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Wednesday, April 15, 2015

Hacha de Parashurama

El Hacha de Paraśurāma
La Historia de Paraśurāma: Continúa
La familia continuó su vida a orillas del Narmada. La ira del gran sabio había pasado. 

Bas Relieve, Vida Cotidiana, Angkor Wat, Cambodia, 1170 Anno Domini

Quienes pasan sus vidas en austeridad y votos  de pobreza  son a veces propensos a la ira. La ira y el orgullo son los vicios de la orden de vida de renuncia. El sabio Jamadagni había caído víctima del vicio de la ira en su cruel castigo hacia Renuka. Pero su hijo le había redimido con su llamado a la misericordia.

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Por su lado, Renuka servía a sus hijos como sólo una madre devota puede hacerlo y ya no se entretenía en pensamientos adúlteros o lujuriosos de jóvenes príncipes con sus riquezas y elefantes. Con el pasar del tiempo, nadie recordaba ya el incidente salvo el joven Ram y su padre el gran sabio, Jamadagni. Ahora parecía un sueño.

Casa de Palmeras
Las lunas cambiaron, el monsón llegó y se fue y el río Narmada inundó sus orillas. El arroz creció en los arrozales y el tigre acechó al búfalo de agua entre las altas hierbas del río. Jamadagni habló muchas veces de la traición de los reyes en sus lecciones a las que asistían más jóvenes deseosos de aprender.
El anciano Jamadagni explicaba las leyes del dharma para los brahmanes y los códigos militares de los guerreros. Lamentaba que los guerreros ya no siguiesen las reglas ancestrales. Los jóvenes príncipes abusaban de su poder y riqueza, corrompían a las vírgenes, bebían vino, cazaban y mataban venados y animales del bosque por deporte, y se jugaban al azar sus fortunas. Y cuando las perdían, arrebataban y saqueaban a la pobre gente inocente que vivía en los pueblos y aldeas cercanas al Narmada.

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Figura de Shiva

Estos corruptos no tenían respeto hacia la gente mayor o hacia sus maestros. De acuerdo con las reglas ancestrales para la batalla un hombre noble nunca debería entrar en guerra contra gente inocente carente de preparación para las armas. Las mujeres y los niños han de ser protegidos, no explotados y abusados. Jamadagni no estaba contento con los reyes y príncipes que vagaban por la tierra cual vándalos, merodeadores buenos para nada, que depredaban a los pobres e indefensos brahmanes quienes sólo querían vivir en paz.
Mientras tanto, Paraśurāma se estaba haciendo un hombre. El joven Paraśurāma iba al bosque y practicaba las artes marciales con un hacha por horas. Era capaz de partir un árbol en dos desde diez pasos de distancia. Sabía que algún día tendría que combatir a los reyes y príncipes malvados que amenazaban la forma de vida de su padre. Cada día iba a practicar; así practicó por sí mismo hasta que un día tuvo una visión.


En un sueño vio al Señor Shiva. Cuando despertó, estaba convencido de que sólo sería experto en el uso del hacha y otras armas si complacía a Shiva, el dios de la destrucción.  Así que realizó grandes sacrificios y austeridades, ayunaba y controlaba su respiración y su fuerza vital hasta el día en que el Señor Shiva apareció ante él, sonriente y montado a toro.
Paraśurāma le miró asombrado, el dios dijo, “Haz practicado duramente las artes de la guerra por mucho tiempo en mi bosque. ¿Cómo puedo ayudarte?” El joven Paraśurāma le suplicó por los secretos de las artes marciales. El Señor Shiva le enseñó entonces, le entrenó en el uso del hacha y la arquería secreta. Al completar su entrenamiento Shiva le entregó dos armas poderosas: un hacha divina y un arco dotado de poderes místicos y le dijo, “Anda, y usa tu hacha y arco para corregir lo erróneo de este mundo. En donde quiera que reyes y príncipes usurpen su poder y exploten a los pobres e indefensos, en cualquier lugar en el que existan déspotas diabólicos como estos, pelea con ellos y destrúyelos.” Y así Paraśurāma se hizo hombre.
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Parashurama en el Ashram de Jamadagni
Así apoderado, Paraśurāma regresó al ashram junto a su padre, Jamadagni. Durante el tiempo que había pasado en el bosque, su padre había envejecido. El santo Kashyapa estaba ahí como huésped del ashram, impartía el conocimiento de los Vedas, el cual Paraśurāma había absorbido por completo. En este momento, Jamadagni había adquirido una vaca sorprendente. Esta vaca podía dar cualquier cantidad de leche que se deseara y por ello se llamaba Kamadhenu, que significa “La vaca de los deseos.” Cuando había hambruna o sequía, la vaca del anciano Jamadagni salía al rescate. Kamadhenu era venerada por todos. Todos vivían en paz, con las bendiciones de la vaca mística.
Había en ese entonces, un rey déspota llamado Sahasra-Arjuna o Kartavirya Arjuna. Era el rey del reino ancestral Haihaya y regía con sangre y dureza  las tierras de las orillas del gran Río Narmada. Miles fueron secuestrados y asesinados durante su régimen. Destruyó el bosque, desvió el río para sus propósitos. Exigía arroz y oro como tributo para su disfrute y siempre estaba intoxicado por el vino.
Este Kartavirya era un monstro terrible. Tenía mil armas y movía los brazos como una rueda de agua, dirigió las aguas del Narmada hacia atrás y destruyó las tierras de cultivo. Kartavirya manejaba un carro de oro a través de los cielos y conquistaba la tierra asesinando todo a su paso. Uno de sus grandes enemigos era Ravana de las diez cabezas. Cuando los dos se enfrentaron, Kartavirya le humilló.

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Un día este rey terrible y diabólico manejó su carro dorado hacia el río a través del bosque de bambú en donde se esconden los tigres y los elefantes juegan. Trajo a mil guerreros hambrientos, aterrorizó a las mujeres que lavaban ropa en el Narmada. Los monos se escondieron en los árboles de mango y las grullas que estaban en el río se dispersaron con el sonido de trueno de los solados de Kartavirya, ellos marchaban por la orilla del río golpeando las hachas contra sus escudos.

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El gran y diabólico rey mandó un mensaje al ashram de Jamadagni, exigiendo leche y arroz para sus tropas hambrientas. Y cuando se dio cuenta que la vaca de Jamadagni tenía poderes místicos para alimentar a miles. Kartavirya exigió la vaca para sí y se la arrebató a la fuerza al humilde sabio, se burló de él, le humilló, insultó a sus hijos y a su mujer.


Los soldados de Kartavirya se llevaron a la indefensa vaca. Estos guerreros despiadados se dieron un gran festín en las orillas del río. Mataron venados y los asaron en una enorme fogata, reían, bebían vino, cantaron canciones lascivas y se alegraron. Algunos de los soldados fueron de vuelta al ashram de Jamadagni. Querían secuestrar a su esposa Renuka y usarla como bailarina en su festín.
Cuando encontraron solo a Jamadagni quien les opuso resistencia, los feroces soldados del diabólico rey le torturaron e hirieron al padre de Paraśurāma. Los guerreros asesinos de los kshatriyas Haihaya continuaron así durante tres días, despojaron vírgenes, arruinaron los arrozales con su marcha trepidante. Mataron animales e insultaron a los humildes brahmanes quienes vivían en las orillas del Narmada.


Paraśurāma al regresar a casa encontró llorando a su madre Renuka. Había escuchado de la violencia, pero le preguntó a su madre. “¿Qué ha pasado?” Se llevaron a Kamadhenu y después atacaron a tu padre.” Dijo la joven princesa, en sollozos ante su sorprendido hijo. “Ahí yace, casi muerto.”
Con esto, Paraśurāma, hijo de Jamadagni, entrenado en el arte de la guerra por el Señor Shiva, el destructor de los mundos, se encolerizó. Aunque había nacido como un humilde brahmán, especializado en el perdón. Aun así tenía sangre de guerrero. Había matado antes bajo las órdenes de su padre, y ahora, había llegado el momento de castigar a los príncipes despiadados que abusaban de los pobres brahmanes que vivían en las tranquilas orillas del Narmada. Tomando su hacha y su arco mágico otorgado por Shiva, Paraśurāma se dirigió a vengar los insultos hacia su padre y la muerte brutal que le ocasionaran los soldados despiadados.

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“Así llegó, armado y sediento de sangre, pasó los altos bambúes en donde se esconden los tigres en espera de los elefantes sedientos. El tigre Paraśurāma, invencible en batalla, lujurioso de sangre, enfurecido ante el asesinato de su padre se fue en contra de los soldados borrachos, adormecidos por el licor, intoxicados de sexo y vino. Aunque eran miles, atacó con su poderosa hacha de batalla y los desmembró de cinco en cinco.










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