tarde anterior a su swayaṃvara. ¿Cómo podré
entrar ahí?”
“Nada es imposible”, dijo Indra. “Has
prometido actuar como nuestro mensajero, No desafíes a los dioses, Y si cumples
nuestro propósito serás recompensado más tarde. Ve ahora y entra en la terraza
de Damayanti. Ahí está ahora, esperando el regreso del cisne mensajero. Ve con
ella”.
Y diciendo esto Indra y los otros dioses
desaparecieron en un resplandor de luz brillante. Nala forzó los ojos y ya no
pudo ver la aeronave que los transportaba desde los cielos.
Nala quedó solo en el camino. Se mordía el
labio inferior de rabia, se dispuso a cumplir las órdenes de los dioses. Viajó
rápidamente desde Nishadha hacia el reino de Vidarbha y cuando el sol se puso pudo
ver los altos muros del palacio, reflejaban la última luz del día. Emergiendo a
través de los árboles que marcaban el camino escaló una colina rocosa y
contempló la escena. Conocía cual era el muro al jardín de la terraza en la que
esperaba Damayanti a través de la descripción que le dio el cisne mensajero
quien le contó de su amor por él. Ató sus caballos en una pérgola escondida y
descendió, anduvo el camino mientras la luz del sol se desvanecía.
Llegó a los muros del jardín de Damayanti
cuando caía la noche, ensombreciendo sus pasos. La luz de la luna llena era
suficiente para que pudiera encontrar una entrada hacia el otro lado del muro
del jardín. No lejos de ahí, los guardias estaban profundamente dormidos. Tal
vez los dioses eran amables después de todo.
Y con la ayuda de un árbol derribado de
ashoka escaló la pared. Desde lo alto de muro pudo ver los aromáticos jardines
de su amada, florecían los jazmines a la luz de la luna temprana.
Ahí estaba Damayanti. En su imaginación no
había concebido nunca a mujer tan encantadora, tan perfectamente formada.
Rodeada de cientos de doncellas vírgenes, cada una más encantadora que la otra
con ojos de loto, con piel de porcelana y un cabello tan negro como las plumas
de un cuervo. Su cálida sonrisa encantaba mientras reía y charlaba mientras
vagaba por el jardín en compañía de sus damas.
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