Mahābharata
महाभरत
recontado por
Michael Dolan, B.V. Mahāyogi
y traducido en español por Teresa Loret de Mola, Tapanandini DD
Amigos Convertidos en Enemigos
Mahābharata
Una versión de
Michael Dolan, B.V. Mahāyogi
Droṇa y Drupada parte 3
Niños se convierten en Hombres
Con el paso del tiempo, Droṇa recordó el
consejo de su padre. Vio a Kripa quien era un guerrero brahmán y le pidió en
matrimonio la mano de su hermana, Kṛpi, la hija de Saradwata. Kripa, el
Acharya, se había convertido en el maestro de los Paṇḍu, y lo hacía muy bien.
Posteriormente, Droṇa se casó con Kṛpi. Y
en la ermita de Droṇa ella cuidó de la sencilla choza de bambú bajo las palmas,
cerca del Ganges. Había unos cuantos estudiantes en el ashram desde la partida
de Bharadwaja. La cabaña carecía de
muebles salvo por una alfombra de bambú en el suelo. Droṇa y Kṛpi vivían en circunstancias
muy humildes. Hacían lo mejor que podían para ser felices con lo poco que
tenían.
Su cuñado, Kripa había obtenido gran éxito:
era el maestro de los famosos hermanos Pāṇḍava en la corte de Hastinapura. El
amigo de infancia de Droṇa, Drupada, gobernaba el reino de Pachala desde su
trono de oro. Pero el humilde Droṇa vivía sencillamente con Kṛpi en una modesta
choza. No parecía correcto. Kṛpi era una esposa buena y fiel que mantenía
ardiendo el fuego del sacrificio en su corazón. Ella podía vivir tan
sencillamente como un yogui. Con el paso del tiempo, ella dio a luz a un niño.
El pequeño al nacer rebuznó, y por ello fue llamado Aśvatthāmā, o “uno que
relincha como un caballo.”
Droṇa se esmeraba en criar al chico.
Mientras Aśvatthāmā daba sus primeros pasos, Droṇa continuaba enseñando y
estudiando y continuaba con sus prácticas, pero sentía profundamente el aguijón
de la pobreza. No le importaba vivir de las hierbas y las bayas o del aire de
ser necesario, pero su esposa Kṛpi se debilitó y adelgazaba gradualmente, de
tanto cargar al fuerte niño quien se parecía a su padre. Su hijo Aśvatthāmā, el
hijo de Droṇa era el mismo guerrero que pudo causar tanto sufrimiento y quien
derramó tanta de la sangre de ustedes más tarde en esta terrible guerra de Kurukṣetra.
Entonces, Droṇa pudo ver que no duraría
mucho como maestro; los pocos estudiantes que tomó se distraían; eran
negligentes con sus estudios o no se quedaban en el ashram. Tomó algunos
estudiantes prometedores de manera gratuita.
Algunos apenas y traían alguna limosna. Al
final, las ganancias de Droṇa eran la caridad en arroz apenas suficiente para
alimentar a su familia. Kṛpi estaba tan delgada que sus pechos ya no tenían
leche suficiente para Aśvatthāmā. El niño lloraba todo el tiempo o dormía,
tenía hambre. En ocasiones mezclaban un poco de polvo de arroz con agua y se lo
daban. Se ponía contento. Se levantaba y celebraba, “Tomé leche” decía.
Esto mortificaba a Droṇa. No podía entender
por qué sufría una pobreza tan terrible
mientras que su amigo Drupada disfrutaba de riquezas y del trono de un rey. La
distinción de clases entre ellos era simplemente una cuestión de nacimiento.
Recordaba que cuando jugaban en las orillas del Ganges ellos eran iguales.
Iguales cuando competían por honores en el ashram de su padre. ¿No era él tan
guerrero como lo era Drupada? Todo era cuestión de casta y nacimiento. Drupada
era un Kṣatriyas con derecho a gobernar. Mientras que Droṇa había nacido
Brahmán y tenía el derecho a morir de hambre. Todo era tan injusto.
De haber nacido rey, Droṇa, no hubiera
visto a su esposa muriéndose de hambre y a su hijo bebiendo agua de arroz. Por
último escribió una carta a su viejo amigo Drupada, recordándole su amistad.
Las lunas de invierno fueron y vinieron y no hubo respuesta. En primavera
volvió a intentarlo, envió muchos mensajes a su viejo amigo Drupada, el Rey de
Panchala, pero todos quedaron sin respuesta.
Un día Droṇa decidió que era el momento de
visitar a su viejo amigo de la infancia. Se dirigió a la ciudad real de
Panchala, dijo adiós a su esposa e hijo.
Droṇa caminó por las orillas del río
Ganges, pasó el bosque de árboles de tamarindo, cruzó las llanuras
polvorientas, donde ya no crecía el arroz hasta que llegó al camino que
atravesaba los altos trigos que se recogían por órdenes del rey. Descansaba en
la noche y dormía bajo las estrellas, soñaba en la gran amistad entre él y
Drupada. Podía ver a su viejo amigo que le abrazaba. Se reirían ante su
pobreza. Drupada le daría alguna posición en la corte, tal vez entrenando a los
muchachos para convertirse en reyes. Se reirían y hablarían acerca de los
viejos tiempos y lamentarían la pérdida de sus progenitores. Se levantaba con
el sol y continuaba su camino. Tras caminar por días llegó al camino principal
que conducía al Palacio de Panchala.
En la noche descansó en el bosque de
árboles de mango. Al ponerse el sol pudo ver en la distancia las altas torres
del palacio. Al amanecer, caminó de nuevo a través del bosque oscuro y
finalmente llegó al palacio del rey. Su amigo se sorprendería de verlo de
nuevo. Oh, qué tiempos vendrían, recordando su infancia y cómo nadaban y
jugaban en las frescas aguas del río Ganges. El rey probablemente le ofrecería
un delicado asiento, bebidas refrescantes y frutas exóticas.
Era la mañana de un día de mercado. Una
multitud de personas se reunía en las calles aledañas al palacio, se vendía de
todo, desde sedas delicadas y canastas tejidas hasta carrozas y monos en
cautiverio.
Droṇa caminó entre la multitud y se
aproximó al palacio. Muchos otros brahmanes iban y venían. Droṇa subió los
escalones de mármol del gran palacio detrás de un grupo de renunciantes
vestidos de tosca tela roja, cargaban cosas. Un militar lo observó mientras se
abría paso entre la gente.
Mientras pasaba a través del frío mármol de
las estancias del palacio real del Rey de Panchala, Droṇa estaba asombrado.
Toda su vida había vivido en una choza en las orillas del río, rodeado de bambú
y árboles de tamarindo. Nunca había visto tanto esplendor. Así que era de este
modo como vivían los reyes. El gran palacio de Panchala con sus puertas de
piedra y sus altos muros, parecía una gran maravilla del mundo.
Las paredes estaban incrustadas de joyas y
decoradas con hojas de oro. Las damas se paseaban en el segundo piso, salían y
entraban coquetamente. Pudo oler su fragancia, un delicado aroma de sándalo.
Nunca antes había visto riqueza semejante. Cuando su padre le leyera las
historias épicas de India como el Ramayana, escuchó acerca de castillos como
este, pero estaba asombrado ante la visión de semejante riqueza.
Ver opulencia tal era abrumador puesto que
su grandeza superaba cualquier cosa que hubiera soñado. Droṇa estaba ya muy
adentro de las cámaras interiores de palacio. Había dejado atrás a los mendigos
y comerciantes. Se encontró en un pasillo solitario cuyas paredes de mármol
eran iluminadas desde arriba con la luz que entraba a través de una claraboya.
Escuchó un ruido. Un guardia se aproximó.
Un soldado alto de rostro severo y curtido, de bigote cuidadosamente encerado.
Una cicatriz cruzaba su rostro desde la ceja hasta la barbilla. Fruncía el
ceño. Su turbante de delicada seda estaba bordado de hilos de plata que
formaban un águila real. Sus brazos poderosos sostenían un sable con empuñadura
dorada. La voz profunda del guardia lo sacó de su ensimismamiento.
“¿Quién anda ahí?” dijo el guardia,
mientras Droṇa caminaba.
Tres guardaespaldas más aparecieron desde
una esquina, cerrando camino a Droṇa.
“¡Detente!” dijeron, con los sables
desenvainados.
“¡Detente!” |
Droṇa estaba despreocupado. Después de todo
su padre había sido el maestro del rey Pishada, el gobernante de Panchala. Y el
propio Drupada era su compañero de juegos.
Sonrió.
“Caballeros. Que la bendición de Dios esté
sobre ustedes. Permitan que me presente. Soy yo, Droṇa, hijo del sabio Bharadwaja,
maestro del Rey Pishada. Quisiera hablar con mi amigo de infancia, Drupada.”
El guardia de los bigotes y cicatriz dijo:
“¿Deseas tener audiencia con Maharaj Drupada? Sonrió mostrando los dientes y
con su espada lista. “¿Te atreves a llamar a nuestro Rey y Señor, el gobernante
de Panchala, un chico, niño?”
Los guardias rieron a carcajadas y
desenvainaron sus filosos sables.
“Sí,” dijo Droṇa, “Con Drupada, ¿está en
casa?”
El guardia miró al joven en harapos frente
a él y lo corrigió:
“Querrás decir Drupada Maharaj.” Dijo,
“¿Qué tienes que ver con el rey?”
“Sólo he venido a visitar a un viejo
amigo.” Dijo Droṇa.
“El rey no tiene amigos, muchacho, sólo
súbditos. ¿Jurarás lealtad al trono real y al rey de todo Panchala?”
“Sólo he venido como amigo,” dijo Droṇa,
sin estar seguro del porqué le trataban tan mezquinamente.
Justo entonces pasaba por el corredor un
ministro de la corte. Al ver el alboroto, miró a Droṇa, “Dejen que pase” dijo.
“Este joven es inofensivo. Al rey no le importa dar caridad a los hambrientos
brahmanes.” Los guardias de palacio lo condujeron ante el rey. Entraron en la
gran salda del trono de los Panchalas. Allí, en una elevada tarima, en un trono
decorado con seda delicada, se sentaba el rey.
Los guardias empujaron a Droṇa al interior
de la habitación. Prácticamente cayó de rodillas. “¡Salve al rey!” Gritaron,
“¡Maharaja Drupada ki Jai. Maharaja Drupada Ki Jai!”
Droṇa intentó recuperar el equilibrio, pero
los guardias lo empujaron hacia el suelo.
“Arrodíllate y ofrece reverencias al Rey de
Panchala,” dijeron. “¡Maharaja Drupada ki Jai ho!, dijeron.
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