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Wednesday, June 24, 2015

El Trono de un Rey



Mahābharata

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महाभरत
recontado por

Michael Dolan, B.V. Mahāyogi

y traducido en español por Teresa Loret de Mola, Tapanandini DD

Amigos Convertidos en Enemigos
Mahābharata
Una versión de
Michael Dolan, B.V. Mahāyogi

Droṇa y Drupada parte 3
Niños se convierten en Hombres

Con el paso del tiempo, Droṇa recordó el consejo de su padre. Vio a Kripa quien era un guerrero brahmán y le pidió en matrimonio la mano de su hermana, Kṛpi, la hija de Saradwata. Kripa, el Acharya, se había convertido en el maestro de los Paṇḍu, y lo hacía muy bien.
Posteriormente, Droṇa se casó con Kṛpi. Y en la ermita de Droṇa ella cuidó de la sencilla choza de bambú bajo las palmas, cerca del Ganges. Había unos cuantos estudiantes en el ashram desde la partida de Bharadwaja.  La cabaña carecía de muebles salvo por una alfombra de bambú en el suelo. Droṇa y Kṛpi vivían en circunstancias muy humildes. Hacían lo mejor que podían para ser felices con lo poco que tenían.
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Su cuñado, Kripa había obtenido gran éxito: era el maestro de los famosos hermanos Pāṇḍava en la corte de Hastinapura. El amigo de infancia de Droṇa, Drupada, gobernaba el reino de Pachala desde su trono de oro. Pero el humilde Droṇa vivía sencillamente con Kṛpi en una modesta choza. No parecía correcto. Kṛpi era una esposa buena y fiel que mantenía ardiendo el fuego del sacrificio en su corazón. Ella podía vivir tan sencillamente como un yogui. Con el paso del tiempo, ella dio a luz a un niño. El pequeño al nacer rebuznó, y por ello fue llamado Aśvatthāmā, o “uno que relincha como un caballo.”
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Droṇa se esmeraba en criar al chico. Mientras Aśvatthāmā daba sus primeros pasos, Droṇa continuaba enseñando y estudiando y continuaba con sus prácticas, pero sentía profundamente el aguijón de la pobreza. No le importaba vivir de las hierbas y las bayas o del aire de ser necesario, pero su esposa Kṛpi se debilitó y adelgazaba gradualmente, de tanto cargar al fuerte niño quien se parecía a su padre. Su hijo Aśvatthāmā, el hijo de Droṇa era el mismo guerrero que pudo causar tanto sufrimiento y quien derramó tanta de la sangre de ustedes más tarde en esta terrible guerra de Kurukṣetra.
Entonces, Droṇa pudo ver que no duraría mucho como maestro; los pocos estudiantes que tomó se distraían; eran negligentes con sus estudios o no se quedaban en el ashram. Tomó algunos estudiantes prometedores de manera gratuita.
Algunos apenas y traían alguna limosna. Al final, las ganancias de Droṇa eran la caridad en arroz apenas suficiente para alimentar a su familia. Kṛpi estaba tan delgada que sus pechos ya no tenían leche suficiente para Aśvatthāmā. El niño lloraba todo el tiempo o dormía, tenía hambre. En ocasiones mezclaban un poco de polvo de arroz con agua y se lo daban. Se ponía contento. Se levantaba y celebraba, “Tomé leche” decía.

Esto mortificaba a Droṇa. No podía entender por qué  sufría una pobreza tan terrible mientras que su amigo Drupada disfrutaba de riquezas y del trono de un rey. La distinción de clases entre ellos era simplemente una cuestión de nacimiento. Recordaba que cuando jugaban en las orillas del Ganges ellos eran iguales. Iguales cuando competían por honores en el ashram de su padre. ¿No era él tan guerrero como lo era Drupada? Todo era cuestión de casta y nacimiento. Drupada era un Kṣatriyas con derecho a gobernar. Mientras que Droṇa había nacido Brahmán y tenía el derecho a morir de hambre. Todo era tan injusto.
De haber nacido rey, Droṇa, no hubiera visto a su esposa muriéndose de hambre y a su hijo bebiendo agua de arroz. Por último escribió una carta a su viejo amigo Drupada, recordándole su amistad. Las lunas de invierno fueron y vinieron y no hubo respuesta. En primavera volvió a intentarlo, envió muchos mensajes a su viejo amigo Drupada, el Rey de Panchala, pero todos quedaron sin respuesta.
Un día Droṇa decidió que era el momento de visitar a su viejo amigo de la infancia. Se dirigió a la ciudad real de Panchala, dijo adiós a su esposa e hijo.
Droṇa caminó por las orillas del río Ganges, pasó el bosque de árboles de tamarindo, cruzó las llanuras polvorientas, donde ya no crecía el arroz hasta que llegó al camino que atravesaba los altos trigos que se recogían por órdenes del rey. Descansaba en la noche y dormía bajo las estrellas, soñaba en la gran amistad entre él y Drupada. Podía ver a su viejo amigo que le abrazaba. Se reirían ante su pobreza. Drupada le daría alguna posición en la corte, tal vez entrenando a los muchachos para convertirse en reyes. Se reirían y hablarían acerca de los viejos tiempos y lamentarían la pérdida de sus progenitores. Se levantaba con el sol y continuaba su camino. Tras caminar por días llegó al camino principal que conducía al Palacio de Panchala.


En la noche descansó en el bosque de árboles de mango. Al ponerse el sol pudo ver en la distancia las altas torres del palacio. Al amanecer, caminó de nuevo a través del bosque oscuro y finalmente llegó al palacio del rey. Su amigo se sorprendería de verlo de nuevo. Oh, qué tiempos vendrían, recordando su infancia y cómo nadaban y jugaban en las frescas aguas del río Ganges. El rey probablemente le ofrecería un delicado asiento, bebidas refrescantes y frutas exóticas.
Era la mañana de un día de mercado. Una multitud de personas se reunía en las calles aledañas al palacio, se vendía de todo, desde sedas delicadas y canastas tejidas hasta carrozas y monos en cautiverio.
Droṇa caminó entre la multitud y se aproximó al palacio. Muchos otros brahmanes iban y venían. Droṇa subió los escalones de mármol del gran palacio detrás de un grupo de renunciantes vestidos de tosca tela roja, cargaban cosas. Un militar lo observó mientras se abría paso entre la gente.
Mientras pasaba a través del frío mármol de las estancias del palacio real del Rey de Panchala, Droṇa estaba asombrado. Toda su vida había vivido en una choza en las orillas del río, rodeado de bambú y árboles de tamarindo. Nunca había visto tanto esplendor. Así que era de este modo como vivían los reyes. El gran palacio de Panchala con sus puertas de piedra y sus altos muros, parecía una gran maravilla del mundo.

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Las paredes estaban incrustadas de joyas y decoradas con hojas de oro. Las damas se paseaban en el segundo piso, salían y entraban coquetamente. Pudo oler su fragancia, un delicado aroma de sándalo. Nunca antes había visto riqueza semejante. Cuando su padre le leyera las historias épicas de India como el Ramayana, escuchó acerca de castillos como este, pero estaba asombrado ante la visión de semejante riqueza.

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Ver opulencia tal era abrumador puesto que su grandeza superaba cualquier cosa que hubiera soñado. Droṇa estaba ya muy adentro de las cámaras interiores de palacio. Había dejado atrás a los mendigos y comerciantes. Se encontró en un pasillo solitario cuyas paredes de mármol eran iluminadas desde arriba con la luz que entraba a través de una claraboya.
Escuchó un ruido. Un guardia se aproximó. Un soldado alto de rostro severo y curtido, de bigote cuidadosamente encerado. Una cicatriz cruzaba su rostro desde la ceja hasta la barbilla. Fruncía el ceño. Su turbante de delicada seda estaba bordado de hilos de plata que formaban un águila real. Sus brazos poderosos sostenían un sable con empuñadura dorada. La voz profunda del guardia lo sacó de su ensimismamiento.
“¿Quién anda ahí?” dijo el guardia, mientras Droṇa caminaba.
Tres guardaespaldas más aparecieron desde una esquina, cerrando camino a Droṇa.
“¡Detente!” dijeron, con los sables desenvainados.

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“¡Detente!”

Droṇa estaba despreocupado. Después de todo su padre había sido el maestro del rey Pishada, el gobernante de Panchala. Y el propio Drupada era su compañero de juegos.
Sonrió.

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“Caballeros. Que la bendición de Dios esté sobre ustedes. Permitan que me presente. Soy yo, Droṇa, hijo del sabio Bharadwaja, maestro del Rey Pishada. Quisiera hablar con mi amigo de infancia, Drupada.”
El guardia de los bigotes y cicatriz dijo: “¿Deseas tener audiencia con Maharaj Drupada? Sonrió mostrando los dientes y con su espada lista. “¿Te atreves a llamar a nuestro Rey y Señor, el gobernante de Panchala, un chico, niño?”
Los guardias rieron a carcajadas y desenvainaron sus filosos sables.
“Sí,” dijo Droṇa, “Con Drupada, ¿está en casa?”
El guardia miró al joven en harapos frente a él y lo corrigió:
“Querrás decir Drupada Maharaj.” Dijo, “¿Qué tienes que ver con el rey?”

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“Sólo he venido a visitar a un viejo amigo.” Dijo Droṇa.
“El rey no tiene amigos, muchacho, sólo súbditos. ¿Jurarás lealtad al trono real y al rey de todo Panchala?”
“Sólo he venido como amigo,” dijo Droṇa, sin estar seguro del porqué le trataban tan mezquinamente.
Justo entonces pasaba por el corredor un ministro de la corte. Al ver el alboroto, miró a Droṇa, “Dejen que pase” dijo. “Este joven es inofensivo. Al rey no le importa dar caridad a los hambrientos brahmanes.” Los guardias de palacio lo condujeron ante el rey. Entraron en la gran salda del trono de los Panchalas. Allí, en una elevada tarima, en un trono decorado con seda delicada, se sentaba el rey.

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Los guardias empujaron a Droṇa al interior de la habitación. Prácticamente cayó de rodillas. “¡Salve al rey!” Gritaron, “¡Maharaja Drupada ki Jai. Maharaja Drupada Ki Jai!”
Droṇa intentó recuperar el equilibrio, pero los guardias lo empujaron hacia el suelo.
“Arrodíllate y ofrece reverencias al Rey de Panchala,” dijeron. “¡Maharaja Drupada ki Jai ho!, dijeron.


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