महाभरत
Mahābharata
Una versión de
Michael Dolan, B.V. Mahāyogi
Romance Hindu VI
La Incredible y Triste Historia de un Amor Prohibido Por los Dioses:
Nala y Damayanti
Romance Hindu VI
La Incredible y Triste Historia de un Amor Prohibido Por los Dioses:
Nala y Damayanti
Damayanti se movía más graciosamente que el
cisne de alas doradas. Había calado su alma. Bebió la delicada belleza suya: La
delicada proporción de sus extremidades, su piel de marfil, y su cabello negro
como un abejorro; su cintura esbelta, y los arcos abovedados de sus cejas que
disparaban miradas fieras desde sus hermosos ojos como si lanzaran púas desde
un arco. Su cálida sonrisa encantaba cuando reía con sus doncellas. Parecía
como si la luna fría palideciera ante la calidez de su incipiente belleza.
La pasión de Nala se incrementó cuando
finalmente pudo ver al objeto de su afecto. Su amor se incrementó cuando miró
su figura a la luz de la luna.
Y sin embargo tenía que cumplir el deber
que le impusieron los dioses. Amargo destino: Abogar a favor de Indra ante su
amada. Qué tan crueles los dioses de darle tal encomienda. Saltó del muro.
Las doncellas se conmocionaron cuando vieron a Nala surgir del muro. ¿Quién
era el intruso de cabello dorado y forma inmaculada? Quedaron mudas, Una de
ellas se desmayó. Pensaron, “¿Es este un dios o un segundo cupido que viene a
anunciar su amor a esta dama? ¡Qué esplendor! ¿Un poderoso héroe que venía a
robársela?
Asombradas ante el encanto personal de Nala
las doncellas que rodeaban a Damayanti se aproximaron a él y empezaron a
alabarlo. “¡Qué príncipe entre los hombres!” dijeron. “¿Es un dios o un ángel
enviado del cielo?” estaban maravilladas y atónitas.
Y por último la propia Damayanti, golpeada
de asombro, se dirigió a él, dijo, “¿Cómo traspasaste a los guardias? ¿Eres un
espíritu del bosque, un Gandharva, o un dios? ¿Qué eres? Oh hombre de
cualidades bélicas y gracia divina, ¿cómo llegaste a este jardín? Oh alma sin
pecado, oh héroe celestial, ¿cómo has llegado aquí y qué pretendes de mí? ¿Cómo
entraste en nuestro palacio? ¿Cómo entraste sin ser visto?”
Nala contestó, “Oh hermosa doncella de
gracia virginal, mi nombre es Nala. Estoy aquí como mensajero de los dioses. Tu
belleza ha encantado a los señores de los cielos. Los dioses están cautivados
por ti, y haz de escoger entre ellos. Todos ellos están aquí para competir por
tu mano en tu swayaṃvara.
Ahí está Indra, el dios del trueno, Agni,
el dios del fuego, Varuna, el dios de los ríos, incluso el Señor de la Muerte,
el propio Yama te anhela. Por su poder místico pude entrar aquí sin alarmar a
los guardias. Y así es como he sido enviado aquí por los dioses. Ahora que
sabes que tu mano es deseada por los mismísimo dioses haz lo que te plazca.
Desean poseerte. Haz de escoger a uno de ellos en la competencia de tu
matrimonio”.
“Has escuchado la razón de mi misión hasta
aquí, ahora haz de decidir”.
Svayamvara de Damayanti
Tan rápido como había aparecido, Nala
desapareció en la noche. Y poco a poco se aproximó la hora del encuentro.
El svayamvara de Damayanti se celebró a la
hora sagrada del día santo de la luna. Reye y príncipes cabalgaron listos para
competir en el combate mortal. Los pretendientes llegaron desde lo ancho y
largo. Algunos vestidos opulentamente con ropajes de seda, guirnaldas, oro y
aretes enjoyados. Otros usaban cascos, cota de malla y espadas. Estos eran
nobles robustos con brazos tan fuertes como mazos de hierro de batalla. Sus
ojos penetrantes eran como los de las víboras. Ricos, poderosos y apuestos,
estos hombres bien formados entraron como leones ávidos en la persecución, sus
fuertes mandíbulas enmarcadas con rizos de cabello dorado brillante. Había
cabezas nobles de finas narices y ojos y cejas de reyes. Estos príncipes y
guerreros llegaron desde lejos ansiosos por encontrar una prometida en la
hermosa Damayanti. Conforme se unían a la asamblea les daban asiento de acuerdo
a su estatus; se sentaron en tronos de plata y oro e incrustaciones de madera
en espera de su oportunidad para competir en armas y cortejar a la hermosa
doncella cuyo nombre estaba en la boca de todos. Tal como el río Bhogavatī está
lleno de serpientes o las cuevas de los montes Himalaya están llenos de tigres,
así el gran salón de la asamblea estaba lleno de reyes y príncipes.
Y a la hora de la cita, la hermosa
Damayanti, princesa de Vidarbha hizo su entrada, vestida con la seda más fina,
coronada con una tiara de plata, sus dulces miradas encendían el fuego en los
corazones de los guerreros ahí reunidos. Brillante como la luna deslumbró a los
reyes y príncipes quienes estaban aturdidos en sus almas.
Su resplandor brilló como el sol mientras
observaba la arena en busca de su campeón.
“¿Dónde está Nala?” pensó.
Pero mientras iba su mirada de un rey
orgulloso a otro, buscaba el rostro de Nala entre la multitud de ilustres
guerreros, no podía verlo en ningún lado.
Se puso de pie y sonrió conforme los
nombres de los reyes se proclamaron. Cada príncipe fue llamado y su turno había
llegado. Cada uno se paraba y sonreía, listo para retar a los otros en proezas
de combate de ser necesario.
Pero conforme se les llamó por su nombre, Damayanti
bajó los ojos sin decir nada. Desconcertados ante el rechazo, cada príncipe se
sentó inquieto en su sitio, esperando la decisión final de la orgullosa
doncella.
Y mientras Damayanti buscaba entre la
multitud de príncipes reunidos, finalmente vio a Nala.
Su amado Nala. Nala el rey de Vishadha.
Nala el valiente galán que escaló el muro del jardín. Nala el príncipe que
encantara a las cien vírgenes doncellas bajo la pálida luna del bosquecillo de
Ashoka.
Pero mientras veía, se frotó los ojos. Ahí
estaba Nala. Su amado, pero en lugar de un Nala, había cinco.
¿La engañaban sus ojos? Sentados ante ella
había cinco Nalas, cada uno más Nala que el último. Había cinco Nalas
idénticos. Y finalmente sus ojos encontraron entre esos príncipes presentes un
grupo de individuos que se parecían exactamente a Nala.
Ella recordó las palabras que Nala dijo en
el jardín.
Su mensaje: “Oh bella doncella de gracia
virginal, mi nombre es Nala. Estoy aquí como mensajero de los dioses. Tu
belleza ha encantado a los señores del cielo. Los dioses están encantados
contigo, y haz de elegir entre ellos. Todos ellos están aquí para competir por
tu mano en tu swayaṃvara. Ahí está Indra, el dios del trueno, Agni, el dios del
fuego, Varuna, el dios de los ríos y el señor de la muerte, el propio Yama. Por
sus poderes místicos he podido entrar aquí sin alertar a los guardias. Y es así
como he sido enviado aquí por los dioses. Ahora que sabes que tu mano es
deseada por los propios dioses, haz lo que te plazca. Ellos desean poseerte.
Haz de escoger entre ellos en el concurso de la boda”.
Damayanti estaba desconcertada. “Escoge a
uno de ellos en tu concurso de la boda.” Por supuesto. Los dioses sabían de su
amor por Nala. Sabían que había planeado escoger al Rey de Vidarbha como su
esposo. Los propios dioses, envidiosos de la belleza de su amado, estaban
suplantando a Nala. Sentados ante ella disfrazados
de Nala estaban Indra, Agni, Yamaraja, y Varuna, quienes habían tomado la
propia forma de Nala.
Los príncipes herederos estaban presentes,
al igual que los nobles y guerreros del país. Siguieron a Damayanti con las
miradas. ¿Quiénes eran los pretendientes misteriosos? Eran perfectamente
iguales. ¿A cuál de los cinco pretendientes escogería?
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