Mahābharata
महाभरत
recontado por
Michael Dolan, B.V. Mahāyogi
y traducido en español por Teresa Loret de Mola, Tapanandini DD
Batalla Real
Duelo de Gigantes
Paraśurāma estaba furioso conmigo. Con los
ojos rojos de rabia dijo, “Obedéceme o muere.”
Contesté. “Oh mejor de los brahmanes tú
eres mi guru. Me has enseñado a usar las armas. No puedo tomarlas en contra
tuya en combate. Es contrario al dharma.”
Paraśurāma dijo. “Como tu guru te lo
ordeno. ¡Toma esta doncella y preserva tu raza!”
Dije. “Como bien sabes, hice un juramente a
mi padre ante los dioses. No puedo romper mi palabra. Tú bien sabes de la
importancia de la obediencia al propio padre.
El Juramiento de Bhishma |
No puedo romper mi palabra. Tus
esfuerzos por Amba son en vano. No puedo abandonar el dharma.
“¡Muere entonces! Cobarde o medio hombre,
¿te atreves a retar la palabra de tu guru? ¡Prepárate a morir!”
Respondí, “Algunas órdenes del guru pueden
venir del orgullo. ¿Cómo puedo seguir órdenes que contradicen al dharma? Si
quieres examinarme en batalla, estaré contento de encontrarme contigo en una
batalla limpia.”
Al decir esto, me puse la armadura y me
preparé a pelear.
Paraśurāma lanzó un juramento: “Entonces
deja que tu madre Jahnavi, Oh Bhiṣma, observe tu muerte en las planicies de
Kurukṣetra, y que tu cuerpo sea picoteado por buitres y cuervos. Deja que el
Ganges derrame sus aguas en lágrimas por su hijo el día de hoy. Oh muchacho
soberbio e insolente, siempre listo a pelear, hoy te enseñará tu guru la
lección final. Prepárate a morir.”
Hice una reverencia ante mi guru y
pronuncié su mantra pranam. Preparé mi carro para la batalla y conduje hasta
las llanuras de Kurukṣetra en donde nos enfrentaríamos en combate mortal.
Preparé mis armas y ore a Viṣṇu.
Cuando estuve listo me volvía hacia mi guru
y dije, “Ahora haz de montar un carro de guerra como el mío, mi preceptor.
Estando a pie no tienes ninguna posibilidad en contra de mis armas.”
El gran exterminador de príncipes dijo. “La
tierra, Oh Bhiṣma, es mi carruaje. Los cuatro vedas son mis caballos. El viento
es mi conductor, y mi armadura, los mantras Védicos.”
Diciendo esto, como un milagro. Vi al hijo
de Jamadagni sentado en un Gran Carruaje de guerra equipado con toda clase de
armas. Su carro no tocaba el piso y era conducido por caballos celestiales.
Vino hacia mí desatando una lluvia terrible de flechas.
Al acercarme me alegré
de que si habría de morir en batalla, mi muerte llegara a través de las manos
de mi guru, el gran Paraśurāma, y mi entrada al cielo estaría asegurada.
Mientras me bañaba de flechas me bajé de mi
carro y caminé hacia él y me incliné ante él, le ofrecí mis alabanzas en poesía
Sánscrita. Dije, “Oh Rama, tú puedes ser superior o igual a mí en poder, pero pelearé contra ti ya que eres mi
verdadero guru.
Bendíceme guru deva con la victoria en este duelo terrible.”
Tras decir esto, me postré ante él. Mi guru deva, Paraśurāma, el terrible
exterminador de príncipes, sonrió y dijo, “Te hubiera maldecido si no hubieras
realizado tal reverencia. No puedo desearte la victoria, pero usa lo que te he
enseñado en contra mía. Lucha justamente; Estoy satisfecho contigo quien nunca
se aparta de los principios del dharma”.
Bhiṣma en duelo con Paraśurāma
Esperó hasta que regresé a mi carro,
entonces me golpeó con 960 flechas. Mis caballos y auriga quedaron cubiertos
con sus dardos.
Entonces le dije a mi preceptor, “Mi Señor,
mis flechas no te golpearán. Pero están dirigidas a la cubierta del ego que has
asumido.” Entonces lancé una lluvia de flechas hacia él. Luchamos como tres
días. Ninguno de nosotros podía ganar ventaja. Usamos las flechas de
serpientes, flechas ardientes, flechas de mantras y muchas otras armas a
nuestra disposición.
Por último empezamos a usar armas místicas.
El Guhyaka, el Agneya, el Varuna y estuvimos cerca de causar un gran daño al
mundo. Al final entendimos la inutilidad de nuestro combate. De haber continuado,
hubiéramos destruido el mundo. Yo era incapaz de vencerlo y él también era
incapaz de derrotarme. Nada bueno vendría de una guerra entre ambos. El único
resultado de desatar tantas armas sería la destrucción directa del propio
universo. Los mismos dioses nos pidieron desistir.
Algunos afirman que gané la batalla, pero
no fue así. Ninguno de nosotros pudo lograr la ventaja. Después de lanzar cada
arma conocida por dioses y por hombres Paraśurāma fue incapaz de derrotarme en
combate mortal, tal como yo fui incapaz de vencerlo. Nuestra batalla no fue
concluyente. Exhaustos, nos retiramos del campo tras intercambiar nuestro mutuo
respeto.
Sin embargo, Amba no estaba satisfecha.
Estaba decidida a tener su venganza.
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